Lo que la pandemia de COVID-19 nos ha enseñado de la muerte, el duelo y la soledad no se aprende en ninguna facultad de Psicología. El número de fallecidos por el virus alcanza los 520.000 en todo el planeta, una cifra que escandaliza y que a la vez corre el peligro de ser considerada solamente eso: una cifra. Según los psicólogos, esto sucede porque la sociedad aún no se ha dado cuenta de que está viviendo una tragedia colectiva y carece de estrategias para tratar el dolor de manera conjunta.
Aunque la crisis sanitaria tiene elementos comunes con otras grandes catástrofes sociales, como cataclismos o atentados, el duelo no ha seguido esos patrones. Menos aún cuando gran parte de las muertes se han producido en pleno confinamiento y se han quedado sin rituales inmediatos de despedida.
Mónica Pinzón, psicóloga experta en duelo y profesora universitaria en Guatemala, está acostumbrada a tratar duelos inacabados en las comunidades mayas que han sobrevivido a los conflictos armados internos y a otras violencias sociales. También es lo que allí llaman ajq'ij o guía espiritual, que “ayudan en el proceso de sanación física y espiritual y se comunican con los ancestros que no están en vida”.
Lejos de recalcar diferencias culturales, tener un pie en cada realidad –la espiritual y la académica– le ha permitido alternar los conocimientos de ambas sin dejarse llevar por los prejuicios que ella misma sufre. Consciente del tabú alrededor de la muerte y del duelo individualista que se practica en Occidente, Pinzón ofreció una conferencia virtual en La Casa Encendida, coordinado por la Asociación de Mujeres de Guatemala AMG, para aprender a “colectivizar el dolor” de las pérdidas por la COVID-19 como hacen otras culturas no hegemónicas.
¿Cómo se llega a ser ajq'ij en la cultura maya y cuál es su misión?
Normalmente nadie es nombrado ajq'ij antes de cumplir los 50 años, a no ser que mueras emocional o espiritualmente como me pasó a mí, que entonces recibes la vara antes y es un proceso que dura nueve meses (13 lunas en el calendario maya). Nuestra misión es compartir el conocimiento ancestral, acompañar en el sufrimiento, comunicarse con los ancestros y con la naturaleza y, sobre todo, comprender muy bien la vida y la muerte.
Por ejemplo, la muerte para Occidente es lineal, pero para los mayas es en espiral: no es el fin sino un paso más hacia la trascendencia. Creo útil compartir la cosmovisión maya con otros pueblos para ver, cada uno desde sus creencias, qué alternativas hay a la vivencia del dolor en soledad.
¿Qué diferencia el duelo en Guatemala, en la cultura maya y en los países occidentales como España?
El duelo es un periodo de adaptación emocional que surge ante cualquier pérdida de algo o de alguien. Eso es común a todas las culturas. En Guatemala sabemos que hay diferentes tipos de duelo dependiendo del tipo de muerte y en la cultura maya hasta los nombramos distinto: decimos que es difunto quien se fue antes de tiempo, ya sea por violencia política o por coronavirus, y es finado el que finalizó su vida por causa natural. Y hay un carácter de acompañamiento diferente que en España no existe.
En Guatemala, debido a la violencia política, nos hemos acostumbrado a velar sin cuerpo al difunto porque está desaparecido o el Estado no se lo da a la familia. Eso genera un duelo alterado que ha necesitado de otros ritos que honran su memoria y no permiten que sea olvidado. Así se reestablece la energía con el difunto e implica que el vivo también está bien. Hay ceremonias con fuego o con cometas en los que escribimos mensajes. En definitiva, nos planteamos la muerte desde un lugar más cercano y festivo, desde un acompañamiento constante.
En España, en cambio, esos ritos están asociados a la inmediatez de la muerte. ¿Habría que intentar despedirse aunque sea meses después?
Absolutamente. Eso es lo que hay que dejar claro. Un duelo normal toma dos años aproximadamente. No es el entierro y ya. Las personas pasan por varias fases hasta que lo asimilan: ira, negación, tristeza, depresión y aceptación, y dependiendo de la fase el rito es incluso más necesario para seguir con nuestra propia vida.
Eso a nivel individual, pero cuando hablan de estrategias para colectivizar el dolor, ¿a qué se refieren?
Yo lo planteo de dos maneras: personal y social. En el primero, cada uno de acuerdo siempre a su escenario referencial, se puede plantear un ritual de conexión a través de la vida: puede ser sembrándola de forma literal en un árbol, una flor o una semilla, o haciendo una carta que exprese lo que quedó pendiente de decir.
A nivel social, hay que hacer entender a la gente que en el espacio colectivo también está su acompañamiento. En Guatemala les despedimos con música y con alegría, no con tragedia. Hay muchas formas sociales y cada país debe buscar las suyas. Pero pensando en España, eso falta. Falta esa conexión social alrededor de los muertos. Por eso propongo un Día internacional de los Difuntos por Covid que ayude a la sociedad a afrontar el dolor. Un día en el que salir a conmemorar todas esas muertes de forma puntual. Necesitamos actos sociales y rituales fuertes.
Para ello se necesitaría un compromiso a nivel estatal. ¿Cree que los gobiernos se están implicando lo suficiente en el duelo de su ciudadanía?
En absoluto. Para empezar, necesitamos una buena Ley de Salud Mental. Guatemala no tiene. En España hay una, pero necesita reformas para que aplique al acompañamiento de los familiares. Pero es urgente porque la salud mental de toda la población se está viendo afectada y en la post-pandemia va a ser aún peor.
Además, los países necesitan dignificar a sus muertos y todos los familiares víctimas de la pandemia necesitan comprender la verdad. Su duelo va a durar muchos más años que un duelo normal y hay que acompañarles a todos los niveles, también a un nivel institucional. Así como se ha hecho en los espacios de violencia política, se debe dedicar un día nacional a las víctimas de coronavirus, puesto que muchas también lo fueron por las carencias de los sistemas de salud.
Se ha hablado mucho de considerar a los muertos como un número. Guatemala cuenta 768. ¿Cree que las altas cifras de España nos han acabado anestesiando?
Para nosotros, perder a una sola persona significa perder muchísimo a nivel cultural. Desde la muerte uno todos deberíamos ser conscientes del impacto que ha dejado esa persona en nuestras vidas. No lo miraría tanto por la cantidad sino por el impacto que tiene en los saberes, conocimientos y símbolos que representaban los difuntos.
Respecto a eso, existe una gran conmoción en España por el abandono de las residencias de ancianos y las indicaciones de no llevarlos a los hospitales. ¿Se ha considerado a las personas mayores como estorbos o entes no productivos que no merecían ser tratados?
En las cosmovisiones mayas, de la Guatemala profunda, se concibe al abuelo como alguien sagrado, como la oportunidad de seguir conociendo. Está investido de poder afectivo y simbólico. Su pérdida es muy grande porque ese conocimiento se pierde si no le dio tiempo a compartirlo. La voz y la autoridad que ejerce tener el pelo blanco para nosotros es valioso y, en psicología, decimos que esa reciprocidad es el afecto.
Otra cosa es que en Guatemala las políticas, las leyes y los estados de emergencia no estén dirigidos hacia la tercera edad. Tampoco a los niños o a las mujeres. Pareciera que llega a un solo grupo productivo o activo económicamente. Es una mirada muy hegemónica y monocultural que vulnera aún más nuestros derechos.
De hecho, la labor de los cuidados durante la pandemia y en la vida normal ha recaído sobre los hombros de las mujeres. ¿Ocurre lo mismo con la gestión del dolor en caso de pérdida?
El dolor también ha estado siempre sobre la espalda de las mujeres y hay que ir deconstruyéndolo y soltando esa carga. Es parte de la estructura patriarcal por la que deben ser las abnegadas y las pasivas. Simbólicamente, colocar el sufrimiento desbordado sobre nuestros hombros también manda el mensaje de que somos las necesitamos más protección, cuando en realidad somos las que sostenemos a todos los demás. Hay que cuestionar la figura de la mujer como ese ser para el otro y no para sí misma y empoderarnos en nuestro propio dolor.
Otra de las cargas del duelo en esta pandemia ha sido la culpa. ¿Qué estrategias recomienda para soltarla?
La culpa es muy peligrosa. Cuando piensas que la has soltado de la espalda se coloca en el corazón. A nivel cognitivo existen diferentes procesos para soltar esa emoción, como sonidos, músicas o la terapia de la silla vacía, para hablarle y disculparnos. En la tradición maya lo hacemos a través de la ceremonia del fuego, que es un momento fuerte pero que inmediatamente resuelve lo pendiente. También los baños con flores blancas. Trabajamos la culpa con el cuerpo, la espiritualidad y con la conexión con el muerto.
¿Volver a la “nueva normalidad” tras el estado de alarma puede disparar los sentimientos de negación o de naturalizar la muerte como si esa persona nunca hubiese estado?
Justo Pauline Post habla de la pérdida ambigua que surge al no hacer el cierre. En la psicología social decimos que es un duelo alterado. Suele ocurrir con una muerte prematura o sorpresiva tras la que la persona sigue con su vida al no poder despedir al difunto. En ese escenario no entra en juego solo el trauma y el shock, sino un duelo alterado que hay que tratar desde el plano psicosocial y espiritual. Pero hay que tener cautela con esto último porque algunas religiones refuerzan justo eso que no quieres que pase: la culpa.
Pienso en algunas expresiones del cristianismo o de la religión católica, que refuerzan la idea del pecado o del infierno. ¿A eso se refiere?
A los mayas no nos entienden. Nos tratan de brujos y hechiceros, como en los tiempos del oscurantismo, pero nosotros estamos muy abiertos a escuchar otras creencias y compartir nuestro saber con todas ellas. Yo respeto muchísimo todas las expresiones religiosas, pero no comparto la ideología que también tienen algunas. La religión debe plantear la muerte como el lugar en el que el ser finado o difunto está caminando en paz y no como que ha quedado atrapado en el limbo o que ha ido al infierno porque fue mala persona. Eso solo pone una carga de angustia y tragedia en los vivos que le velan.
Por último, ante esta distancia social impuesta en el duelo, sin abrazos ni besos, ¿cómo propone suplirlo?
Una cosa es que nos estemos distanciando por razones obvias del virus y otra es aislando. Hay que separarlo. Distanciar no es aislarte, es convivir de otra manera. Ahora mismo todo el mundo tiene un teléfono y creo que la voz humana tiene un poder sanador tremendo. Y, cuando termine todo esto, hay convocar actos y crear lenguajes que nos conecten. Hay que empezar a hablar desde el cuerpo con cariño.