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Cómo desentrañar los secretos de los 'superancianos' nos puede ayudar a entender el envejecimiento cerebral

El doctor Bryan Strange y la estudiante de doctorado Marta García Huéscar, a las puertas del Centro de Alzhéimer Reina Sofía

África Gelardo Arrebola / Javier Cáceres

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Con la edad, el cerebro se atrofia y perdemos tejido de manera más o menos progresiva como parte de un proceso natural de envejecimiento. Esto hace que nos volvamos más lentos, no solo físicamente, también en cuanto a nuestra memoria. Pero hay un privilegiado grupo de personas a los que esta regla escrita en nuestros genes parece no afectarles. O al menos, no de la misma forma que al resto. Envejecen, claro, pero lo hacen de manera diferente.

Son los superancianos (superagers, en inglés). Aunque colocarles delante el prefijo “súper” pueda parecer demasiado, tiene todo el sentido: todavía no comprendemos del todo qué tienen de especial para que su memoria sea la de una persona unos 30 años más joven. Y en España –concretamente en el madrileño barrio de Vallecas– como mínimo, conocemos un centenar de ellos.

Los primeros estudios que describieron a los superancianos datan de 2012, firmados por la neuróloga Emily Rogalski, de la Universidad de Chicago. La experta descubrió que una región del cerebro era más gruesa en este grupo que en el resto. Esto les llevó a la conclusión de que comprender los factores que causaban este envejecimiento inusual podía ser clave para prevenir deterioros relacionados con la edad o incluso “los cambios más severos asociados con el alzhéimer”.

Pero fue Bryan Strange, director del Laboratorio de Neurociencia Clínica del Centro de Tecnología Biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid y doctor en Neurología Cognitiva por el Instituto de Neurología de Reino Unido, quien se ha encargado de desarrollar esta investigación.

“Este proyecto nace en un congreso en Estados Unidos cuando fui a ver una charla sobre envejecimiento saludable. Presentaron esta línea de investigación de superagers que estaban desarrollando en Chicago, con una definición muy clara”. Strange habla con elDiario.es en una de las salas del Centro de Alzheimer Reina Sofía, que con la colaboración de la Fundación Cien lleva adelante el proyecto Vallecas Alzhéimer Reina Sofía (VARS). El académico ha desarrollado desde hace años en la Universidad Politécnica de Madrid sus estudios sobre envejecimiento cognitivo, aunque fue en 2021 cuando la investigadora Marta Garo Pascual, Strange y su grupo publicaron su primera investigación sobre este grupo de voluntarios que estaban analizando. Pero ¿qué tienen de especial?

Escuchar música seguramente enriquece el cerebro. Tiene una estructura matemática que le gusta mucho a nuestro cerebro, además, el aprendizaje de cualquier tipo puede añadir algo a su conectividad funcional

Se trata de personas de 80 años de edad o más que tienen la memoria igual que una persona de 50 o 56 años, con lo que se mantienen muy bien tanto en términos de memoria como en agilidad, explica Marta García Huesca, doctoranda que acompaña al investigador durante la entrevista. El Strange Lab consiguió reunir en un inicio a 64 superancianos, a los que se les sometió a diferentes tipos de pruebas, algunas de lógica o fluidez semántica, pero también resonancias magnéticas, entre otras.

Sus resultados se compararon con otros ancianos del grupo de control, que también se encontraban en buenas condiciones físicas y en ambos casos se observó que tenían niveles muy bajos de biomarcadores para demencia en sangre. Sin embargo, los superancianos mostraban mejor memoria que sus compañeros, y también parecían ser más ágiles. “Se mueven más rápido, no solo en pruebas de mesa que se llaman fingertaps, sino también en ponerse de pie desde una silla, dar marcha atrás o sentarse, por ejemplo”, explica Strange.

Salud mental y... música

¿Existe una receta para protegernos de la atrofia cerebral con el envejecimiento? La respuesta rápida sería que no, en ciencia no hay recetas mágicas para frenar lo inevitable. Pero la respuesta larga es mucho más interesante. Las conclusiones de los estudios publicados apuntan a que sí existen determinados factores que tienen en común este raro grupo de mayores.

La hormona del estrés es muy tóxica para el hipocampo, que es el área de memoria más afectada en Alzhéimer. Altos niveles de estrés producen disminución de la habilidad de memoria

Todavía no hay evidencia suficiente sobre si hay genes implicados directamente, aunque el doctor Strange cree que sí los puede haber. Al margen de la genética, hay que tener en cuenta otro concepto: la epigenética, cuando los cambios se producen en nuestro ADN por factores ambientales como la alimentación o los hábitos de vida. Y aquí parece que sí hay diferencias.

La primera de esas claves es la salud mental. Los superancianos remiten rangos “mucho más bajos” de depresión y ansiedad. Hoy sabemos que cuidarnos psicológicamente es clave y que una mala salud mental se relaciona con una mayor predisposición a padecer enfermedades neurodegenerativas. “La hormona del estrés es muy tóxica para el hipocampo, que es el área de memoria más afectada en alzhéimer. Altos niveles de estrés producen disminución de la habilidad de memoria”, explica Strange, lo que puede convertirse en un “círculo vicioso”. A más problemas de memoria, más depresión y menos ganas de socializar, lo que implica más estrés, y a la vez más problemas de memoria.

Los superagers también son “más musicales”. O bien han aprendido a tocar un instrumento durante su juventud o han escuchado más música que los demás. “Escuchar música seguramente enriquece el cerebro. Tiene una estructura matemática que le gusta mucho a nuestro cerebro, además, el aprendizaje de cualquier tipo puede añadir algo a su conectividad funcional”, añade el experto.

Strange describe una anécdota bien conocida por quienes hayan vivido de cerca una enfermedad como el Alzhéimer: llega Navidad y en el centro de mayores, comienzan a sonar villancicos. Muchos de esos residentes ya no recuerdan prácticamente nada de sus familias, pero oyen un villancico y comienzan a cantar. “Algo queda ahí y no entendemos qué es”, reconoce el doctor.

¿Y el ejercicio o la dieta? Sorprendentemente, estos mayores no hacen más ejercicio ni llevan una dieta especialmente más saludable que el resto. ¿Eso significa que son sedentarios o que no se alimentan adecuadamente? No. El neurólogo precisa que puede ser que sí sean más activos que el resto, aunque no hagan ningún deporte en específico. Y respecto a la dieta, explica Strange, todos partían de una dieta mediterránea, con lo que se presupone que la mayoría de los ancianos llevarían unos hábitos similares de comida.

Al doctor le interesa especialmente uno de los puntos el estudio: el del sueño. “Me ha gustado”, dice sonriendo. “No es que duerman más o menos: duermen lo suficiente. Me gustaría despertarme y decir ”he dormido lo suficiente'“.

Más sustancia gris en el hipocampo

¿Los superancianos tienen supercerebro al nacer? No, no es más grande que el del resto, sino que ese proceso de atrofia que hace que el órgano pierda tejido, en este grupo de estudio, es mínimo. “No es que hayan nacido con el cerebro más grande, sino que se va achicando de forma más lenta”, precisa Strange. Lo que sí tienen, según los estudios más recientes, son neuronas más grandes.

Concretamente, estas células se han observado en la capa II de la corteza cerebral entorrinal, una parte del cerebro que está relacionada con la preservación de la memoria. Y además, se ha encontrado “más sustancia gris en el hipocampo, que es una de las áreas del cerebro que se encarga de la memoria. Parece que comparados con otras personas que envejecen normal sin patologías tienen más densidad de neuronas en el hipocampo y en el tálamo, en la zona que se encarga de las habilidades motoras”, explica Marta García.

Uno de los procesos fundamentales para conocer exactamente qué sucede en los cerebros de las personas con enfermedades neurodegenerativas es el análisis neuropatológico. La Fundación Cien dispone de un biobanco con tejidos donados que son estudiados para contrastar la información clínica del paciente con lo que se ve al microscopio. “Aunque clínicamente una persona parezca tener una enfermedad de alzhéimer de forma aislada, cuando estudiamos el tejido evidenciamos otras patologías asociadas”, explican María José López Martínez, neuropatóloga, y Laura Saiz, coordinadora de este banco de cerebros.

De esta manera, se puede comparar esa información observada con su cuadro clínico y explicar qué alteraciones provocan sus síntomas. “Además, al ver qué ocurre exactamente en el cerebro de un paciente con demencia estamos ayudando a desentrañar los mecanismos que generan la enfermedad”, continúa la experta, algo crucial para avanzar en las investigaciones y conseguir nuevas terapias.

“No todos vamos a tener demencia pero todos vamos a envejecer”

En el pasado mes de mayo, investigadores españoles publicaron en la revista Nature Medicine que más del 95% de las personas mayores de 65 años con dos copias del gen APOE4 presentaban biomarcadores de alzhéimer en el líquido cefalorraquídeo y en las exploraciones PET. Es decir, la mayoría tenía más posibilidades de desarrollar la enfermedad. “Algunos estudios de EEUU indicaban que este gen no estaba en su grupo de superagers, pero tenían una muestra pequeña. Ahora tenemos más de 100 y vemos que ese gen está ahí: hay superagers con APOE4”. Es decir, que puede que existan otros factores protectores contra el efecto de este gen.

Los superancianos son “un fenotipo raro”, explica el doctor, por lo que es complicado establecer qué genes pueden intervenir en su proceso de envejecimiento. Para eso es necesario una muestra grande, con miles de participantes, para poder hacer análisis de ADN y comparar resultados, por lo que Strange propone un grupo internacional.

Además, el experto busca hacer estudios de magnetoencefalografía, una técnica para observar si este grupo de personas tienen más conectividad frontal: “Si logramos encontrar cómo funciona esa conectividad a lo mejor lo podemos inducir de formas no invasivas estimulación cerebral transcraneal en otras personas mayores para intentar mejorar su rendimiento cognitivo”, precisa. De esa manera se podría aplicar la información obtenida a mejorar la calidad de vida de personas que presentan una pérdida de su función cerebral, pero también desentrañar qué ocurre en el cuerpo al final de nuestra vida. “Porque no todo el mundo va a tener demencia, pero todo el mundo va a envejecer”, precisa Strange.

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