El emigrante recién llegado a Alemania tiene una prioridad: empadronarse. Sin el “Anmeldung”, que es el papel que expide la oficina local con la dirección y fecha de llegada, aquí no se puede hacer ningún trámite, ni siquiera alquilar un piso o abrir una cuenta bancaria. Así que nada más dejar las maletas, lo primero que hay que hacer es enfrentarse a la burocracia alemana en la lengua de Goethe (pocos funcionarios hablan inglés) y responder a las clásicas preguntas (fecha y lugar de nacimiento, dirección) y otras no tan clásicas, como la confesión religiosa.
De lo que se responda en ese momento dependerán hasta los impuestos que se pagan: aquí la iglesia se lleva nada menos que un 9% mensual de la renta impositiva (una especie de IRPF español). Pero la pregunta es más compleja de lo que parece a priori, porque no se refiere a aquéllo en lo que uno cree, sino a lo que sus padres decidieron que fuera al nacer: omitir que se está bautizado, por muy ateo que uno sea, supone el devengo del impuesto eclesiástico con efectos retroactivos. La solución pasa por hacer una “fuga de la iglesia” o “Kirchenaustritt”, que en realidad es una apostasía de facto.
Apostatar por la puerta trasera: media hora y 30 euros
Apostatar en España es un proceso complejo: hay que pedir la partida bautismal en la parroquia en la que uno fue bautizado y enviarla por correo certificado y acuse de recibo a la diócesis a la que pertenece la parroquia en que se recibió el sacramento junto a una fotocopia compulsada del DNI y una solicitud de apostasía (en internet hay muchos modelos). También se puede ir personalmente a la diócesis (complicado y caro si el bautizo se hizo en una localidad distinta a la de residencia), entregar la documentación y pedir una declaración de abandono que hay que rellenar. Lo que se tarde en conseguir la apostasía depende mucho de la colaboración de la Iglesia y del diácono con el que toque lidiar.
En Alemania, el proceso es mucho más sencillo, y por eso muchos extranjeros lo eligen: basta con acudir al juzgado municipal, pagar una tasa administrativa (el precio varía dependiendo del estado, en Berlín son 30 euros) y presentar el recibo junto al pasaporte y la copia del empadronamiento. En menos de cinco minutos se sale del juzgado con un documento oficial que certifica que te has ido de la iglesia voluntariamente y de forma unilateral.
Ese documento de “salida” (traducción literal del alemán “austritt”) no solo libera del pago del impuesto, sino que también supone una apostasía de facto: desde 2012, y mediante un decreto firmado por el Papa, la iglesia católica alemana castiga sin sacramentos a todo el que solicita el “Austritt” por considerarlo “un distanciamiento deliberado y consciente de la iglesia”: nada de comulgar, casarse por la iglesia, ser padrino de un niño o recibir un entierro católico. Como mucho, la extremaunción en riesgo inminente de muerte. La excomunión no es la única sanción, también se prohíbe trabajar en cualquier institución relacionada con la iglesia. Al ateo convencido, esta excomunión le da igual, pero al pensionista que deja de pagar el impuesto porque necesita hasta el último céntimo (y de ésos hay unos cuanto casos incluso en Alemania), ya no tanto.
Desinformación a la hora de registrarse
Para los emigrantes, el impuesto eclesiástico devenga desde el mismo momento en que uno se instala en el país y se empadrona. Es entonces cuando un funcionario te pregunta por la religión y empiezan los problemas. Casi todo el mundo omite que ha sido bautizado: “¡cómo lo van a saber!”, “¿me van a investigar?” Pues sí, lo hacen.
El francés Thomas Bores se declaró ateo al llegar a Alemania. En enero de este año descubría que no solo le habían empezado a cobrar el 9% de gravamen eclesiástico, sino además casi 500 euros de impuestos atrasados. El cómo llegó allí es un relato casi kafkiano: todo empezó con una carta de la oficina eclesiástica de la agencia tributaria en la que se le pedía que aclarase su afiliación religiosa.
En esa carta no sólo se responde si se está o no bautizado y en qué religión, sino que además hay que dar nombres de los padres y su lugar de residencia en el momento del nacimiento. Con esa información puede comenzar el rastreo. Eso es exactamente lo que le sucedió a Bores: “Fui a Hacienda y tenían una copia de mi partida bautismal. Cuando me registré en Berlín nadie me informó sobre el ”Austritt“. Mi caso está ahora en manos de un abogado. Me ha dicho que la diócesis [de Berlín] está investigando a los emigrantes que vienen de países católicos”. Bores está dispuesto a acudir a los tribunales franceses: para él ya no se trata solo del impuesto, sino de exigir una verdadera secularización.
El canadiense Joseph Pearson también decidió pedir la salida de la iglesia para no pagar impuestos a una institución en la que no cree. Unos días más tarde recibía una carta de la diócesis de Berlín comunicándole que quedaba privado de la potestad de recibir cualquier sacramento eclesiástico. “La iglesia es universal, ¿no?”, se pregunta Pearson, “así que no veo cómo se puede ser excomulgado sólo en un país, y esto da una idea de la dimensión del problema en Alemania: la iglesia católica ha desarrollado una identidad nacional aparte que está relacionada con el Estado, creando sus propias normas y con un montón de dinero a su disposición”.
Más conocido es el caso del teólogo Hartmut Zapp, que trascendió a la prensa internacional cuando llevó a la iglesia en los tribunales en 2007: se negaba a pagar el impuesto, pero no a dejar de ser un miembro activo de la comunidad católica alegando que abandonar la iglesia debe ser una decisión personal no dirimible ante un órgano estatal. En 2012, el juzgado federal administrativo de Leipzig fallaba en contra del catedrático. Que solo unas semanas antes hubiera entrado en vigor el decreto vaticano excomulgando de facto a quienes se negaban a pagar el impuesto no parece casualidad.
En el caso de los españoles, el funcionariado alemán suele dar por sentado que somos católicos en el momento de empadronarnos, así que más de uno escucha aquéllo de “si nos estás mintiendo te podemos investigar”. Pero a nadie le informan a continuación de la posibilidad de apostatar en un cómodo trámite.
Protección de datos selectiva
Que el gobierno alemán indague en la confesión religiosa es un tema polémico: tanto Die Linke como el Partido Pirata se oponen a que el Estado recoja información sobre la confesión religiosa de los ciudadanos y a que haga de recaudador para la iglesia (que tiene su propia oficina dentro de cada delegación de Hacienda).
Hay más: desde enero de 2015, una reforma fiscal obliga a los bancos “a reportar la filiación religiosa de sus clientes, en vez de esperar a que sean los clientes quienes proporcionen esa información voluntariamente”, informan desde el Ministerio de Finanzas. Con esta reforma, la iglesia puede cobrarse directamente el impuesto incluso cargándolo a los rendimientos del capital. Se puede evitar que los bancos recaben esa información, pero corresponde al ciudadano realizar una declaración expresa en contra.
El anuncio de la reforma, unido a los escándalos de la iglesia, ha provocado una bajada masiva de la afiliación: en el primer semestre de 2014, las apostasías aumentaron más de 50% en la confesiones que recaudan impuesto mediante esta ley (básicamente, la protestante, la católica y la judía). Y en 2013 había registrados en Berlín poco más de 400.000 católicos. Pese a todo, la iglesia católica recaudó en 2013 5,5 billones de euros. Los ingresos de la iglesia no terminan allí: desde el Ministerio de Finanzas aseguran que el gobierno alemán no ve un céntimo de lo que recauda para la iglesia y que ésta está sujeta a los mismos impuestos que una persona física, pero “las guarderías o colegios vinculadas a iglesias, por ejemplo, se beneficiarían de un tratamiento fiscal específico para escuelas o guarderías, no por el hecho de estar relacionados con una iglesia”.
¿Hasta qué punto, se preguntan muchos, no se está violando la Directiva Comunitaria 95/46/CE de 1995 sobre protección de datos? Aunque en el párrafo 2 la propia Directiva reconoce que hay que respetar “las libertades y derechos fundamentales de las personas físicas y, en particular, la intimidad”, cualquiera que sea su nacionalidad o residencia, también es lo suficientemente vaga como para dejar resquicios a legisladores avispados. En la consultora fiscal WW+KN Wagner Winkler & Collegen dicen que en base al artículo 136 de la Constitución alemana se le permite a las autoridades públicas “preguntar por la religión de la persona porque está vinculado a la obligación fiscal eclesiástica”. Normalmente se pregunta en el Bürgeramt en el momento de empadronarse en Alemania, y ese estatus religioso se guarda junto al número de identificación fiscal“. Oponerse al pago tampoco es fácil. Matthias Winkler responde que si bien es posible llevar el caso a los tribunales (el próximo 10 de julio comienza un nuevo juicio reclamando la exoneración del pago del impuesto), ”todos los pleitos previos han fallado en favor de la iglesia“. De no cumplir con la obligación fiscal, al contribuyente se le puede embargar”. ¿Alguien dijo Estado laico?