Monica Mwagicuh fue la primera, por eso le costó mucho aceptar que su marido quisiese casarse con otra después, y con una tercera años más tarde. En los matrimonios polígamos, un tipo de unión común en África, “las mujeres sufren”.
Hace un año y medio que esta keniana de 39 años dejó de compartir la cama con su marido y las otras esposas. Tampoco pide permiso para volver a casa tras la caída del sol ni recibe azotes cuando las demás no han cumplido con sus tareas en el hogar.
Monica se ha divorciado, pero la poligamia le ha dejado graves secuelas, algunas tan visibles como el costurón que le surca la parte baja de la espalda, que su marido le fracturó de una paliza.
En Kenia, el mismo país que castiga las relaciones homosexuales con la cárcel, la ley permite al hombre casarse con las mujeres que desee sin tener que pedir permiso a sus esposas anteriores.
El origen de este tipo de familia, que sobrevive a la expansión de la monogamia asociada al cristianismo en Kenia, se encuentra en la elevada mortalidad infantil que persistió hasta hace unas décadas.
“Las mujeres tenían 10 hijos y solo sobrevivían tres”, así que, para el varón, la mejor manera de asegurarse una gran descendencia era casarse con varias féminas, explica a Efe la abogada de la Federación de Mujeres Abogadas (FIDA) Mbeti Michuki.
Hoy, la poligamia depende de las “preferencias personales” del hombre, un 28 % de los cuales tiene más de una mujer en África Subsahariana, y especialmente en el oeste del continente, según informes demográficos de 2013.
El día en que la entonces universitaria Mónica conoció a su marido llevaba minifalda, una prenda que su marido no le permitiría volver a ponerse.
Las cosas marcharon bien al principio: le prometió que no se casaría con otra mujer (aunque venía de una familia kikuyu polígama), tuvieron cuatro hijos y construyeron una granja que pronto les dio suficiente como para vivir bien.
A los seis años de casados, la familia política de Mónica comenzó a presionar al marido: “¿Por qué tienes solo una mujer si puedes tener más?”.
“Cuando se casó con otra, las cosas fueron muy mal. Quería que la acogiera como si fuera mi hermana, y por las noches se la traía a la cama. Hacían el amor allí mismo, a mi lado”, recuerda a Efe Mónica, a quien nunca le permitía abandonar el lecho conyugal por ser la primera.
A los tres años, llegó la tercera, ya embarazada, y entre todas sumaron una prole de diez hijos y un trabajo diario ingente.
“Debía recibirle en la puerta, traerle los zapatos, lavarle los platos, tratarle como a un rey. Como era la primera, debía hacer todo eso. Si algo iba mal, me abofeteaba”.
Tras 19 años de vida en común, lo que un día fue “amor” prácticamente había desaparecido, y no solo por las vejaciones: “Todavía hoy me siento muy celosa”, admite.
Según la abogada de FIDA, no suele haber “nada romántico” en este tipo de relaciones, que sin embargo reportan beneficios a algunas mujeres: “Cuanto más rico sea tu marido, mejor se te verá”.
La exmiss de Kenia Cecilia Mwangi, segunda esposa de un diputado cuyo nombre no quiere revelar, defiende este vínculo: “Debemos abrazar la cultura africana”.
Más allá del romance, el principal problema que plantea este tipo de uniones es que las mujeres quedan desamparadas. Cuando el polígamo les abandona, algo que ocurre con frecuencia, ellas pierden los derechos sobre sus tierras y sus otros medios de vida.
Mónica no fue abandonada, pero su decisión de divorciarse y desafiar a la tradición le impide ver a sus hijos y la ha separado de su comunidad, donde es considerada “una prenda usada”.
“Como mujer africana, no tienes derechos, no puedes decir que no, ni replicar lo que hace el marido. El hombre es el rey”, lamenta.
FIDA insiste en que la ley no plantea problemas de desigualdad, y ello pese a no contemplar la “poliandria” o uniones de una mujer con varios hombres, practicada por tribus como la kamba.
“Hay mujeres que prefieren ser segunda mujer a seguir solteras porque tienen seguridad. Incluso la primera mujer puede considerarlo algo bueno porque la otra le ayudará con los niños y la casa”, dice la abogada.
Para Mónica, un caso raro de rebeldía contra las tradiciones, esa situación es tan idílica como extraordinaria.
“¿Felices? Una o dos de cada 10. Las cosas son muy difíciles allí, no lo puedes ni imaginar”.