Existe la creencia de que exponer a los niños durante su etapa de desarrollo a la escucha de música clásica beneficia el desarrollo de la inteligencia. Esto se extiende también a mujeres embarazadas que, durante el proceso, deciden escuchar este tipo de música porque creen que beneficia al bebé. Gracias a estas creencias se han vendido, desde inicios de los años 90, una grandísima cantidad de discos de música clásica enfocados especialmente a este público y que explotan este supuesto beneficio como elemento de marketing. A este fenómeno se le conoce como “Efecto Mozart”.
El “Efecto Mozart” surge a inicios de los 90 debido primero a la publicación del libro Pourquoi Mozart por parte del otorrinolaringólogo e investigador Alfred A. Tomatis. En el mismo afirmaba que la música del compositor ayudaba en las terapias que seguía con sus pacientes y que incluso podía llegar a curar la depresión. Pero el verdadero boom se da con la publicación en el año 1993 en la revista Nature del artículo Music and spatial task performance por parte del físico Gordon Shaw, la psicóloga Frances Rauscher y Catherine Ky, de la Universidad de California Irvine. El artículo daba a conocer los datos de un estudio en el que expusieron a 36 estudiantes a la escucha de la Sonata para dos pianos en re mayor, K. 448 durante 10 minutos. Los estudiantes que habían escuchado a Mozart obtuvieron una puntuación más alta que los que no lo habían hecho en un test posterior de razonamiento espacio-temporal. Las pruebas consistían en un test de razonamiento según Stanford-Binet y otras en doblar y cortar papel.
Este estudio publicado en 1993 en Nature está hecho con estudiantes universitarios, no con niños ni con bebés. Y lo que es más importante, el estudio no habla en ningún momento del cociente intelectual, no se afirma que este tipo de música incremente la inteligencia, ya que solo se comprueba una mejora en las capacidades de razonamiento espacio-temporal. Además de todo esto, el experimento también afirma que los efectos o beneficios solo duran 15 minutos aproximadamente.
Son todas estas variables las que alejan el estudio y sus resultados de lo que se publicó finalmente en la prensa sobre el mismo, afirmándose que un estudio publicado en Nature afirmaba que escuchar a Mozart nos hace más inteligentes. El prestigioso The New York Times publicó un artículo firmado por el reputado musicólogo Alex Ross en el que se afirmaba que “los científicos han determinado que escuchar a Mozart te hace más inteligente”. Algo totalmente falso, ningún científico había dicho tal cosa y esa afirmación no se puede extraer del estudio de 1993. Pero que no fuera cierto no importó demasiado, ya que se usó como estrategia de marketing y en la siguiente década se vendieron alrededor de dos millones de álbumes de música de Mozart para niños.
En 1997 el músico Don Campbell publicó un libro que tituló El Efecto Mozart: pinchando el poder de la música para sanar el cuerpo, fortalecer la mente y desbloquear el espíritu creativo. En el mismo, además de otras afirmaciones que nada tienen que ver con la ciencia, se apoyaba en el estudio antes citado para sacar conclusiones propias como que la escucha de los conciertos para piano del músico austríaco incrementan temporalmente el cociente intelectual y producen otros muchos beneficios en la salud mental de los individuos.
Aunque el estudio de 1993 no tenía nada que ver con lo que luego se publicó en los medios, sí que es cierto que arrojaba datos acerca de un beneficio muy concreto y acotado en el tiempo de escuchar música de Mozart. Por tanto, se siguió investigando sobre este tema y se llevaron a cabo otros sobre los beneficios de la música clásica. Estudios que se siguen llevando a cabo aún a día de hoy.
El propio Rauscher continuó esta senda y en 1998, junto con otros científicos publicó otro estudio, esta vez con datos obtenidos de experimentar con ratas. Las ratas se sometieron al estudio mientras seguían en el útero hasta 60 días después del parto. Se les expuso a música de Mozart, que los investigadores llamaron compleja, a música minimalista (Philip Glass), ruido blanco o silencio. Luego hicieron pruebas de laberinto durante 5 días. A partir del día 3, las ratas que habían estado expuestas a Mozart recorrían el laberinto más rápido y con menos errores que las demás. Esta diferencia se iba haciendo más notable hasta el día 5. Por tanto, los resultados que arrojó el estudio fueron en la línea de la anterior investigación, sugiriendo que la exposición repetida a “música compleja” favorece un desarrollo de la capacidad espacio-temporal de las ratas, similar a lo que pasaba con humanos.
Otros científicos han retomado el estudio de este tema para intentar averiguar lo que puede ser y lo que no el Efecto Mozart. En 2001, otro grupo de científicos, esta vez del Departamento de Psicología de la Universidad de York, en Toronto, publicaron un estudio que titularon Excitación, estado de ánimo y efecto Mozart (Arousal, mood and the Mozart effect). Partieron de la premisa de que la mayor parte de la música de Mozart está escrita en un tono mayor y, por tanto, tiene un componente de positivismo, transmite alegría, brillantez y un estado de ánimo positivo. Los investigadores llamaron a las piezas de Mozart “piezas euforizantes”. Frente a ellas pusieron una en modo menor, el Adagio de Albinioni, triste y lenta. Midieron la excitación, el disfrute y el estado de ánimo de los participantes. Los resultados en los ejercicios espacio-temporales fueron mejores para quienes escucharon música que para los que estaban en silencio, pero solo para los que escucharon a Mozart. Del mismo modo, las dos selecciones de música indujeron dos respuestas muy diferenciadas en las medidas de disfrute, excitación y estado de ánimo. Cuando estas diferencias se mantuvieron constantes por medios estadísticos, el efecto Mozart desapareció. La conclusión que sacaron los científicos de los hallazgos de este estudio es que existe la evidencia de que el llamado efecto Mozart no es más que un artefacto de la excitación y el estado de ánimo de los sujetos.
El Gobierno alemán decidió revisar de manera sistemática la relación entre escuchar música e inteligencia. Para ello reunieron a un equipo de nueve especialistas formado por neurocientíficos, psicólogos, educadores y filósofos, todos ellos expertos en música. Publicaron las conclusiones en un informe en el año 2007, en el que consideraron que ningún estudio de los publicados hasta el momento ponía en relación, de manera rotunda, la escucha pasiva de música y el aumento de la inteligencia. Argumentaron que ninguno de los estudios consiguió corroborar un efecto que fuera más allá de los 20 minutos. Incluso dicen que el efecto no se da solo con la escucha de Mozart, sino con cualquier tipo de música o incluso lectura. Trato diferente conceden a la práctica activa de música, de la que sí que creen que tiene algo que ver con el desarrollo cerebral de los niños, aunque los estudios sobre esto son muy limitados. Argumentan que “aunque se demuestren con más claridad los efectos positivos de la práctica musical en futuros estudios, es bastante probable que esto no convierta a tu hijo en un genio”. De todas formas, apuntan que todos los estudios que se han hecho son en el corto plazo y que, para tener resultados realmente fiables, serían necesarias investigaciones a largo plazo.
Ya en el año 2010 se insistió en el tema desde la cuna de la música clásica. Un equipo de psicólogos de la Universidad de Viena publicó un artículo en la revista Intelligence. Revisaron casi 40 estudios independientes en los que se habían visto involucradas unas 3.000 personas. La conclusión fue la misma que la del Gobierno alemán, ninguno de ellos probaba la existencia de un efecto Mozart. El encargado de dirigir el estudio, Jakob Pietschnig, sí que coincidió en que existe una relación entre estímulo y resultados. Es decir, una persona rinde más si tiene un estímulo, pero esto no implica que escuchar a Mozart te haga más inteligente, como tampoco escuchar blues o rap.
Uno de los últimos estudios publicados sobre el asunto es del año 2013 y lo publicó el biólogo Nicholas Spitzer de la Universidad de California. Las conclusiones fueron similares a las citadas anteriormente, no demostrando ningún aumento de capacidad cerebral por la escucha de música del compositor austríaco.
Por tanto, a pesar de lo que se cree, ningún estudio ofrece una evidencia de que escuchar música de Mozart o clásica en general en cualquiera de las etapas de la vida haga a un sujeto más inteligente. Esto quiere decir que no, que tu bebé no va a ser más inteligente porque escuches a Mozart durante el embarazo o le pongas su música durante su infancia. De todas maneras, escuchar la música de Mozart es una experiencia maravillosa que, aunque quizás no te haga más inteligente, tampoco te va a hacer ningún daño.