“Es inmoral e insostenible”. El equipo editorial de la revista NeuroImage, de acceso abierto, la más prestigiosa en el campo de las imágenes cerebrales y editada por el gigante Elsevier, ha dimitido al completo por el abuso que, sostienen, comete la revista con los precios que cobra por publicar artículos científicos. Los editores –un grupo de 42 mujeres y hombres de universidades de países de todo el mundo que también trabajaban para la revista NeuroImage: Reports– explican en una carta abierta que intentaron convencer a la revista de que bajase sus precios, pero esta no se mostró dispuesta. La negativa provocó la dimisión en bloque y una venganza: los científicos anuncian que crearán una nueva revista, Imagine Neuroscience, para que compita con NeuroImage y eventualmente se convierta en la referencia del sector.
Este movimiento, con una carga probablemente más simbólica que efectiva en un mercado que cuenta con miles de revistas y maneja miles de millones al año, puede suponer un toque de atención para las editoras: los científicos están empezando a cansarse de que se abuse de su trabajo y del dinero público en busca del beneficio privado.
Elsevier ha publicado una nota en la que explica que su APC –article processing charges, es lo que paga el autor de un artículo a una revista para que lo valide, edite, le dé formato y lo publique en abierto para que todo el mundo pueda leerlo– “está por debajo de la revista que más se parece en su campo”, en línea con la práctica de este gigante de fijar sus precios “por debajo de la media del mercado”, según la editorial. NeuroImage cobra 3.450 dólares por publicar un artículo y los editores le pidieron sin éxito que lo dejara por debajo de 2.000 dólares. Elsevier factura unos 2.600 millones de euros anuales.
El sistema de publicación científica es perverso y un gran negocio para las editoriales que se dedican a ello. Las revistas se aprovechan del “publish or perish” (publica o perece), el aforismo que domina la carrera científico-universitaria: si no investigas, si no publicas en revistas de impacto el producto de esas investigaciones, te estancas. No ganas sexenios, no promocionas, pierdes (o dejas de ganar) dinero.
Del papel a internet, de la suscripción al acceso abierto
Históricamente, las revistas –cuando eran en papel– cobraban por suscripción. Quien quisiera leerlas tenía que pagar una cuota y a cambio recibía el ejemplar. Las revistas estaban editadas en su mayoría por las sociedades científicas de los países, por lo que primaba la ciencia, y el precio de las suscripciones variaba en función de si era un particular o una institución. El sistema estuvo funcionando bajo ese método más o menos hasta que llegó internet, que cambió las reglas de juego.
Las revistas se pasaron a la red y los costes de editarlas se desplomaron (ya no había que imprimir). Se multiplicaron las publicaciones, cada vez había más y las universidades empezaban a no poder permitirse suscripciones a todas. Y algunas de las grandes se plantaron, cortaron las suscripciones. Las grandes editoras, flexibles, se adaptaron y crearon el modelo open access (acceso abierto): en vez de cobrar por leer, empezaron a cobrar por publicar.
De esta manera se le dio la vuelta a quién paga. Bajo este modelo –que convive con el antiguo, y los hay híbridos también– son los investigadores quienes le pagan a las revistas por publicar sus papers. Los referidos APCs han sustituido a las suscripciones: el científico de turno envía un artículo a la revista, que valida lo que en él se cuenta (a través de revisores externos) y lo publica con acceso abierto. Cualquiera puede entrar en la web de la publicación y leer el artículo. Pero al investigador le cuesta unos miles de euros, que varían en función de lo importante que sea la revista, un dinero que habitualmente se extrae de los fondos que se le concedieron para investigar y que casi siempre –al menos en el caso español– son públicos.
Las administraciones públicas acaban pagando dos veces por lo mismo: financian las investigaciones y luego pagan para que sus empleados (profesores de universidad o investigadores) publiquen y accedan a las revistas
Esta es una de las principales quejas que muchos científicos realizan a las grandes editoras científicas: cobran, y no poco (hasta 10.000 dólares en los casos más extremos), pero apenas aportan valor añadido. “Las revistas no financian la ciencia (que acaba convertida en artículos), ni la escritura de los artículos ni pagan a los revisores [quienes controlan su contenido y los validan o piden cambios, que trabajan por amor al arte] y pagan mínimos estipendios editoriales”, recuerdan en su carta los editores de NeuroImage dimitidos. Un estudio calculó que solo los revisores (otros científicos) de Estados Unidos regalaron en 2020 a las revistas unos 130 millones de horas en estas labores, un trabajo que ese mismo estudio calculaba en 1.500 millones de dólares en 12 meses.
Además, visto desde el otro lado, las administraciones públicas acaban pagando dos veces por lo mismo: financian las investigaciones y luego pagan para que sus empleados (profesores de universidad o investigadores) publiquen y accedan a las revistas. En España, por ejemplo, en un afán por democratizar la publicación en revistas entre los científicos a la hora de afrontar los costes por publicar y para garantizar el acceso a algunas revistas que aún funcionan por suscripción y no por acceso abierto, la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el mayor organismo público de investigación en el país, alcanzaron un acuerdo con las principales cuatro editoriales científicas (Elsevier, Wiley, Springer y American Chemical Society) por el que entre las universidades y el CSIC pagan 42,5 millones de euros cada año para que sus empleados publiquen en sus revistas y tengan acceso a las mismas. Y el acuerdo ni siquiera cubre una parte importante de lo que se publica en un año en España, según el análisis de un catedrático. El 90% de la producción se queda fuera.
En medio de este panorama, hay organismos e individuos que se están plantando. Específicamente contra Elsevier. En Estados Unidos la gigantesca Universidad de California, que agrupa a varios centros, anunció hace tres años que dejaría de pagar las suscripciones. Unos 16.000 investigadores firmaron un manifiesto contra la editorial, en el que el 80% de ellos se comprometía a no publicar con Elsevier (aunque no todos cumplieron). Esta sería una deriva peligrosa para la empresa, ya que si deja de publicar a los grandes investigadores sus revistas se citarán menos y perderán relevancia, lo que puede poner en marcha un círculo perverso: te vuelves menos relevante porque publicas menos y, como menos gente quiere publicar contigo, te vuelves aún menos relevante.
“Lamentamos tomar esta decisión”
En los últimos años, además, han proliferado las conocidas como revistas depredadoras. Publicaciones que ofrecen normalmente precios más bajos por publicar y, sobre todo, que ponen pocas pegas a los artículos, los gestionan muy rápido (poco más de un mes frente a una media de cinco) y ofrecen libre acceso. Como consecuencia, muchos investigadores españoles se están pasando a estas revistas, un hecho que preocupa en el sector porque, aseguran los expertos, prima el beneficio económico sobre la calidad de lo publicado. Publish or perish.
Las editoriales comerciales tienen que generar algún beneficio, pero sentimos que la era de los grandes márgenes de beneficio para algunos editores se acaba
Los beneficios se disparan en el sector a costa del trabajo ajeno, recuerdan los editores de NeuroImage dimitidos, y como resultado “autores y revisores rechazan cada vez más trabajar para revistas de altos beneficios”. Y creen por tanto que el modelo no es sostenible, que toman la decisión casi porque no ven alternativa viable a futuro. “Lamentamos tomar esta decisión. Nos encanta nuestro campo y estamos muy orgullosos de que NeuroImage haya representado lo mejor de la ciencia. (...) No queremos verla desaparecer. Estábamos muy divididos entre querer que NeuroImage continuara como una revista puntera y nuestro convencimiento de que necesitamos tomar partido en la cuestión extrema de los APC. (...) Creemos que estamos tomando la decisión correcta. En ese sentido, nos refuerza que tenemos el apoyo total y explícito de los cuatro últimos editores jefes de NeuroImage: Michael Breakspear (Newcastle, Australia), Peter Bandettini (NIH, Estados Unidos), Paul Fletcher (Cambridge, Reino Unido), and Karl Friston (UCL, Reino Unido)”.
El siguiente paso es crear la alternativa a NeuroImage, explican los editores. “Estamos comprometidos no solo con que Imaging Neuroscience sea la revista más importante en nuestro campo, también en demostrar el camino a seguir en las publicaciones sin ánimo de lucro. Aunque somos conscientes de que las editoriales comerciales tienen que generar algún beneficio, sentimos que la era de los grandes márgenes de beneficio para algunos editores se acaba. Estamos muy emocionados con la nueva revista y deseamos recibir pronto envíos para Imaging Neuroscience”, cierran su carta.