“No es un problema de comunión, ni de defensa de la vida. Se trata de Joe Biden”. La sentencia de un obispo norteamericano refleja a las claras la profunda división en el episcopado de EEUU, que este viernes ha votado la polémica propuesta de elaborar un documento sobre la excomunión de políticos católicos que apoyen el aborto. Dos tercios de la Conferencia Episcopal USA ha apoyado redactar un documento de esa naturaleza. La pugna continúa.
Ese texto, finalmente, irá a la plenaria de la Iglesia católica estadounidense en noviembre. Una mayoría de los obispos del país ha apostado por continuar el pulso conta Biden. Los ultras han ganado la primera batalla, pero el sector más pro-Francisco ha conseguido tiempo para alcanzar una posición que no menoscabe las buenas relaciones entre la Casa Blanca y el Vaticano que se han establecido desde la victoria del demócrata. Ahora, Roma tendrá margen para explicitar gestos en favor de Biden. Sin embargo, este proceso ya ha dejado a la Iglesia norteamericana partida y con la sensación de que los obispos estaban mucho más cómodos con un presidente como Donald Trump que con el segundo presidente católico de su historia, tras John F. Kennedy.
De nada sirvieron las advertencias de Roma, pidiendo que no se abordara la cuestión, ni la estrecha colaboración entre la nueva administración de la Casa Blanca y la Santa Sede en materia de cambio climático, lucha contra el coronavirus o reducción de la desigualdad. Un importante sector de los obispos USA, protegidos por su presidente (el arzobispo de Los Ángeles José H. Gómez), obligaron a los obispos a votar una resolución que no tiene ningún efecto legal (a Biden sólo le puede negar la comunión el arzobispo de Washington, Wilton Gregory, que ya ha anunciado que no lo hará), pero que muestra a las claras la fuerte oposición de la Iglesia norteamericana al papa Francisco.
Porque la patada a Biden es, en el fondo, un bofetón a Bergoglio. Sólo así se demuestra cómo, pese a que el episcopado aclara que cita “constantemente” al papa Francisco, sólo el 52% de la cúpula católica estadounidense aprobó un documento que incluye una cita del capítulo 8 del Amoris Laetitia –la exhortación de Francisco a los obispos sobre la familia–, el que abre la puerta a la comunión a los divorciados vueltos a casar.
Cardenales y obispos cercanos a Francisco, alrededor de unos 70 (entre los más de 300 prelados) han intentado frenar el documento, que amenaza con romper los puentes de diálogo con la Casa Blanca. “Cualquier esfuerzo para excluir a los líderes católicos de la Eucaristía empujará a los obispos al corazón de la misma lucha partidista tóxica que ha distorsionado nuestra política”, lamentaba el cardenal Tobin, uno de los hombres del Papa en EEUU que, como muchos otros, asisten atónitos a un debate que jamás se produciría con Trump. Que, ciertamente, no apoyaba el aborto, pero sí la pena de muerte, la venta de armas o el racismo y la exclusión de los inmigrantes.
Uno de los mayores protagonistas, sin quererlo, de esta crisis, es el cardenal Gregory. Como arzobispo de Washington, Joe Biden es su feligrés. Sólo él -o el Papa- pueden prohibirle la comunión. Algo que no hará. Durante su intervención en la plenaria, que por el coronavirus se está llevando a cabo por streaming, el purpurado señaló que “la elección que tenemos es seguir un camino para fortalecer la unidad entre nosotros, o conformarnos con votar un documento que no traerá la unidad, pero que sí podría dañarla aún más”.
Frente a ellos, el obispo Niam, de Baker, que sostiene que “nunca hemos tenido una situación como ésta, en la que un presidente católico se opone a una enseñanza de la Iglesia”. Algo que otro cardenal cercano al Papa, Blaise Cupich, considera una “trampa” que sólo llevará a romper la unidad de la Iglesia.
Para el obispo de Madison, Donald Hying, los fieles “están confundidos por el hecho de tener un presidente que profesa un catolicismo devoto pero impulsa las políticas proaborto más radicales de la historia”. En el debate, sorprende el silencio del cardenal de Nueva York, Timothy Dolan.
Sea como fuera, el tenso debate entre los obispos de EEUU es una muestra más de la extrema polarización que se vive en el país, y que afecta profundamente a una Iglesia muy conservadora, y que ha sido una de las primeras en ‘cortar el grifo’ de los donativos a las obras de caridad del Papa. Mientras tanto, como hiciera durante la cumbre del G7, Joe Biden continúa yendo a misa todos los domingos, y comulgando. Su equipo, informa Efe, dedica tiempo a “asegurarse de que, cuando acude a una iglesia, no veten su acceso al sacramento”. El escándalo de un cura desconocido negando la comunión el hombre más poderoso de la Tierra sería imperdonable, sostienen. Oficialmente, la Casa Blanca no ha hecho la más mínima apreciación sobre el debate.
Tampoco, el Vaticano, que después de la carta del prefecto de Doctrina de la Fe, Luis Ladaria, el presidente de los obispos USA, pidiéndole evitar la discusión, y del propio Bergogio, quien hace unas semanas proclamaba que la comunión “no es la recompensa de los santos, sino el pan de los pecadores”, ha preferido no interferir en la asamblea episcopal. De hecho, estaba planteada la posibilidad de un encuentro entre el Papa y Biden durante su gira europea, que finalmente no se produjo.En este contexto, tal vez quepa antes de noviembre.
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