En Orea hace un frío que pela, pero eso forma parte de su belleza. Es el pueblo más alto de toda Castilla-La Mancha, y desde él se divisa el parque natural del Alto Tajo. Dos horas y media en coche separan Orea de la capital de su provincia, Guadalajara; es difícil estar más lejos, a solo unos kilómetros se alcanza la línea fronteriza con Teruel. Para llegar allí hay que seguir la carretera escoltada por chopos que viene desde Molina de Aragón, y que transita paralela y contraria al cauce del río Cabrillas, atravesando la serranía. En este pueblo de alta riqueza forestal hay registrados 177 habitantes, un 30% menos de los que había en 2010. Es una sangría. Como dice uno de ellos, en concreto su alcaldesa: “estamos en la UCI”.
La edil Marta Corella piensa que en Orea calzan un número de zapato que no les corresponde. Es una metáfora, claro, como muchas otras imágenes potentes que a ella le gusta utilizar cuando habla de su tierra y de lo que les pasa. Lo de calzar grande o pequeño, en lugar de a medida, es algo que no solo sucede en su pueblo, sino en general en las decisiones que para el mundo rural se toman desde las grandes ciudades. “Las soluciones nos llegan impuestas”, dice Corella. Hasta hoy. La alcaldesa de Orea ha decidido que el epicentro de la revolución digital que invierta la inercia agónica del territorio rural está allí, en el corazón de lo que muchos conocen como Serranía Celtibérica. Otras visiones pesimistas, aunque realistas, son las que denominan esta tierra como la España abandonada, vacía o vaciada. “Empezaremos la onda expansiva desde Orea”, dice Corella.
La idea es la siguiente: se propone la creación de una “nación digital”. Será articulada por las personas que la integren y no por el territorio en el que se asiente, ya que este se extiende por diferentes provincias e incluso comunidades autónomas distintas. El gobierno de esta nación digital se regulará mediante el modelo de inteligencia colectiva que proporciona la tecnología blockchain, la cual manejará un capital que va desde la energía al trabajo, el tiempo o el talento. Pero no se trata solo de redistribuir estos recursos, como si fuera un banco de tiempo, sino también de gestionar las políticas públicas y la fiscalidad. Para ello, será necesaria la creación de un sandbox regulatorio, el cual requiere, para su aprobación, de una tramitación parlamentaria y estará sujeto a la supervisión de la Unión Europea.
Vamos a aclarar conceptos, para los que se hayan atragantado con el párrafo anterior. (El resto puede saltar al siguiente punto y aparte). Cuando hablamos de blockchain nos referimos a una tecnología que permite el intercambio de datos de manera descentralizada. Es decir: una red en la que no existe un ordenador en el centro que maneje estas transferencias. Gracias a que la información circula fuertemente encriptada, el sector financiero ha sido el primero en sacar provecho del blockchain con la creación de criptomonedas. Pero, en realidad, tiene múltiples aplicaciones, como en la salud o la energía, siempre que haya confianza entre las partes. Un sandbox es un banco de pruebas de desarrollos financieros tecnológicos. Algo así como un laboratorio muy vigilado. Seis países europeos ya lo tienen regulado, pero España se ha quedado un poco atascada en la tramitación.
“Experta en terruño”
“A mí las tecnologías me superan, yo soy experta en terruño”, admite Marta Corella, cuya formación es la ingeniería forestal, “pero desde que lo he entendido, lo veo clarísimo: la manera de empoderarnos es ofrecer nuestros recursos a la sociedad y que los beneficios repercutan en nuestro territorio, allá donde se necesitan”. La inteligencia colectiva que posibilita el blockchain es más eficiente que el reparto de recursos que se pueda diseñar desde una diputación a 200 kilómetros del ciudadano, opinan los impulsores de este proyecto.
Un ejemplo práctico: un ganadero ha esquilado a sus ovejas y tiene un excedente de lana. Cuando la pone a disposición de la comunidad, digamos a diez euros el kilo, una parte de lo que se vende va al productor pero el resto se invierte ahí donde el sistema optima que se necesita: educación, alumbrado, intercambio con una quesería… todos los bienes y servicios necesarios para la vida pueden intercambiarse en la nación digital. Y lo mismo puede ocurrir con la energía, pues Europa ha apuntalado un modelo de gestión en el que tanto personas como instituciones puedan autogenerar y vender energía limpia.
El economista Rafael Martínez-Cortiña está entregado apasionadamente a este proyecto. La base teórica está argumentada en su libro (Tu) Nación Digital (Eolas Ediciones, 2019). “Por primera vez desde el Neolítico –dice– hemos pasado de la sociedad de la oferta a la de la demanda. La oferta sabemos que es precio y cantidad pero la demanda es una incógnita, está basada en los deseos de millones de personas y solo podemos estimarla. La demanda es un cerebro colectivo interactuando. La demanda son las personas”. Este cambio enfrenta a la “mentalidad digital” contra la “mentalidad industrial”, en la que hemos desarrollado nuestra economía los últimos 200 años, y traslada la confianza de la digitalización no en la inteligencia artificial, sino en la inteligencia colectiva.
El proyecto Celtiberia Digital apunta a Europa. El Club Nuevo Mundo, al que Martínez-Cortiña pertenece, será el encargado de lanzar una primera propuesta a la Comisión Europea dentro de su programa Europa Digital, que mantiene abierta la recepción de ideas hasta finales de octubre para reforzar las capacidades digitales estratégicas, invirtiendo 9.200 millones de euros entre 2021 y 2027. Se ha creado un Comité Científico para dar forma a este proyecto, que nace con la idea de que sea replicable a otros territorios. De hecho, se va a presentar simultáneamente otras dos aplicaciones: eCanarias, impulsada por el Gobierno insular y la nación digital astur-leonesa, formada por las “ciudades-región” León, Avilés, Gijón y Oviedo. “Es un gobierno muy líquido que generaría tres modelos diferentes, con los mismos ingredientes, como si fueran tres hermanas conectadas”, explica Martínez-Cortiña.
Celtiberia luchadora
La Celtiberia es una región histórica que se extiende por cinco comunidades autónomas (Aragón, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Comunidad Valenciana y La Rioja) y toca diez provincias. Uno de los principales expertos sobre el pueblo celtíbero es el catedrático de prehistoria de la Universidad de Zaragoza, Francisco Burillo Mozota.
Su principal investigación ha sido en el yacimiento de Segeda, la ciudad más importante del celtíbero pueblo bello, contemporánea de Numancia y que juntas lucharon contra el asedio romano. “La cultura celtíbera permea”, opina Rafael Martínez-Cortiña, quien siente una fuerza especial en este territorio, al igual que Marta Corella. Parecía impensable que bellos y arévacos pudieran plantarle cara a Roma en el siglo III a.C. y, en cambio, ganaron, con su tozudez y determinación, la primera batalla de la tercera guerra celtibérica en Numancia.
Volviendo al siglo XXI, la alcaldesa opina que la Celtiberia actual, la digital, es “un proyecto que descoloca a todo el mundo, absolutamente disruptivo, porque todavía no lo ha hecho nadie” y añade que ella misma lo veía “como una gran utopía” y en cambio ahora le parece “un proyecto que debe ponerse en marcha cuanto antes”, que en dos años haya arrancado, porque tiempo es lo que no les queda, si quieren parar el sangrado demográfico.
Burillo no trabaja solo en el pasado. Precisamente, él y su hija, la geógrafa Pilar Burillo Cuadrado, se han convertido en dos de los grandes alertadores, desde las ciencias sociales, de la situación de este territorio de 69.000 kilómetros cuadrados, mediante la creación del Instituto de Desarrollo Rural Serranía Celtibérica. Su investigación ha dado lugar a un mapa, incluido en el último Informe Anual del Defensor del Pueblo, que identifica la Serranía Celtibérica como el territorio más despoblado de España, con 7,12 habitantes por kilómetro cuadrado, de ahí la comparación con Laponia, el único lugar de Europa menos poblado que este. La demografía en España está tan descompensada, que el 5% de su población vive en el 54% del territorio.
“Es una cuestión de voluntades, en la Unión Europea hay dinero para esto y en el Estado… ya veríamos a ver”, dice la alcaldesa de Orea, socialista. Corella adelanta que hay mucha gente sumándose con entusiasmo a Celtiberia Digital: otros ayuntamientos, así como agentes del sector empresarial y asociativo. “Es como un gran cisne blanco”, recurre la alcaldesa, de nuevo, a una imagen poética que le toma prestada a la comunicadora Rocío del Cerro: “la gente lo ve venir y lo ve avanzar, no es necesario conocer demasiados detalles sobre las patas, lo que no se ve, porque lo que nos pasa aquí es una gran preocupación real y esto va a traer beneficios para todas las partes, la gente lo ve como algo posible y viable”. Bajo la línea de flotación del cisne: “el mecanismo, el sistema fiscal en el que está trabajando Gabriel Barceló, el blockchain… todo eso que al principio me costó entender y a lo que ahora ya me he incorporado, a las patas, totalmente”.
El entusiasmo de Corella y de Martínez-Cortiña es contagioso. Ninguno duda en que se va a materializar. La primera, porque está convencida de que la despoblación solo se revierte con un gran golpe tecnológico, una revolución. El segundo, porque sabe que las políticas de la UE están en consonancia con este proyecto. “La España vaciada es un nombre horrible, que no me gusta, porque no es verdad, es la España llena, llena de recursos que vamos a aprovechar”, asegura la alcaldesa.