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Saber cuánto dura la inmunidad frente al nuevo coronavirus determinará el futuro de la pandemia

Personal sanitario participa en una jornada de vacunación contra la COVID-19, el 2 de junio de 2021 en Caracas (Venezuela). EFE/ Miguel Gutiérrez/Archivo

Sergio Ferrer

17 de junio de 2021 22:28 h

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Saber cuánto tiempo se prolonga la defensa contra el nuevo coronavirus era una cuestión clave hace un año, cuando la inmunidad natural era la última línea de defensa contra el coronavirus y también hoy, mientras las vacunas dan la vuelta al partido en los países más ricos del planeta. La pregunta podría plantearse de nuevo dentro de un año —o diez— cuando el tiempo arroje más luz sobre cómo circulará el virus en un planeta protegido de forma desigual. Las reinfecciones, los fallos vacunales y las poblaciones sin inmunizar jugarán un papel clave en el viaje del SARS-CoV-2 hacia su probable endemicidad.

La primera regla para analizar la pandemia es que la biología no se rige por el todo o nada. La inmunología, todavía menos. No hay un momento exacto en el que todas las personas, infectadas o vacunadas, vuelven a ser tan susceptibles al SARS-CoV-2 como antes de que empezara todo. La realidad se asemeja más a un gradiente: poco a poco, algunos individuos van perdiendo protección. Unos más, otros menos. Unos muy pronto, otros muy tarde. En todo este proceso juega un papel fundamental el nivel de exposición al virus.

Al final, algunos individuos volverán a infectarse. En muchos la invasión pasará desapercibida. En otros, no. De forma similar, las mutaciones del coronavirus se parecen más a una lima que va desgastando la inmunidad, natural o mediada por vacunas. ¿Lograrán las variantes romper los barrotes de la prisión inmunológica en la que estamos encerrando al SARS-CoV-2? Hay motivos para pensar que la cárcel resistirá lo suficiente.

Es imposible predecir el futuro evolutivo del SARS-CoV-2 y su relación con nuestro sistema inmunitario. Solo podemos elucubrar basándonos en siglos de lucha contra pandemias y enfermedades infecciosas y en los cada vez más numerosos datos disponibles sobre el nuevo coronavirus y las vacunas de la COVID-19.

Una encuesta publicada por la revista Nature en febrero de este año ya jugó a pronosticar ese futuro. Casi el 90 % de los investigadores consultados coincidía en que el SARS-CoV-2 seguirá circulando por la población como tantos otros virus pandémicos, incluidas las gripes de 1918, 1957, 1968 y 2009.

En cinco años, la COVID-19 será un recuerdo lejano para muchos, pero podría estar detrás de ese molesto catarro navideño que arruine nuestras vacaciones. “Es el escenario que los científicos prevén para el SARS-CoV-2”, aseguraba el reportaje de Nature. “El virus permanece, pero una vez que las personas desarrollan cierta inmunidad, ya sea a través de una infección natural o una vacuna, no presentarán síntomas graves”.

Así, el SARS-CoV-2 se convertiría en un enemigo más, en general leve, al que los más pequeños se enfrentarían en la infancia. No volvería a haber gente de avanzada edad no expuesta al virus de una u otra forma. En este caso, el ya no tan nuevo coronavirus seguiría los pasos de sus otros cuatro primos endémicos (OC43, 229E, NL63 y KHU1), responsables de catarros e infecciones respiratorias desde hace siglos. De hecho, algunos autores consideran que la llamada “gripe rusa” de 1889, que acabó con la vida de un millón de personas, fue en realidad provocada por el coronavirus OC43 tras su salto desde ganado a seres humanos, aunque no existe consenso a este respecto.

Todo esto son hipótesis, porque el destino del SARS-CoV-2 dependerá de muchos factores. ¿Desaparecerá la inmunidad, natural o mediada por vacunas, con el tiempo? ¿Cuándo? ¿Será el virus capaz de evolucionar para escapar del sistema inmunitario? ¿Cuánto? ¿Se alcanzarán altas coberturas vacunales en todo el planeta?

Sobre la inmunidad natural contra el coronavirus

Sabemos que las reinfecciones son posibles, lo cual no es sorprendente. Los datos disponibles muestran que de momento son infrecuentes y minoritarias, pero cuentan con la limitación que da el corto plazo: hay mucha más gente que todavía no ha pasado la COVID-19, por lo que no sabemos cómo cambiarán esos porcentajes en unos años. Con suficiente tiempo, y a pesar de los nacimientos, es inevitable que las reinfecciones sean mucho más comunes.

Aun así, los estudios son optimistas en el medio plazo. “Los datos sugieren que la inmunidad en individuos convalecientes será muy duradera”, aseguraba un trabajo publicado esta semana en la revista Nature por investigadores de la Universidad Rockefeller (EE. UU.). En él se vio que la respuesta de 63 voluntarios era robusta un año después de su infección, y que esta se potenciaba todavía más tras la vacunación.

“La evidencia hasta ahora predice que la infección por SARS-CoV-2 induce inmunidad a largo plazo en la mayoría de los individuos”, aseguraban otros investigadores del Instituto Leibniz (Alemania) en un comentario que acompañaba al estudio. Además, pedían no cometer el frecuente error —visto durante toda la pandemia— de asociar los niveles de anticuerpos altos, propios de la fase aguda de la respuesta inmunitaria, con los de la fase de memoria.

“Es una vieja equivocación, al pedir revacunaciones frecuentes, pensar que las concentraciones de anticuerpos durante la reacción inmunitaria aguda se pueden comparar con las posteriores para calcular [la duración de la inmunidad]”, advertían.

A pesar de esto, y de que los datos con SARS-CoV y MERS-CoV también auguran una inmunidad duradera, eso no quiere decir que sea permanente. Otros investigadores creen que debemos mirar más allá. Concretamente, al destino endémico de los cuatro coronavirus humanos mencionados al principio de este artículo.

“Aunque el SARS-CoV-2 sea un nuevo patógeno, el comportamiento de los coronavirus endémicos cercanos parece un punto de partida más fiable que la asunción de un patógeno respiratorio que causa inmunidad esterilizante permantente”, escribían en un texto que defendía el uso de los registros históricos en favor de los modelos.

En cualquier caso, la cuestión no es tanto si es posible reinfectarse, o cuán probable es hacerlo, sino qué pasará en aquellas personas que se reinfecten. Si el SARS-CoV-2 termina sus días como un molesto catarro para la mayor parte de la población, las reinfecciones pasarían a un segundo plano.

Sobre la protección conferida por las vacunas 

Aquí los datos también apuntan al optimismo a medio plazo. Sabemos que los linfocitos B, las fábricas que se encargan de fabricar los anticuerpos en caso de nuevas infecciones, responden con robustez tras las vacunas. También que las variantes no logran vencer a la otra rama del sistema inmunitario, los linfocitos T.

Todo esto ha llevado a algunos investigadores a teorizar que la inmunidad generada por estos fármacos durará años, si no décadas. La necesidad de dosis de refuerzo futuras o, incluso, de combinar productos diferentes, son algunas de las preguntas pendientes que de momento no tienen respuesta.

Sin embargo, en este caso también podemos desempolvar los libros de historia. En realidad, sabemos menos de lo que parece sobre cuánto duran las vacunas y por qué algunas protegen de por vida y otras no.

“Siempre digo ‘no se entiende bien, no se entiende bien’. Este es uno de los principales problemas de las vacunas”, aseguraba el investigador de la Universidad de Stanford (EE. UU.) Bali Pulendran en un artículo publicado en Science que analizó la cuestión de la duración de las vacunas en 2019, antes de que llegara la COVID-19.

Como sucede con la inmunidad natural, lo importante no es si podremos infectarnos —y reinfectarnos— tras la vacunación dentro de uno o diez años, sino qué pasará entonces.

Un año antes, en 2018, una revisión sobre la duración de las vacunas de la gripe llegó a la conclusión de que su efectividad se podía desvanecer tan pronto como 90 días tras la inyección. Un artículo publicado en 2001 sobre la viruela resultó más alentador.

Los datos, tomados en Inglaterra al principio del siglo XX, mostraron que la inmunidad sí se desvanecía con el tiempo, lo que cimentó la idea de que hacían falta dosis de refuerzo “al menos cada diez años”. Sin embargo, el 93 % de los mayores de 50 años que habían recibido la vacuna en su infancia evitaron cuadros graves y la muerte al infectarse. En comparación, la mitad de los contagiados de esa edad que no había sido inoculado de pequeño murió.

El coronavirus no es el virus de la viruela ni de la gripe. “En general”, “probablemente”, “de momento”, “en la mayoría de gente”. Estas frases son inevitables a la hora de analizar el futuro del SARS-CoV-2. No sabemos a qué puerto evolutivo arribará ni qué cañones inmunitarios le estarán esperando. Mientras tanto, conviene recordar las palabras del virólogo alemán Christian Drosten: “Todo el que decida no vacunarse se infectará inevitablemente. [Si tenemos en cuenta los riesgos de cada opción], ¿no preferirías vacunarte que infectarte de forma natural?”.

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