La brecha existe, está ahí. El techo de cristal no se ve, pero también es una realidad. La presencia de mujeres en el ámbito científico investigador es inferior a la de los hombres, inferior a la que les correspondería (por pura estadística) y con una diferencia creciente según se sube en el escalafón.
Los datos, fríos pero interpretables, confirman estas afirmaciones. Las opiniones de expertos del mundo científico, también. Y numerosos estudios han demostrado empíricamente que ellas están peor consideradas e invisibilizadas –efecto Matilda– o que al más famoso se le reconoce más (efecto Mateo) —y estos son hombres en general—, situaciones ambas que acaban provocando, en muchas ocasiones, que la propia mujer arroje la toalla de la carrera investigadora, llevando a un círculo vicioso que se retroalimenta.
Los datos
Estadísticas hay muchas, y todas apuntan en la misma dirección. Una de ellas, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, relativa a la presencia femenina en la carrera investigadora, dice que, si bien las mujeres son más durante toda la etapa universitaria de estudiantes (54%-46% frente a los hombres en alumnado matriculado, hasta un 50% de cada sexo en tesis doctorales aprobadas), pasan automáticamente a ser menos cuando arranca la verdadera carrera profesional.
Entonces, las mujeres siguen siendo ligeramente más en el escalafón inferior (profesores ayudantes y personal en formación, los FPI y FPU) con un 51%, pero hasta ahí. Un peldaño más arriba (ayudantes doctor, investigadores visitantes, etc.) ya representan al 49%. En el siguiente nivel (titulares de universidad, contratados doctores, personal con contrato Ramón y Cajal) el salto es considerable: las féminas son el 42% del total. En la última categoría, la más alta (catedráticos de universidad), apenas suponen una de cada cinco personas (un 21%).
Para los escépticos con estas cifras: hace ya 40 años que en determinadas disciplinas, como las ciencias experimentales, la mitad del alumnado es mujer. Féminas que han tenido tiempo de llegar a ser catedráticas, pero cuyo talento se ha quedado por el camino.
Esto, en la universidad. En los organismos específicos, por ejemplo los OPIs (Organismos Públicos de Investigación), la situación es similar. Hay más mujeres en la base (58%), pero la cifra va cayendo progresivamente hasta que en la cúspide son una de cada cuatro (25%).
Pese a estos y otros datos, España no sale malparada cuando se compara su situación con otros países europeos. En conjunto, en 2012 (por elegir un dato comparable) en España hay un 39% de investigadoras, cuando la media de la UE de los 28 era del 33%. Desglosado este dato, España se mantiene por encima en la administración pública (47% frente al 42%), en la enseñanza superior (42% frente al 41%) y en las empresas (30% y 20%).
La buena noticia es que, según la octava Encuesta de Percepción Social de la Ciencia que realiza la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, el interés de las mujeres por la ciencia ha subido del 9,9% en 2014 al 13,7% en 2016.
El efecto John-Jennifer
Pero no solo es una cuestión de cifras. También de percepciones. Desde que somos pequeños (diversos estudios han demostrado cómo cuando a los niños se les pide que visualicen un científico, piensan en un hombre) hasta al llegar a la edad adulta.
María Jiménez, investigadora en el King's College de Londres, explicó recientemente en un debate organizado por la Fundación Banco Santander que “el 63% de los españoles cree que las mujeres no sirven para ser científicas de alto nivel”.
Esta diferencia de percepciones la probó un trabajo de la Universidad de Yale, que envió a 400 profesores y profesoras de centros de todo el país dos solicitudes de trabajo de una persona recién licenciada para un puesto de jefe de laboratorio.
Ambas eran idénticas, pero una tenía el nombre de John y la otra de Jennifer. Los evaluadores consideraron que el candidato masculino era más competente que la candidata y le ofrecían a él un salario más alto y más recursos que a ella. Y no solo lo hacían los hombres. Las mujeres exhibieron el mismo sesgo de género en sus respuestas.
Esto son las consecuencias. Pero, ¿cómo se ha llegado hasta ahí?
“La carrera investigadora es increíblemente competitiva y requiere mucho esfuerzo, trabajo y entrega”, expone Elena Carretón, investigadora postdoctoral en la Universidad de Las Palmas y portavoz del colectivo Precarios. “Y, en esta sociedad, sobre todo el tema familiar, requiere mucha más implicación por parte de la mujer que del hombre, y llega un momento en el mundo de una investigadora en el que tienes que elegir entre la carrera investigadora y la familiar porque, sobre todo en las fases iniciales, si bajas la productividad te vas a ver fuera de la carrera”, argumenta.
Y, que nadie se engañe, advierten desde Precarios: “Si bien esto se puede plantear como una opción personal, se trata más bien de una realidad en la que se obliga a elegir ante la imposibilidad de conciliar”.
“Un problema de promoción”
Tan simple como eso a veces. La científica Flora de Pablo, del CSIC, admite que se ha avanzado bastante en los últimos años y cita como ejemplo las cifras en la base de la investigación, donde sí hay más igualdad. “Pero principalmente hay un problema con la promoción y el avance de las mujeres hacia los puestos de liderazgo”, remata. Y coincide, en parte, con los diagnósticos de Carretón.
El problema tiene causas múltiples y como tal requiere soluciones múltiples, apuntan los expertos. Por un lado, concienciación y trabajo en la base, donde los niños, hasta cierta edad, no presentan los prejuicios que sí acabarán llegando como consecuencia de vivir en una sociedad que los tiene.
Soluciones concretas se han propuesto algunas, no exentas de polémica. La Universidad de Montana (EEUU) diseñó un plan para que en las contrataciones de profesores en la universidad se diera una mayor igualdad. La propuesta incluye una charla sobre los sesgos a los miembros de la comisión que selecciona, la creación por la universidad de una guía que ayude a seleccionar candidatos variados y una tercera reunión de los candidatos sobre las necesidades y prioridades de su vida personal (pareja, hijos, vivienda, etc.).
Desde Precarios, proponen también medidas específicas para romper este “techo de cristal”, tales como incrementar la presencia femenina en jurados y paneles de evaluación de plazas, la implementación de medidas reales de conciliación de la vida laboral y familiar y también para vencer los prejuicios sociales que colocan a la mujer como menos apta para la ciencia.