El estreno de la serie documental sobre la vida de Rocío Carrasco este domingo por la noche en Telecinco apenas ha dejado indiferente a nadie. La hija de Rocío Jurado ha hablado por primera vez en dos décadas y ha denunciado haber sido víctima de violencia a manos de su exmarido, Antonio David Flores. Durante este tiempo él ha recorrido los platós de televisión vendiendo una versión sobre la separación y la relación con sus dos hijos que la prensa rosa, especialmente la misma cadena que emite Rocío, contar la verdad para seguir viva, asumió y reprodujo casi sin discusión. Las dos primeras entregas de la serie, hecha a partir de 60 horas de entrevista, arrasaron en audiencia y alcanzaron un 33,2% de cuota de pantalla.
Horas después Telecinco anunciaba que prescindirá de Flores, que no ha sido condenado, como colaborador de sus programas tras el duro relato de Carrasco. Ella lamenta el juicio y cuestionamiento público al que ha sido sometida estos años, siendo acusada de “mala madre” por su relación con sus hijos, a los que, según explica, Flores puso en su contra. La revelación ha desatado una frenética oleada de reacciones y más allá de la revisión del propio caso y los tintes de espectacularización de su emisión, ha logrado generar una conversación pública sobre las violencias machistas, todavía atravesadas por los estereotipos y el silencio social a pesar de los avances. Y es que el de Carrasco es un testimonio que, a modo de espejo, ha hecho un retrato en horario de máxima audiencia de cómo funciona y se articula esta violencia.
“Tenemos una red de apoyo en Telegram con algunas mujeres que atendemos y ayer una de ellas nos decía: es que soy yo ahora mismo”, cuenta Beatriz Durán, psicóloga especializada en violencia de género. Según la última Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer del Ministerio de Igualdad, publicada el año pasado, casi una de cada tres mujeres mayores de 16 años han sufrido maltrato psicológico por parte de alguna pareja o expareja, un tipo de violencia mucho más invisible que la física y a la que Carrasco aludió en varias ocasiones. Los insultos, amenazas y humillaciones, el control, la culpabilización o el aislamiento son comunes. Y en un contexto de dependencia emocional, llegan a ser difíciles de reconocer, hasta que la autoestima se deteriora, coinciden las expertas.
“Es muy sutil el inicio. Es como una serpiente que se va arrastrando por el suelo sin verla y de repente la tienes delante. Si a ti te llega un desconocido y te dice una vez 'eres una zorra' es fácil de identificar, pero el problema es que son cosas que se van repitiendo tantas veces, en medio de una cultura del miedo, la vergüenza y la culpa, que se van normalizando y el límite de lo que está permitido se va moviendo. Lo que aprenden las víctimas es a alejar cada vez más el límite hasta que llega un momento que no saben dónde está”, explica Durán. Y esto ocurre porque la violencia está marcada por la manipulación del agresor: “Es perverso, pero les dan una de cal y otra de arena. Eso en las víctimas crea una ambigüedad y piensan que les compensa porque viven 'micro-ratos' de felicidad”. De acuerdo con la encuesta de Igualdad, la violencia física y sexual en la pareja, que ha sufrido un 14,2% de mujeres, siempre van acompañadas de la psicológica.
Esta es la que en muchas ocasiones acaba por atrapar a las mujeres en las relaciones de maltrato. “Te entran sentimientos encontrados. Estás entre el me lo creo y la duda. Él recurría al llanto, al no es culpa mía, qué estás diciendo...” o “En ese momento no te das cuenta de la gravedad que eso tiene. Llega un momento en que lo normalizas”, contó Carrasco en la entrevista. Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia de género que acudió al plató de Telecinco a comentar la serie, explica que “el problema es que este maltrato ataca a lo más básico: el criterio. No saben si lo que les está pasando es real o no, o es que ella es una exagerada, porque cuando han reaccionado, las han tachado de locas, de sensibles, de creadoras del conflicto, o de que no es para tanto...”. Todo este proceso tiene unas “profundas y enormes” consecuencias en la salud mental de las víctimas.
Indefensión aprendida: ocho años de media para verbalizar el maltrato
Romper este círculo de la violencia no es sencillo. Y no es casual que la mayor parte de víctimas atrasen en el tiempo la decisión de verbalizar lo que les ocurre o que incluso nunca lo hagan: según un reciente estudio de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, la media está en los ocho años y ocho meses. Solo un 21,7% de las víctimas, de acuerdo con la estimación de la Macroencuesta, han denunciado a su agresor. “La mayoría están asustadas y tienen miedo. Poco a poco van sufriendo tal nivel de deterioro psicológico que las incapacita para reaccionar. Lo que genera normalmente la violencia es indefensión, es decir, empiezan a interiorizar que no hay nada que puedan hacer”, cree Zorrilla, que apunta también a los obstáculos que pueden encontrarse en el ámbito judicial si denuncian. Algo que recientemente reconoció la fiscal coordinadora de Violencia sobre la Mujer, Pilar Martín Nájera, en una entrevista en este medio, en la que aludió a un “proceso duro, que daña y revictimiza”.
Y aunque los casos acaben en los juzgados, no todos terminan en condena. La hija de Rocío Jurado denunció el maltrato, pero en 2018 el proceso fue archivado. Desde determinados sectores, fundamentalmente de la extrema derecha, se equipara habitualmente el número de procedimientos sobreseídos con las denuncias falsas, pero que se archive un caso no quiere decir que la mujer haya mentido. “La existencia de un sobreseimiento lo que expresa es que no hay indicios o no son suficientes para sostener la acusación o para dictar una sentencia condenatoria. Significa que no se puede decir que no ha pasado ni tampoco que ha pasado”, explica Inés Herreros, vocal del Consejo Fiscal y miembro de la Unión Progresista de Fiscal (UPF).
Esto se une a que las mujeres se enfrentan a mayores dificultades probatorias si son víctimas de violencia psicológica. Herreros alude en este sentido a la necesidad de que haya formación en todos los operadores jurídicos con herramientas para identificar el clima y el contexto violento que sufren las víctimas, independientemente de que contra ellas se utilice el maltrato físico o no. Según ha recordado en ocasiones la Fiscalía, las Unidades de Valoración Forense Integral (UVFI), formadas por equipos multidisciplinares, son “especialmente útiles” para estos supuestos, pero su uso no está extendido en España. “Es mucho más fácil cuando tenemos el golpe, el ojo morado y todo aquello que tradicionalmente se nos ha representado como violento porque solemos visibilizar a las víctimas como estamos acostumbrados a verlas, sometidas al poder físico del hombre, pero la violencia psicológica se sustenta sobre muchos prejuicios sociales contra las mujeres que hay que hacer el esfuerzo de deconstruir”, añade la fiscal.
Pero, además, el testimonio de Carrasco es el de una víctima inesperada que no responde a la imagen que socialmente se cree que deben cumplir las mujeres que sufren o han sufrido violencia de género. “No cumple ese ese perfil característico de mujer maltratada, pero es que la realidad es que la violencia no afecta a un tipo de mujer determinado, de una clase o estatus concreto. Nos puede pasar a cualquiera”, reflexiona Zorrilla.
La violencia vicaria y los estereotipos de género
El relato de Rocío Carrasco también ha servido para hablar de otro tipo de violencia: la que afecta a los hijos e hijas. Los niños y niñas son víctimas directas del maltrato que sufren sus madres, según la legislación española, pero hay expertas que han afinado en una calificación más exacta y la han llamado violencia vicaria. Esta se produce “cuando el agresor utiliza a los hijos e hijas para hacer daño a la mujer”, en muchas ocasiones cuando la pareja se ha separado, señala Durán -“Te los voy a quitar. Voy a hacer que te odien”, aseguró Carrasco que le dijo Flores sobre sus hijos tras el divorcio. Lo más extremo es el asesinato –ha habido uno en lo que llevamos de 2021 y tres en 2020–, pero a menor escala también ocurre: “Cada caso es un mundo, pero puede ser que se les posicione en contra de la madre, se les utilice como espías... Lo que hay que tener muy claro es que es incompatible con ser un buen padre porque no es una figura que cuida y protege y es algo que tiene consecuencias en los menores”, explica Zorrilla. Según los últimos datos del Consejo General del Poder Judicial, solo en un 3,01% de las denuncias en los Juzgados de Violencia sobre la Mujer en 2020, los jueces decidieron suspender el régimen de visitas con los presuntos agresores.
El calado de los prejuicios de género es otro hilo conductor de los casos de violencia machista. Estereotipos que condicionan la salida de la violencia, la ruptura del silencio, el apoyo del entorno y las investigaciones, coinciden las expertas. Y, que, en última instancia, afectan a la consideración social que se tiene de las víctimas y hasta qué punto son creídas. Con una mujer famosa, esto se ha disparado: “Con Rocío ha habido una revictimización pública, continua y constante. Si un padre está sin sus hijos, no se dice que es un mal padre o se le desnaturaliza. En este caso, sí”, cree Zorrilla, que apunta a que “les pasa a las mujeres también en pequeña escala”: “Sigue activo ese prejuicio de que si denuncian será porque se quieren quedar con los hijos o la casa. Y de esos estereotipos depende muchas veces la mirada del resto. Tengo una paciente que me decía el otro día 'Bárbara, no me habla nadie en el pueblo, porque él se ha encargado de decirles a todos que he denunciado falsamente'”, cuenta la experta.
En este punto, Herreros reflexiona sobre el papel que juegan los medios de comunicación, que “aunque hablen de una sola mujer, están perpetuando un mensaje para todas. Algo que, en definitiva, afecta al sostenimiento de la propia violencia de género”. La misma cadena y muchos de los tertulianos que han aupado durante años estos estereotipos son los que han emitido y comentado los dos primeros capítulos. Para Durán, esta lectura social de la violencia machista influye en la ruptura del ciclo de la violencia de las propias víctimas: “Si en el entorno, ya sea más público o más privado, es una persona ejemplar, que solo se dicen bondades de él, buen padre, maravilloso, bueno con todo el mundo... ¿Cómo voy a decirle a la gente o en un juzgado lo que es en realidad? Nadie me va a creer”.