Se define como hombre feminista, padre y constitucionalista queer. Habla de revolución masculina pendiente, de diferentes formas de ser hombres, de desarraigar los privilegios. Octavio Salazar acaba de publicar El hombre que no deberíamos ser (Planeta), una propuesta de hombre frente al espejo en el que no solo se refleja un “macho hegemónico” al que dejar atrás, sino también a un hombre concienciado en permanente cuestión: ¿Los “nuevos hombres” continúan reproduciendo los esquemas de siempre? ¿Estamos simplemente añadiendo prestigio social a nuestro estatus?, se pregunta.
¿Por dónde empezar a renunciar a los privilegios?
El primer paso inevitable es tomar conciencia. Difícilmente cambiará la sociedad si los hombres no somos conscientes de que estamos ocupando una posición de privilegio y de que reproducimos la desigualdad en actitudes y comportamientos cotidianos. Esto nos obliga a renunciar a estar en determinados sitios, a no acaparar el discurso en el espacio público, a ser críticos y no quedarnos callados ante actitudes machistas. Muchos hombres hemos ido cómplices del acoso y la violencia por omisión: nos hemos callado o hemos reído las gracias al acosador. Hay que tomarse muy en serio el tema de que no haya mujeres en las mesas, por ejemplo. Hay que ser escrupulosos con los eventos a los que nos invitan y negarnos a participar en mesas en las que no hay un equilibrio.
En el libro hace referencia a la llamada “nueva política” para asegurar que “apenas han modificado los esquemas patriarcales”...
En la nueva política se siguen reproduciendo esos esquemas, entre otras cosas, con líderes que hacen gala de un determinado modelo de masculinidad. Pablo Iglesias, por ejemplo, tiene una presencia de hombre fuerte y dominador. Es algo que pasa incluso en formaciones con un discurso feminista marcado en las que es común la escenografía de un hombre en el centro rodeado de chicas un paso por detrás de ellos, a las que quitan y ponen casi sin enterarnos. No sirve solo con que haya más mujeres en política, sino con que empecemos a gestionar el poder de otra manera.
¿Los hombres deben ser abuelos antes de ser padres?
Es una frase que incluyo en el libro que proviene de una película japonesa. Es algo que he notado a través de mi propia experiencia y la de mi padre. De alguna forma, cuando tenemos nietos, los hombres nos relajamos respecto a los mandatos de género y somos capaces de vivir otro tipo de emociones, dedicarle más tiempo al cuidado, estar pendientes de otros seres humanos... Si es un hombre jubilado ya no tiene la presión en el trabajo ni de “ser un hombre de verdad”: el proveedor, volcado en lo productivo, que tiene que ejercer la autoridad en la familia. El Código Civil, por ejemplo, sigue hablando de la diligencia del padre de familia. Muchos hombres cambiamos esto al convertirnos en abuelos, aunque es algo que deberíamos aprender desde pequeños.
¿Y si los hombres no son ni padres ni abuelos? ¿Dónde está el discurso de las nuevas masculinidades más allá del ámbito del hogar y los cuidados?
Yo soy crítico con el discurso de las nuevas masculinidades vinculadas únicamente a lo que se han llamado nuevas paternidades porque corremos el riesgo de quedarnos en algo muy superficial. Hay que hablar de cómo se organiza la economía, de política fiscal, de la división público-privado, de desocupar espacios (en la universidad, en la cultura, en los medios...) o de no ser cómplices de actitudes machistas.
Con las nuevas paternidades hay una parte de mistificación de los cuidados o de que cuando lo hacemos nosotros se nos ponga una medallita. Pero nunca se habla de quién cuida a las personas mayores o dependientes. Ahí no veo a ningún hombre por la igualdad diciendo que cuida a su abuela enferma. Existe el riesgo y la perversión de que este tipo de discursos actúen solo como una etiqueta que nos dé a los hombres prestigio social. Hay que ir mucho más allá. Por eso hablo de revolución, porque es darle una vuelta total. Es indispensable ser un padre involucrado en el cuidado, pero no nos podemos solo quedar ahí.
A los hombres (también a los concienciados e involucrados en el cuidado) les sigue costando más renunciar a un puesto de responsabilidad para cuidar de sus hijos que a una mujer...
Sí. Creo que, en parte, nosotros no lo sentimos como algo esencial al mismo nivel que ellas. Este es un cambio muy profundo. Se trata de modificar toda una cultura del trabajo y darle la vuelta a los esquemas productivos clásicos: nosotros en lo productivo, vosotras en lo reproductivo. Siempre hemos tenido la seguridad de que había mujeres cubriendo esa parte. Es un cambio cultural, que es lento y creo que no se puede hacer a golpe de decreto. Aunque sí hay cosas que se pueden hacer para navegar en esa dirección: permisos de paternidad y maternidad iguales y el resto de medidas de coresponsabilidad, que no se deben aplicar como “acciones positivas” para las mujeres, si no como una obligación para nosotros.
¿Puede un hombre ser feminista?
En esta reivindicación no solo podemos estar, sino que debemos estar hombres y mujeres. Ellas son las protagonistas, pero los hombres debemos estar ahí acompañando y siendo cómplices. Si nosotros seguimos perpetuando nuestras posiciones, es difícil que esto cambie definitivamente. Por eso debemos ser feministas y no entiendo los reparos que se ponen a la etiqueta porque si tu eres demócrata, va de suyo ser feminista. Para mí es contradictorio que alguien que defiende los derechos y las libertades, dude en calificarse como feminista.
Eso sí, es importante que reivindiquemos las aportaciones que ha hecho el feminismo porque si no parece que venimos a reafirmar el privilegio. Hay que recuperar la historia, las aportaciones y la autoridad de las mujeres, hay que hacer presente la genealogía feminista.
¿Para qué les sirve a los hombres el feminismo?
Nosotros estamos en una especie de jaula de masculinidad competitiva, violenta, dominadora. Y si te sales de ahí eres penalizado socialmente. Hay una especie de policía del género que nos controla y nos llama blandengues, calzonazos o maricas si lo hacemos. Pero vamos a ser mucho más felices si nos salimos de esa jaula. Sería interesante que todos nos amariconásemos un poco, en el sentido más extenso del término y reapropiándome de él, porque hemos construido la masculinidad en negativo, negando lo asociado a lo femenino: eres hombre si no eres mujer. Traicionar ese modelo y amariconarnos es cambiar radicalmente la actitud, asumir lo emocional, aceptar que somos seres vulnerables, dependientes. Todo ese mundo asociado a lo femenino está lleno de posibilidades y nos lo estamos perdiendo.
El sociólogo Jokin Azpiazu critica en este artículo publicado en Pikara Magazine que el discurso de nueva masculinidad se suele dirigir a un sujeto muy concreto: heterosexual, cisgénero, con pareja. Y se pregunta dónde quedan aquellos que se salen de la norma...critica en este artículo publicado en Pikara Magazine
Sí, creo que esto pasa. Al igual que ocurre muchas veces en el feminismo, que se piensa para un determinado tipo de mujer. Por eso es muy interesante lo que se plantea desde las fronteras y que cuando hablemos de masculinidades, lo hagamos en plural, no con un prototipo de sujeto que sigue siendo blanco, heterosexual, padre de familia...Hay que trabajar la interseccionalidad como lo hace el feminismo. Creo que es un reto y un trabajo por hacer.