Crónica de una década de abuso sexual: “Mi hermano nunca usó la violencia, pero fue devastador para mi vida”

A Pedro le costó muchos años pronunciar las palabras que han marcado su vida. Las terapias y los intentos de superación se fueron sucediendo sin éxito, hasta que una psiquiatra le dijo que había sido víctima de abusos sexuales en la infancia. Tenía ocho años cuando su hermano, diez años mayor que él, empezó los tocamientos aquel verano en el que se duchaban juntos cuando volvían de la playa. Pedro (nombre ficticio) ha logrado desenterrar lo que se había convertido en un secreto inconfesable y que tanto le condicionó después.

“Todo empezó con lo que yo pensaba que era un juego cuando era muy pequeño. Después, a los 12 años la cosa fue a más. No recuerdo mucho, a esa edad apenas era consciente de lo que pasaba, pero sí tengo en la memoria perfectamente grabada la primera vez que me masturbó. Me resultó desagradable y le dije que no quería seguir. Estaba equivocado y esto siguió pasando muchos años más”, explica Pedro en conversación con eldiario.es.

Ocurrió hasta que con 17 ó 18 años, no recuerda la edad exacta, le puso freno. Había pasado casi una década en la que su iniciación sexual se había producido en un marco de poder y dominación. Las preguntas y la culpa encontraron entonces un hueco de su mente en el que quedarse durante mucho tiempo: ¿Había sido cómplice? ¿Por qué no paró antes? ¿Por qué le había hecho eso su hermano?

Pedro fue víctima de una realidad que sigue siendo invisible: el abuso sexual a menores. Así lo refleja el informe Ojos que no quieren ver, de Save the Children, que alerta de que, contrariamente a lo que se suele pensar, la mayor parte de agresores son miembros del entorno de los niños (familiares, entrenadores, profesores...) que abusan de ellos de manera sostenida en el tiempo. Suelen ser figuras de referencia que se aprovechan del vínculo afectivo para ejercer su poder.

Un estado de confusión

De ello se sirven los agresores para imponer una especie de complicidad que hace pensar al menor que se trata de algo especial, un juego, “algo entre tú y yo”, pero lo que en realidad están haciendo es ejercer daño disfrazado de cuidados. Mediante esta dinámica, los abusadores no precisan de fuerza física para abusar. “Mi hermano nunca usó la violencia, pero fue algo devastador para mi vida. Él era para mí una especie de héroe, alguien a quien seguir, un referente en todos los sentidos. Yo le quería y el contacto físico con él era a un mismo tiempo excitante y repulsivo. No me gustaba su olor, ni su vello, ni su sudor”.

Su reacción no es poco frecuente. El mecanismo que emplean los agresores suele generar en la víctima un estado de confusión que habitualmente tarda mucho tiempo en superar. Pedro reconoce estas técnicas y se siente identificado con ese desconcierto. “Mi hermano se aprovechó de su situación de poder, de su enorme influencia en mí para dar satisfacción a sus deseos. Jamás me pidió disculpas. Jamás me explicó qué le hizo comportarse de ese modo”.

Pedro, que hoy tiene 61 años, estuvo varias décadas justificando y disculpando la actitud de su hermano tanto para sí mismo como en lo que le transmitía a él. Le decía que “no me había condicionado y que yo había tomado mis decisiones libremente”, pero la realidad y lo que él estaba viviendo sin casi darse cuenta estaban muy lejos de aquello. Así, ahora es capaz de reconocer y contar uno a uno los más de 30 años en los que ha arrastrado las consecuencias.

“Con él aprendí algo terrible que tardé muchas décadas en superar: la idea de que podía tener relaciones sexuales con personas que no me resultaran atractivas. Nunca tuve la capacidad para decir 'no' a una relación que no me resultara satisfactoria. El abuso condicionó toda mi vida a nivel sexual, emocional e intelectual, además de mi capacidad para discernir libremente”, explica Pedro, que detalla las depresiones, malestar y fantasías de suicidio en las que cristalizaron estos efectos.

El punto de inflexión

Todo cambió cuando le diagnosticaron VIH en el año 1993. Tras la noticia, le derivaron a psiquiatría y ahí comenzó a encontrar herramientas de superación. Después de varias consultas y diferentes terapias, se encontró con la psiquiatra del Hospital de la Paz (Madrid) que le ayudó a pronunciar las palabras por primera vez: “Ella me dijo que mi iniciación sexual no había sido algo aceptado libremente por mí, sino que había sido víctima de abusos sexuales”.

En la actualidad Pedro reconoce que lo que vivió “ya no tiene el peso que tuvo durante tanto tiempo”, esgrime a la vez que hace hincapié en que hace diez años que no tiene ninguna relación con su hermano. Hablar de lo que sucedió con su familia a raíz de la muerte de su madre también le ha valido el rechazo de sus otras tres hermanas y sus sobrinos, aunque aún conserva la relación con otros dos. “Con mucha frecuencia cuando se producen abusos en el ámbito familiar y la víctima lo exterioriza se le culpabiliza a ella. Se considera más grave sacarlo a la luz que los propios hechos. Eso es lo que me pasó a mí”.

Los abusos duraron casi una década y los efectos se extendieron casi 40 años. Por un lado, confiesa que preferiría dejar atrás y hacer a un lado de su memoria todo lo que ocurrió. Por otro, sacar a la luz lo que vivió es reparador y a la vez confía con ello en ser un espejo para otros. “El de los abusos sexuales es un problema de dimensiones muy superiores a lo que podríamos haber imaginado. No es aceptable y debe ser denunciado por muchos años que hayan pasado”.

Esta historia forma parte de la serie Rompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es. Rompiendo el Silencio