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El cuerpo del Papa viaja de Santa Marta a San Pedro para exhibirse tres días ante los fieles

Traslado del féretro del papa Francisco, este martes

Natalia Chientaroli

Ciudad del Vaticano (enviada especial) —
23 de abril de 2025 09:33 h

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Cuando le preguntaron a Jorge Bergoglio por qué rechazó los lujosos aposentos papales para vivir en la modesta residencia de Santa Marta, explicó a los periodistas sonriendo: “Yo necesito interactuar con personas, hablar, estar con gente. Elijo vivir ahí por estrictas razones psicológicas”. Así, rodeado de gente, es como ha salido por última vez de la que fue su casa durante los últimos 12 años.

Una procesión, encabezada por los cardenales que ya están en Roma para la elección de su sucesor, ha llevado el cuerpo del pontífice desde Santa Marta a la basílica de San Pedro, donde desde esta mañana permanecerá durante tres días. Desde primera hora gran cantidad de fieles ya se agolpaban en la plaza a la espera del féretro.

“Pippo, puedes venir hasta aquí? Estoy en primera fila. Ya llega...”, ruega Agata a su marido por teléfono. Ella fue de las primeras en entrar a la plaza esta mañana. Llegó en tren desde las afueras de Roma. Madrugó porque recordaba el adiós a Juan Pablo II, hace 20 años. “Entonces había mucha más gente, casi no pudimos entrar”, explica. 

Es difícil imaginar dos perfiles de Papa más diferentes que el de Wojtyla y Bergoglio. El primero impuso la restauración de una Iglesia ultraconservadora y ocultó los casos de pederastia. El segundo propició una apertura histórica e impulsó una investigación desde Roma, además de eliminar el secreto pontificio para casos de abusos. El primero entregó el poder de la Iglesia a los movimientos más conservadores, desde el Opus Dei al Camino Neocatecumenal, pasando por Comunión y Liberación o los Legionarios de Cristo, a cuyo líder, el pederasta Marcial Maciel, el Papa polaco llegó a considerar 'apóstol de la juventud'. El segundo recortó los privilegios del Opus y laminó a grupos como el Sodalicio. Pero estos elementos no pesan en la balanza de Agata para decantarse por uno de los dos, al menos no más que la carga afectiva de su propia vivencia. “Wojtyla empezó tan joven que fue como un hijo al que fui viendo crecer. Bergoglio llegó ya mayor... pero ha sido un buen Papa”, concede.

De púrpura y rojo

La multitud sigue desde las pantallas gigantes colocadas en la plaza los primeros movimientos en la capilla de Santa Marta. El féretro delante de un grupo de cardenales de rojo fulgurante. Y cuando comienzan a sonar los cantos en latín desde los altavoces muchos se santiguan, pero son pocas las voces que los siguen. La organización ha repartido un pequeño cancionero impreso entre los asistentes, pero salvo las monjas y sacerdotes repartidos entre la asistencia, el resto encuentra dificultades para seguirlo.

Procediamo in pace’, ha dicho el celebrante al micrófono, y es entonces cuando los cardenales se ponen en pie y salen, mientras suenan las campanas De San Pedro. Los asistentes en la plaza seguían desde las pantallas gigantes colocadas en la plaza los primeros movimientos en la capilla de Santa Marta. El féretro delante de un grupo de cardenales de púrpura y rojo fulgurante. Y cuando comienzan a sonar los cantos en latín desde los altavoces muchos se santiguan, pero son pocas las voces que los siguen. La organización ha repartido un pequeño cancionero impreso entre los asistentes, pero salvo las monjas y sacerdotes repartidos entre la asistencia, el resto encuentra dificultades para seguirlo.

Más que con canto, la plaza acompaña con silencio, salvo alguna voz que se arranca con los versos del misal. Otros comentan por lo bajo por dónde entrará la comitiva a la plaza, y hay quien transmite en directo desde su móvil, dejando que desde la distancia se cuelen gritos de entusiasmo que desentonan con la solemnidad del momento.

Es un camino breve, desde la plaza Santa Marta a la plaza de los Protomártires Romanos. De ahí, a través del Arco de las Campanas, la comitiva sube a la plaza de San Pedro y entra en la Basílica Vaticana por la puerta central pasando por entre la gente. Los religiosos de la procesión caminan ensimismados o con la vista volcada en el librito blanco de las canciones. Algunos cardenales, sin embargo, levantan la mirada hacia los fieles detrás de las vallas. En poco tiempo decidirán con su voto quién será el líder espiritual de esta gente que despide a Francisco.

Lágrimas y silencio

Con las manos entrelazadas a la altura de la cintura, sosteniendo un rosario negro sobre la túnica blanca, y sin el característico calzado rojo de sus antecesores, sino con los sencillos zapatos negros que solía vestir. Así verán los fieles por última vez al Bergoglio en su féretro durante los próximos tres días. Este miércoles será posible desde las 11 de la mañana y hasta la medianoche. El jueves, desde las 7.00 hasta las 24.00, y el viernes la capilla ardiente cerrará sus puertas a las siete de la tarde.

Cuando el féretro se acerca, asoman unos tímidos aplausos, que se expanden por la plaza cuando la procesión sube las escalinatas de la basílica. Agata suelta una lágrima. “Perdón, es muy emocionante”, se disculpa. Alguien le pone una mano en el hombro. No es su marido. Pippo no ha podido llegar.

Junto a ella, una monja llora en silencio. Los cabellos grises escapan rebeldes de su velo y las lágrimas hacen brillar su piel negra. No se ha movido apenas en todo el tiempo que ha durado la ceremonia. Cuando pasa el cuerpo de Francisco por delante, saca su móvil para tomar una foto. Y continúa llorando. Al intentar hablar con ella, niega con un gesto amable. Y se pierde entre la multitud que se dispersa rápidamente bajo el sol.

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