El síndrome alfa-gal apareció en la literatura científica por primera vez en 2009 con la referencia a casos, especialmente en EEUU, de reacciones alérgicas en personas a partir del consumo de carne roja. Los síntomas son los típicos de una reacción alérgica: urticaria, labios, lengua y garganta hinchados, problemas respiratorios, vómitos, diarrea, taquicardia, etc.
Sin embargo, su reciente aparición en los medios como “anisakis de la carne” ha generado cierta confusión. Se ha tratado de utilizar algo conocido, en este caso un parásito que afecta al ser humano y que se transmite a través de la ingesta de pescado (Anisakis simplex), para realizar un símil con lo que ocurre por la ingesta de determinado tipo de carne.
Para tratar de llamar la atención sobre el tema, se ha hecho una comparación entre la ingesta de alimentos (carne y pescado), parásitos (nematodos y arácnidos) y reacciones alérgicas. Una mezcla de conceptos y, sin duda, comparaciones desafortunadas, que podría generar confusión y alarma entre los consumidores.
No obstante, el estudio que se ha citado es muy serio y lo avalan dos científicos prestigiosos, motivos más que suficientes para dedicarle atención y un par de lecturas contrastadas.
Alergia a la carne, medicamentos y gominolas
Aquel estudio de 2009 reveló que las personas tenían anticuerpos específicos frente al oligosacárido alfa-gal (galactosa-alfa-1,3-galactosa), un carbohidrato que no existe en humanos. Entonces, ¿de dónde procedía?
Más tarde, se observó el mismo tipo de reacciones alérgicas tras la ingesta de gelatina procedente de cerdo, ternera, cordero, caballo y ciervo. El alfa-gal también se encontraba formando parte de vacunas y de algunos fármacos, pero, además, se encontraba en algunas chucherías como las gominolas, constituidas en esencia por hidratos de carbono sencillos (glucosa, sacarosa, fructosa) y proteínas (gelatina).
Las gelatinas de estos dulces proceden de manera mayoritaria, tras sufrir procesos perfectamente verificados, de ganado bovino y porcino. Son más baratas que las gelatinas que proceden del pescado o que las pectinas de origen vegetal, que además tienen efecto saciante.
De modo paralelo a los estudios sobre las reacciones alérgicas detectadas tras la ingesta de carne, se observó, también en EEUU, que en determinadas personas a las que se trataba con el anticuerpo monoclonal Cetuximab –utilizado en el tratamiento de algunos tipos de cáncer– aparecían reacciones alérgicas muy por encima de la media esperada. El patrón geográfico de procedencia de los afectados era similar y los análisis posteriores confirmaron el determinante glucídico.
Pero a los curiosos investigadores aún les llamaba algo más la atención: les parecía raro que en el caso del fármaco para el tratamiento del cáncer esa reacción alérgica se produjese tras la primera administración del mismo. Quizás, pensaron, esas personas debían haber estado expuestas a algo más que las sensibilizase en un inicio. ¿Qué estaba ocurriendo?
La coincidencia en la distribución geográfica tanto de la procedencia de las personas a las que se aplicaba el fármaco, como de la procedencia de la carne, el sureste de EE.UU, lugar donde abundan las garrapatas que parasitan al ganado, les hizo pensar que quizás fuesen estos artrópodos los que podrían intervenir en los casos de sensibilización primaria.
La sospecha se confirmó cuando se verificó que algunas garrapatas también contienen alfa-gal en sus glándulas salivares. Se localizaron más casos en el sur de EEUU y norte de Australia y se demostró el papel de los géneros Ixodes sp. (Ixodes holocyclus) y Amblyomma sp. (Amblyomma americanus).
En líneas muy generales, el mecanismo de transmisión parecía sencillo: cuando las garrapatas que se habían alimentado previamente de un mamífero (cordero, canguro, venado, búfalo, vaca, etc.) captaban de los hospedadores sangre con el carbohidrato y se alimentaban posteriormente de un ser humano, inoculaban la molécula directamente. El alfa-gal no pasa por el tracto digestivo de las garrapatas, sino que se queda en sus glándulas salivares.
Como este carbohidrato, junto a la saliva de estos artrópodos, es un alérgeno que provoca una respuesta inmunitaria y retardada en los seres humanos, el resultado era un diagnóstico complicado. No era fácil establecer una relación causa-efecto.
La expansión de las garrapatas
En nuestro país, los casos de alfa-gal descritos son pocos y están localizados en Galicia, Cantabria y La Rioja. Además, en el XXIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia celebrado en 2016 en Granada, médicos con ejercicio en Asturias y Canarias presentaron una comunicación que describía el caso de un paciente con alergia comprobada a alfa-gal, con el antecedente de al menos dos picaduras de garrapata.
Aquí no tenemos las garrapatas australiana o estadounidense, pero sí tenemos otras como Ixodes ricinus tanto en España como en Europa, por lo que seguro que habrá más casos en el futuro. El cambio climático ha hecho que se produzca una expansión de estos parásitos en todo el mundo. Cada vez tenemos temperaturas más altas en otoño e invierno y ya es una realidad la “africanización” del clima de la Europa mediterránea. Las garrapatas están presentes en nuestro país hasta altitudes de entre 900 y 1.000 metros y son abundantes en parte de la cornisa cantábrica, además del sur.
Pero no podemos limitarnos solo al cambio climático. La globalización en el comercio de ganado es otro factor, como también lo es la complejidad de la ecología de estos organismos. Influyen de manera muy importante los hospedadores que intervienen en condiciones naturales y las actividades humanas en la naturaleza. Todo esto hace que su extensión geográfica, y los problemas que generan, se estén expandiendo.
Más allá del síndrome alfa-gal, las garrapatas pueden albergar varios tipos de organismos patógenos que a su vez se pueden transmitir por picadura al ser humano. Las enfermedades que más frecuentemente transmiten son las de origen bacteriano, como la enfermedad de Lyme, la anaplasmosis o la rickettsiosis; las parasitarias, como la babesiosis; y las de origen vírico como la encefalitis o la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, cuyo riesgo en nuestro país sigue siendo bajo.
El problema es que no siempre provocan síntomas y los pacientes no saben que les ha picado una garrapata. Y, cuando hay síntomas, se producen cuadros clínicos inespecíficos, lo que dificulta su diagnóstico y tratamiento.
Además, las garrapatas no son solo vectores transmisores. Algunas producen lo que se llama parálisis por picadura de garrapata. Y esto es porque algunas, como Ixodes holocyclus, presentan una neurotoxina en sus glándulas salivares que, aun en pequeña cantidad, puede complicar mucho las cosas entre dos y siete días después de la picadura (según la salud del hospedador y el grado de infestación) hasta llegar a provocar una insuficiencia respiratoria y la muerte de una persona.
Podemos prevenir las picaduras, evitando entrar en áreas boscosas sin ir preparados con una vestimenta adecuada que cubra las extremidades, sobre todo si se hace deporte, y utilizar repelentes. Las personas diagnosticadas con alfa-gal tendrán que modificar su dieta, optando por la ingesta de carne de aves como el pollo y el pavo con el fin de, si así lo desean, continuar aportando proteínas de la carne en su dieta. En relación a la ingesta de medicamentos, deberán consultar siempre con el médico. Y, más que nunca, huir de la automedicación.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original aquí.The Conversationel original aquí