“Después de ver al Papa, voy a misa, comulgo. No voy a revelar nunca lo que me dijo, pero si lees entre líneas...”. Diego Neria, el transexual español que el año pasado fue recibido, junto a su novia, Macarena, en el Vaticano, refleja su experiencia en El Despiste de Dios (Tropo). En una entrevista con eldiario.es, Neria denuncia a los “obispos de hierro” españoles, “una minoría muy dañina, un brazo armado anclado en el pasado y basado en el miedo”, que “hace mucho daño” a millones de personas.
Se confiesa creyente y practicante. ¿Se puede uno sentir a gusto en una institución como ésta?
Es complicado. Toda mi vida he tenido una fe inquebrantable, pero ha habido bastantes momentos en mi vida en los que he tenido que vivir esta fe en soledad, porque me encontraba una parte de la Iglesia que me rechazaba. No tanto por acoso como por determinadas preguntas, silencios... Nunca se me ha negado la comunión, entre otras cosas porque durante muchos años no me atreví a ir a la iglesia. Me he encontrado gente maravillosa, dentro y fuera de la institución, pero también una rama que, cuidado... Pero yo no quiero enfrentarme a ese sector.
Sería normal, hasta lógico, que alguien como usted sintiera un cierto odio hacia la Iglesia.
A mí me preguntan cómo después de todo lo que me ha pasado puedo seguir creyendo, y les contesto que para mí, la Iglesia es lo que estoy viviendo ahora. La Iglesia que se llama Bergoglio, que se llama padre Ángel, la iglesia que está al pie del cañón y no separando, la iglesia que está acogiendo y no juzgando. Ésa es la iglesia que yo he querido siempre. A mí me daba miedo querer al Dios que algunos presentan, el dios del látigo, la condena y el infierno, me producía temor... Luego vas avanzando y te vas dando cuenta de que no es el Dios que te habían pintado.
Obispos como el de Alcalá, Getafe, San Sebastián o Córdoba escriben pastorales hablando de aberraciones, de “aquelarres”.
Este Papa está abriendo puertas, está entrando un aire fresco en el Vaticano que yo creo que no había entrado nunca. Esto cambiará con el tiempo. Yo no lo conoceré. Me encuentro a miles de personas a diario, gente que está aterrada, que cree en Dios pero no se atreve a ir a la iglesia. Porque comentarios como los que hacen todos esos obispos hacen que la gente se asuste más, y se quede en cuarta fila, con la cabeza agachada y pidiendo perdón por existir. Ya no me duele por mí, pero me afecta por la gente que sufre: el daño que están haciendo a la Iglesia católica con ese tipo de barbaridades es brutal. Es una minoría muy dañina, un brazo armado anclado en el pasado y basado en el miedo, en esa bota encima de la cabeza... En el caso de la transexualidad, es la gran desconocida. Los obispos se atreven a hablar de gays, pero de transexualidad no.
¿Hay momentos en los que piensa que es usted un pecador o un enfermo como defienden algunos en la Iglesia?
Un pecador, por supuesto. Pero un enfermo, jamás. Te llaman enfermo, te dicen que eres un frívolo, vicioso, te llaman lesbiana... porque no saben. La transexualidad es un tema difícil de entender, y lo entiendo. Es complicado, nunca he pedido a nadie que me entienda. Pero que me dejen que siga mi camino. Por ejemplo, no puedo casarme por la Iglesia.
Cuenta en el libro que todo empezó con una carta que envió al Papa. ¿Qué decía?
Era un derroche de dolor y de enfado. No entendía nada, no entendía por qué la Iglesia no me quería. Eso era lo que le planteaba. Pasaron meses, y ya casi me había olvidado. Un buen día sonó el teléfono. De entrada, no creí que fuera él, le estuve vacilando... Me empecé a poner nervioso, él se reía, y me decía que tenía mi carta en la mano. Me dio dos o tres datos que solamente sabíamos él y yo. Esa conversación es la que menos recuerdo, porque hemos hablado más veces. Me dijo: escúchame, que quiero verte en Roma. Quedó en llamarme, y lo hizo. Todas las veces que he tenido contacto ha sido él quien ha llamado. No ha habido ningún intermediario nunca.
¿De qué hablaron?
Estuvimos hora y media con él. Se hablaron muchas cosas. Esa conversación se viene conmigo, con Macarena y con él. A mí me encantaría poder compartirla, pero no me pertenece a mí solo.
¿Ha cambiado su vida cristiana?
No pretendo hacer de esto un espectáculo. Cuando volví de Roma, tardé bastante tiempo en ir a comulgar, para evitar que hubiera medios, etc... Si me pilla en Sevilla, voy a mi Macarena como hermano macareno que soy, escucho mi misa y comulgo. Pero no pretendo ser un referente de nadie. Pero si se lee entre líneas, aunque no vaya a decir de qué hablamos, habrá gente que podrá vivir un poco más tranquila.