España ha conseguido por el momento sortear el abismo absoluto al que parecía aproximarse hace un mes y ya todas las provincias españolas están en verde, tienen una tendencia de casos de COVID-19 descendente. De las incidencias acumuladas en el país superiores a 500 casos por cada 100.000 habitantes que se alcanzaron a finales de octubre, esta semana se consiguió bajar a menos de 400 y el viernes nos situábamos en 307. Los ingresos también han caído a nivel nacional: a principios de noviembre la media era de más de 1.100 diarios y una ocupación hospitalaria del 16%; actualmente, aunque hay que tener en cuenta que hay retraso de notificaciones, está en torno a 600 y 12,3%. Y en las UCI, el 10 de noviembre entraban 86 personas; la jornada del 24, 45. En muertes ha tardado más en observarse cualquier efecto y esta semana se han alcanzado máximos de la segunda ola, con 500 notificados al día. Pero la media semanal también estos últimos días ha comenzado a notarse en reducción: de 250 fallecidos diarios hace dos semanas a 196 actuales. Los índices siguen siendo, en todo caso, altos. El descenso es lento, y queda por delante el reto importante de sortear también los riesgos del mes de diciembre y la Navidad.
Estas cifras llegan cuatro semanas después del estado de alarma, pero son producto de situaciones muy dispares: en algunas comunidades se han cerrado comercios y bares y se ha impuesto el toque de queda desde las diez de la noche (Asturias, Catalunya, Euskadi); en otras la actividad económica ha seguido y el toque de queda es mínimo, desde las doce (Madrid). También los resultados son dispares: por poner ejemplos, Asturias parece no haber llegado todavía a su pico de muertes y el descenso de Madrid es más aplanado y ralentizado que el de Catalunya. El Ministerio de Sanidad, a través del portavoz Fernando Simón, ha celebrado que la tendencia haya cambiado, pero recuerda e insiste: “El descenso es muy lento”.
Los expertos consultados por elDiario.es coinciden en varios puntos. El primero es que, aunque sin duda es positivo haber mejorado, no hay razones para celebrar demasiado. “Dentro del desastre, hemos pasado a una incidencia menor pero que sigue siendo inaceptable”, en palabras de Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS). El semáforo del Ministerio ubicaba el 'riesgo extremo' a partir de 250, menos del 307 actual; según Hernández y otros especialistas deberíamos estar en torno a 50 casos por 100.000 habitantes. Y la velocidad de la curva hacia abajo “no lleva precisamente una gran velocidad”.
Otro aspecto que acuerdan los expertos es que hay mucha desigualdad territorial y no se pueden sacar conclusiones sobre qué ha sido lo más efectivo en unos sitios y otros, ni sobre cuál será su evolución. El tercer punto es que, efectivamente, es normal que el de fallecidos sea el último indicador que baje, por los ciclos del virus: ahora mismo está en su mayoría muriendo gente que se infectó entre principios y finales de octubre. El cuarto: aunque sí es esperable que se consolide la tendencia también en los decesos, hay factores que pueden influir en que sea aún más lento. Y finalmente y sobre todo, los especialistas consensúan que hay que abordar correctamente el mes de diciembre y la Navidad.
“Se paga un precio por el hecho de no estar totalmente confinados, una decisión, recordemos, muy complicada en la que entran muchos factores”, resume Pere Godoy, presidente saliente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), preguntado por la acumulación de fallecidos durante la segunda ola y por la velocidad lenta de la curva. Godoy cree que sí se consolidará la tendencia de muertes, pero le inquieta que la desescalada en algunas comunidades ha sido demasiado rápida, concretamente en la suya –es también jefe de vigilancia epidemiológica de Lleida–, Catalunya, “en cuanto han comenzado a bajar los casos”. Godoy predice que, si se relajan demasiado las medidas, y teniendo en cuenta las reuniones sociales típicas de estas fechas, se puede dar otra paradoja relevante: que los fallecimientos se confirmen a la baja y a la vez los casos comiencen a subir de nuevo en una especie de tercera ola: “Espero que finalmente no sea así”.
Lo esperable así es que se reduzcan las muertes, pero hay más peros. Pedro Gullón, especialista en Medicina Preventiva y también miembro de la SEE, señala otra paradoja que podremos ver: “Cada día sabemos las muertes notificadas, y se puede dar un efecto contradictorio: a medida que la curva avance, tendremos los servicios de notificación un poco menos saturados y las muertes en las últimas 24 horas serán más reales, no se acumularán tanto de días anteriores. Y por eso el descenso puede ser aún más lento”. Las diferencias por provincias son muchas, y hay muchos factores asociados, uno importante es el envejecimiento de la población: en Asturias, región ahora en ascenso de fallecimientos, es la más alta de España. Lo recuerda Gullón y también Ildefonso Hernández, que por ese tema entre otros llama a ser prudentes y espera que no haya un “efecto rebote”: “Sanidad no está dando las tendencias e incidencias por edades. No sabemos si está bajando en grupos de riesgo, que sí se notará en muertes, o solo en jóvenes, que se notará menos. Hay muchos ingredientes”.
Los factores de riesgo a partir de ahora son muchos y vienen arrastrados. Los enumera Pere Godoy: “La población sigue siendo masivamente susceptible, más del 80% de la población sigue sin haber pasado la COVID-19. Sigue habiendo una transmisión silenciosa difícil de controlar, se nos ha olvidado un poco que sigue existiendo la gente que lo contagia totalmente asintomática o sin tener contacto positivo conocido. Y esta vez la hostelería en Catalunya se reabre con los colegios abiertos, una situación muy distinta a junio, no se puede minimizar el papel de esto”. Gullón también apunta a que “llegamos a Navidad en una situación de vulnerabilidad. No es lo mismo hacer eventos con incidencias de 50 que de 300 o 250; hay más posibilidades de contagio. En verano nos relajamos, pero la curva necesitó mucho tiempo para subir por eso, porque partíamos de niveles muy bajos. Ahora no es así”. Durante la desescalada de primavera nunca se llegó a 0 casos, pero la incidencia acumulada nacional el 21 de junio de 2020 era 8.
No hay respuesta sobre qué ha ido bien
Dentro de todo, ¿qué ha hecho bien España para conseguir, por ahora, evitar sin confinamiento domiciliario estricto el desastre total al que parecía ir? No se puede contestar todavía a eso. “Tendríamos que ir analizando, haciendo comparaciones poblacionales, por edades… no se ha podido hacer todavía a nivel macro. Algún día, investigaciones con sosiego arrojarán algo de luz”, justifica Ildefonso Hernández. “Es muy difícil saberlo, en algunas áreas ha disminuido tanto la oferta que es muy parecido al confinamiento brutal, si solo están abiertos los servicios esenciales. En otras, como Madrid, parece haber jugado mucho la reacción de la población al principio. También la seroprevalencia, o que al principio se contagiase más gente muy expuesta. Pero son todo hipótesis”, zanja el portavoz de SESPAS.
Y Pere Godoy también responde, en la misma línea: “Es complicadísimo. Los cribados masivos por ejemplo seguro que han contribuido en algo, pero no puedes decir exactamente cuánto. Igual que el toque de queda, o cerrar la hostelería, no se puede achacar solo a eso”. Puede haber influido incluso algo tan imposible de medir como la tensión informativa de principios de octubre, las disputas entre Ministerio y Comunidad de Madrid, “que la población se diese cuenta por ello de que estábamos en el límite. Todo suma y ahora no podemos dar un pero porcentual. Es multifactorial”.