El nuevo coronavirus, que se expande por China a pesar de las drásticas medidas tomadas por las autoridades del país, mantiene vigilantes a expertos en salud pública y microbiólogos. El virus 2019-nCov es una nueva cepa de coronavirus que hasta hace apenas unos meses no se había detectado en seres humanos. Como ha sucedido en otras muchas epidemias anteriores, este virus se había limitado a infectar a una determinada especie animal (aún se desconoce cuál), hasta que dio el salto a humanos cuando se dieron las circunstancias adecuadas para ello. Es la tercera vez que un coronavirus salta de animales a seres humanos desde el año 2003.
Pese a la gravedad con la que diferentes medios de comunicación narran esta epidemia, no hay razones para el alarmismo, pero sí para que los especialistas en enfermedades infecciosas mantengan un estrecho estudio, seguimiento y control de este virus. Múltiples organizaciones sanitarias a lo largo del mundo (OMS, CDC, Cruz Roja...) cuentan con planes y directrices definidos para actuar frente a una posible pandemia por virus respiratorios. No es algo fruto del capricho: la gran cuestión no está en saber si ocurrirá o no una gran pandemia en el futuro, sino en saber cuándo ocurrirá para actuar de la forma más eficaz posible.
Múltiples virus respiratorios como los virus de la gripe o los coronavirus tienen el potencial de provocar graves epidemias debido a que, de vez en cuando, aparecen nuevas cepas de virus que resultan totalmente nuevas para nuestro sistema inmunitario. Existen dos mecanismos principales que llevan a que esto ocurra cada cierto tiempo: las mutaciones constantes que sufren estos virus y la recombinación genética entre virus de distinta subespecie (virus diferentes que se mezclan entre ellos). Por otro lado, la vía respiratoria favorece la transmisión de estos nuevos virus, especialmente en lugares densamente poblados, lo que incrementa el riesgo de grandes epidemias. El resultado son epidemias como la gripe española en 1918, la gripe aviar, el SARS (Síndrome respiratorio agudo grave) en 2003 o el MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio) en 2012.
Parecidos, pero con diferentes efectos
La aparición de un nuevo virus que afecta por primera vez a humanos justifica la aplicación de medidas sanitarias prudentes y un cuidadoso estudio y seguimiento. En un panorama globalizado donde los viajes internacionales son muy frecuentes, las probabilidades de pandemias se incrementan. Además, debido al desconocimiento inicial sobre la capacidad de los virus para transmitirse entre las personas y causar graves enfermedades y muertes, las autoridades sanitarias deben actuar contemplando escenarios inciertos. Sin embargo, cada nuevo virus que aparece en el ser humano puede mostrar una capacidad para expandirse y matar muy diferente.
Aunque el actual virus 2019-nCov pertenece al mismo grupo de virus de ARN que causaron el SARS o el MERS y provoca también neumonía, hay grandes diferencias entre ellos. De hecho, los análisis genéticos del virus de Wuhan indican que presenta importantes diferencias genéticas con el SARS (un 20%) y el MERS. Esto explicaría, por un lado, por qué los síntomas que provoca el nuevo coronavirus son un poco distintos de los coronavirus anteriores. El virus 2019-nCov, por ejemplo, rara vez provoca síntomas intestinales o moqueo nasal.
Los datos revelan que la capacidad para contagiar del nuevo coronavirus es limitada. Las actuales estimaciones sobre a cuántas personas podría transmitir el virus una persona infectada (R0) están en discusión y van desde 1,4 hasta 5,47 personas. En comparación, el MERS tenía un R0 menor a 1 y el SARS de 2-5.
Otro factor clave diferente entre el virus 2019-nCov y los otros coronavirus es su letalidad. El SARS provocaba la muerte al 9,6% de las personas infectadas identificadas y el MERS, al 34%. En estos momentos las cifras de mortalidad asociada a la infección por el nuevo coronavirus fluctúan bastante, pero se estima que se encuentran entre el 2 y el 3%. Se trata de una mortalidad muy baja en comparación con otras epidemias de nuevos virus respiratorios.
Además, la práctica totalidad de las personas que han fallecido por el virus se encontraban en grupos de riesgo: ancianos, niños de corta edad, individuos con diferentes enfermedades (inmunodepresión, bronquitis crónica...). Hasta el 28 de enero se han registrado 4.515 casos confirmados de coronavirus (los casos reales y no documentados son mucho mayores) y al menos 106 muertos.
Por el momento, la OMS todavía no ha declarado la emergencia internacional, pero muchos esperan que lo haga en los próximos días debido al goteo de casos de coronavirus fuera de China, en países como Francia, Estados Unidos o Australia.
Declarar emergencia no significaría que el virus 2019-nCov es más peligroso de lo que pensábamos, sino que constituye un riesgo nuevo para la salud pública de diferentes países debido a su propagación internacional y por ello requiere una respuesta internacional coordinada. No hay que olvidar que, por muy baja que resulte la mortalidad asociada a un virus, si no se toman medidas de prevención para evitar su expansión, puede terminar afectando a millones de personas. Esto es lo que ocurre con el virus de la gripe cada año sin que la población se alarme (entre 290.000 y 650.000 personas mueren cada año por la gripe), por la sencilla razón de que estas cifras de muertos forman parte de la rutina.