Más información en eldiario.es
REPORTAJE | El silencio de una ciudad china vacía por el coronavirus
Mientras la epidemia de coronavirus sigue su curso –con más de 67.000 casos confirmados y más de 1.500 muertes hasta la fecha– múltiples grupos de investigación a lo largo del mundo están estudiando de forma prioritaria el desarrollo de una vacuna que pueda proteger a las personas que todavía no han sido infectadas por este nuevo virus. La Coalición para la Innovación en la Preparación de Epidemias (CEPI) ha otorgado financiación millonaria a varias empresas biotecnológicas y universidades que han anunciado planes preliminares para desarrollar una vacuna.
Aunque ahora los investigadores cuentan con múltiples avances técnicos (rápida secuenciación del genoma del virus y cultivo en el laboratorio), mejor coordinación y se enfrentan a trámites burocráticos y legales más sencillos para acelerar el desarrollo de vacunas, que una vacuna contra el nuevo coronavirus vea la luz antes del año resulta extraordinariamente complicado. En general, la producción de nuevas vacunas es un proceso arduo que requiere, en el mejor de los casos, varios años de investigación y desarrollo y un potente respaldo económico detrás.
Desarrollar vacunas efectivas contra virus con una elevada capacidad de mutar como el coronavirus no es tarea sencilla. Como explica el microbiólogo e investigador del CSIC Miguel Vicente, que estos virus tengan una sola cadena de ARN los hace más propensos a mutar, al poseer menos mecanismos de reparación que otros virus con un material genético basado en ADN y con dos cadenas. Es lo que ocurre con el virus de la gripe que, a pesar de que se desarrollan vacunas cada año para las cepas más frecuentes, es capaz de mutar con gran rapidez y hacer que las vacunas desarrolladas específicamente con cepas concretas dejen de ser útiles con el tiempo.
Otra razón de peso por la que el desarrollo de vacunas es un proceso que suele requerir años es por la necesidad de realizar estudios en animales y varias fases de ensayos clínicos, procesos lentos y costosos que aseguran que la investigación en humanos cumple con todos los requisitos éticos y de precaución. No hay atajos (salvo la agilización de trámites por parte de las autoridades sanitarias) para evaluar la seguridad y eficacia de las vacunas en personas con todas las garantías. Por otra parte, la producción a gran escala de vacunas es un proceso que necesita también tiempo y dinero. Precisamente por ello, diferentes países como Reino Unido o Estados Unidos han creado plantas de producción dedicadas a la producción urgente de vacunas ante emergencias.
Los coronavirus han resultado esquivos, hasta el momento, para el desarrollo y comercialización de vacunas. Tanto el coronavirus que provocó la epidemia de SARS (Síndrome respiratorio agudo grave) en 2003 y el coronavirus de la epidemia de MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio) en 2012 no poseen vacunas aprobadas ni comercializadas. Pese a que se evaluaron diversas vacunas en ensayos clínicos con éxito contra estos virus, su comercialización no llegó a completarse debido a que las epidemias se controlaron gracias a los esfuerzos de las autoridades sanitarias. En un mundo donde ya no hay brotes de SARS ni de MERS, el interés económico y la utilidad de las vacunas contra estas enfermedades cayó en picado. No obstante, la investigación previa de vacunas con estos virus está ayudando a agilizar el desarrollo de una vacuna contra el nuevo coronavirus de Wuhan por sus semejanzas genéticas con los coronavirus de epidemias anteriores.
Por suerte, en los últimos años el desarrollo de vacunas se ha acelerado gracias a ciertos avances técnicos, como la creación de “plantillas” de vacunas, que pueden adaptarse más rápidamente a nuevos microorganismos, en lugar de partir de cero. Además, otras estrategias novedosas son la creación de ARN mensajero sintético como vacuna o el uso de potentes herramientas de modificación genética para transformar a virus peligrosos en inofensivos aptos para la vacunación.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) organizó esta semana una reunión internacional de expertos dirigida a acelerar la investigación y la innovación en respuesta al nuevo coronavirus para tests diagnósticos, tratamientos médicos y vacunas. “El plan de I+D de la OMS es una estrategia global y una plataforma de preparación que potencia el desarrollo coordinado de medicamentos y vacunas antes de las epidemias, y permite la rápida activación de las actividades de I+D durante las epidemias. Acelera la disponibilidad de métodos diagnósticos, vacunas, tratamientos y tecnologías que finalmente salvan vidas”, sostiene el director ejecutivo del programa de Emergencias Sanitarias de la OMS, Michael Ryan.
La mayoría de los expertos no creen que la vacuna contra el virus llegue a las consultas médicas antes de un año y que vaya a resultar útil para la actual epidemia en China. En el caso de que una vacuna llegue a ver la luz, la actual epidemia se habrá resuelto con casi toda probabilidad y decenas de miles de personas habrán desarrollado inmunidad frente al virus. ¿Por qué desarrollar entonces una vacuna?
Entre los diferentes escenarios que contemplan los epidemiólogos se encuentra la posibilidad de que el coronavirus de Wuhan se convierta en un virus que provoque epidemias anuales a lo largo del mundo como lo hace la gripe común cada año. A pesar de que la letalidad de este virus es baja (en torno al 2%), las personas de riesgo (bebés, ancianos, pacientes afectados por diferentes enfermedades...) son vulnerables a este virus. Si el coronavirus se extendiera por el mundo o volviera a causar epidemias en otros países, podría provocar numerosas muertes y en este caso una vacuna sería especialmente útil.
Sin embargo, no hay que descartar la posibilidad de que la actual epidemia de coronavirus se controle y no lleguen a darse nuevos brotes en el futuro, como ocurrió con el SARS y con el MERS. En este caso, aunque se hubieran realizado ensayos clínicos con éxito para una vacuna contra el coronavirus, su interés sanitario sería casi nulo y no llegaría a comercializarse.
Es una cuestión de prudencia sanitaria estar preparados para los múltiples escenarios en los que evolucione una epidemia, pero lo cierto es que no hay garantías ni de que la vacuna del coronavirus llegue a tiempo para la actual epidemia y tampoco de que vaya a aplicarse en el futuro. En cualquier caso, el conocimiento científico generado en la investigación del coronavirus no caerá en saco roto y nos ayudará para hacer frente con más contundencia y rapidez a los nuevos virus que aparecerán, sí o sí, en los próximos años.
REPORTAJE | El silencio de una ciudad china vacía por el coronavirus