España no está “en fase de desescalada”, aseguró este viernes el ministro de Sanidad, Salvador Illa. Se refería al posible levantamiento de algunas restricciones del estado de alarma decretado por la pandemia de COVID-19. Este concepto, la desescalada, ha ido ganando atención en los últimos días, especialmente desde que la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, el pasado 8 de abril, situara el inicio de la vuelta “progresiva y ordenada” a la vida normal a partir del 26 de abril. En ese día, todavía quedaban 18 jornadas para llegar al plazo de prórroga vigente del actual estado que contiene “las medidas más restrictivas en Europa y a nivel global”, según lo definió el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
La portavoz indicaba además que no habría suavización de las medidas antes de ese 26 de abril. Sin embargo, se multiplicaron las cuestiones sobre cómo serían los planes para regresar a la vida social y económica tras contener la pandemia. Qué actividades se iban a autorizar y a qué colectivos. De hecho, las expectativas de tener un alivio al encierro en los domicilios aparecieron el 2 de abril. Entonces, el Ejecutivo contó que estudiaría, en virtud de los datos de evolución de la pandemia, permitir salir a hacer ejercicio y pasear con los niños.
“Las expectativas son una de las fuentes de insatisfacción más frecuentes”, explica la psicóloga y fundadora del Instituto Europeo de Psicología Positiva, Dafne Cataluña. “Cuanto más altas son las expectativas, más intensa es la desilusión al no ver satisfecho lo esperado”, cuenta. Al extenderse conversaciones con términos como “vida normal”, las expectativas crecen.
Su colega Jesús Linares asegura que “por supuesto hay que tratar de no generar falsas expectativas porque generan desconfianza y esta es muy necesaria para que cada ciudadano y ciudadana contribuya. Además, es un factor de protección para la salud mental”.
La frustración se produce, relata la psicóloga Cataluña, “porque nuestro cerebro es capaz de imaginar lo que ocurrirá con mucho detalle, tanto en los sentidos implicados en la visualización como en las emociones que experimentamos. Lo convertimos casi en una realidad”. Es decir, los paseos, las sesiones de running o un encuentro social se viven en el cerebro casi como un hecho.
En ese sentido, la Organización Mundial de la Salud insistía este viernes en que levantar confinamientos precipitadamente supone un riesgo de “repunte mortal” de la enfermedad. La OMS lanzó una serie de condiciones previas para contemplar el fin de las cuarentenas: haber controlado la transmisión, tener el sistema sanitario en buen estado para atender enfermos, reducir los brotes en residencias de mayores, implementar medidas preventivas en zonas de mucho tránsito y las escuelas, poder controlar nuevos casos importados y que la sociedad esté “comprometida” en la lucha contra la enfermedad.
Sobre este asunto, lo cierto es que, a los pocos días de iniciarse el confinamiento, el 16 de marzo, el director del Centro de Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, explicaba que “los periodos de cuarentena, cuando se acerca el final, son complicados y, si no mantenemos la tensión, el esfuerzo que se ha realizado durante los primeros días no habrá servido”.
El también psicólogo Juan Nieto explica que esa dificultad para mantener el compromiso del que hablaba la OMS se explica principalmente porque se va “desvaneciendo la sensación de peligro”.
Y luego añade: “El miedo, que nos ha estado motivando durante la cuarentena a mantener la máxima precaución con las medidas impuestas, puede perder intensidad ante las ganas de volver a nuestras rutinas, ver a nuestros allegados y recuperar nuestra actividad laboral o dirigirse hacia nuevos problemas como por ejemplo, las consecuencias económicas o la crisis social”. Para volver a mantener esta disciplina, Nieto considera que harán falta nuevos elementos como “la creencia de que ese comportamiento es útil, vernos capaces de llevarlo a cabo y dosis adecuadas de compromiso y persistencia para darle un sentido al esfuerzo”.
Enfriar el discurso
La cuestión es que el Gobierno ha tenido que dedicar la segunda parte de esta semana a enfriar el discurso sobre la vuelta a la normalidad. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el pleno parlamentario para aprobar la prolongación del estado de alarma el jueves pasado, avisaba de que esa “normalidad solo llegará con la vacuna” contra el SARS-COV-2.
El ministro Salvador Illa ha repetido dos días después que “a partir del lunes seguimos en estado de confinamiento. Es cierto que se abre una pequeña ventana [el final del permiso retribuido de ocho días que hibernó las actividades económicas], pero seguimos con las medidas de distanciamiento social”.
Illa ha rematado diciendo que “estamos empezando a pensar en eso de la desescalada”. La psicoterapeuta Rebeca Gómez entiende que “conviene hablar de este proceso de salida a fin de hacerlo más llevadero, sobre todo porque es un proceso nuevo para toda la ciudadanía del que no tenemos experiencias. Vamos a enfrentarnos a una situación desconocida ante la que sentimos incertidumbre, que es el combustible de la ansiedad, así que todo lo que ayude a saber y entender lo que sentimos será bienvenido y facilitará su manejo”.
Coincide con esta visión el psicólogo Jesús Linares porque “la incertidumbre es uno de los elementos que más sufrimiento pueden ocasionar, por lo que es probable que acercar el futuro inmediato puede aportar cierta certidumbre y reducir la angustia”.
Y Rebeca Gómez remata: “Convendría centrarnos en el presente y en el lado positivo de haber llegado hasta ahí”.
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