Efectos colaterales indeseados. Las depuradoras de agua que aplican tecnologías biológicas están convirtiéndose en fábricas de bacterias superresistentes. “Incubadoras de superpatógenos”, las denomina un estudio internacional en el que ha participado el Centro de Investigación Ecológica (CREAF) del CSIC, tras analizar cómo las plantas de tratamiento de aguas residuales que aplican biotecnología ambiental constituyen un foco de proliferación y propagación de estos microorganismos dañinos. “Una amenaza real y emergente para la salud”, lo definen.
Las actividades humanas generan una gran cantidad de aguas residuales: unos 330.000 hectómetros cúbicos al año que contienen metales pesados, carbohidratos, antimicrobianos y patógenos que contaminan el medio ambiente y expanden enfermedades. Las biotecnologías que utilizan microbios para degradar la contaminación se aplican de manera mayoritaria en las plantas de tratamiento por ser una fórmula económica, explican los investigadores. Por ejemplo, en China, la aplicación de estas técnicas cuesta 0,1 dólares por cada metro cúbico de agua tratada. “Son valiosas, pero al mismo tiempo inducen a riesgos de incubar y expandir superpatógenos”.
La cuestión es que, con el transcurrir del tiempo, los millones de especies de microbios que habitan en las plantas depuradoras para tratar los agentes contaminantes hallan la manera de evolucionar y blindarse. “Los microbios utilizan estrategias para sobrevivir a los contaminantes que son muy parecidas a las que utilizan para resistir a los antimicrobianos”, explica el investigador del CREAF, Josep Peñuelas. Este ecólogo añade que “durante el funcionamiento a largo plazo de estas plantas de tratamiento, los patógenos se multiplican, intercambian genes y evolucionan para resistir y sobrevivir a los múltiples contaminantes de estas aguas, lo que, desgraciadamente, los lleva a aumentar también su resistencia a los fármacos antimicrobianos”.
Las bacterias resistentes a los antibióticos son un problema de primera magnitud. Los avisos sobre su crecimiento y las consecuencias para la salud se han repetido desde hace años en el plano internacional y nacional. De hecho, la ONU ha calculado que cada año fallecen unas 700.000 personas por enfermedades provocadas por patógenos inmunes a las medicinas. “Si no se toman medidas urgentes, podrían causar diez millones de muertes anuales en 2050”, se advirtió en la sesión de la Asamblea General en abril pasado.
“Como la pandemia presente y creciente que es, la resistencia a los antimicrobianos debe ser parte central de la preparación para una futura emergencia sanitaria”, expuso entonces el presidente de la Asamblea de la ONU, el turco Volkan Bozkir. El director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, ha recalcado que es “vital que le otorguemos el mismo sentido de urgencia que hemos visto con la COVID-19”.
España no es para nada ajena a este problema de las superbacterias. Los casos de infecciones con microbios resistentes han ido creciendo, lo que ha colocado en zona naranja y roja a muchos fármacos. El Ministerio de Sanidad calculó que en 2016 fallecieron 2.956 personas en España por esta causa y tratar las infecciones resistentes supuso un esfuerzo de al menos 150 millones de euros.
España es de los países que más antibióticos consumen en la Unión Europea, a pesar de experimentar un descenso del 7% entre 2015 y 2018. La bajada en la venta de antibióticos veterinarios fue del 30%, un dato significativo, ya que España lideraba de manera destacada esta clasificación, punto esencial en la creación de superbacterias, según el Plan Nacional frente a las resistencias aprobado en 2019 y que debe durar hasta este 2021.
El peligro real es que los médicos terminen por quedarse sin medicinas para muchas infecciones. Enfermedades que saltan de animales a humanos mediante la comida y patologías de transmisión sexual son las más preocupantes, según ha explicado en numerosas ocasiones el Centro Europeo de Control de Enfermedades.
La resistencia se crea mediante las mutaciones que generan los patógenos al encontrarse en un medio hostil. El abuso de antibióticos en el ganado o las personas crean esas condiciones. Pero también se ha detectado que la contaminación ambiental es un caldo de cultivo perfecto: los residuos químicos que acaban en el agua y el suelo hacen que las bacterias desarrollen esas resistencias. Ahora se le añaden las depuradoras, donde las bacterias mutan y se seleccionan para ser cada vez más fuertes. Y una vez mutadas, pueden viajar hasta infectar a las personas con su nuevo blindaje genético desarrollado.
Más supervisión y filtros de lombriz
El trabajo de los científicos chinos y del CREAF expone que estos microbios dañinos y evolucionados tienen la posibilidad de transmitirse a los humanos “por contacto accidental con el agua regenerada –que sale de la planta– y con micropartículas que pasan al aire”. También encuentran una vía de transmisión en los “alimentos contaminados” por la propia agua que mana de la depuradora “que riega los campos de cultivo”.
“La pandemia de COVID-19 ya ha demostrado que los virus se propagan y detectan en los sistemas de tratamiento de aguas residuales, pero se ha hecho poco para eliminar la amenaza sanitaria de los superpatógenos”, abunda Josep Peñuelas.
Este equipo internacional pide a las autoridades sanitarias que no miren para otro lado y reconozcan la amenaza que suponen para la salud pública. De esta manera, defienden, los gobiernos pueden “orientar al público y supervisar la industria”. En este sentido consideran necesario “establecer normas más estrictas que limiten los patógenos microbianos que puede emitir una planta de tratamiento de aguas”. Además, piden implementar nuevas tecnologías que no solo eliminen los contaminantes de las aguas, sino que también acaben con los superpatógenos que se generen en en las plantas de tratamiento de aguas. Un ejemplo: utilizar lombrices como filtro, ya que “pueden consumir y eliminar los patógenos”.