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El posible fin del anonimato de la donación de esperma y óvulos cuestiona el modelo actual de reproducción asistida

El Comité de Bioética de España (CBE) ha recomendado en un informe esta semana lo que reconocen como un “verdadero cambio de cultura en la reproducción asistida” de nuestro país: aboga por que los y las donantes de espermatozoides y óvulos dejen de ser anónimos. Es decir, los miembros de este órgano han consensuado que debería primar el derecho de una persona nacida gracias a técnicas de reproducción asistida a conocer sus orígenes biológicos sobre el derecho del donante a que esa persona nunca llegue a saber quién es. Lo sustentan sobre todo en el interés superior del menor y en que esto puede constituir una pieza clave en la construcción de la identidad de alguien. No sería retroactivo y no implicaría responsabilidades legales.

Las donaciones de gametos en España son anónimas desde 1988, cuando se aprobó la Ley de Reproducción Humana Asistida que así lo garantiza. Sería necesario cambiar el punto 5.5 en el caso de que el Gobierno hiciera caso al CBE. Actualmente, solo contempla que una persona concebida por estas técnicas conozca sus orígenes biológicos en muy pocas excepciones: por “peligro para la vida” por enfermedad genética, y por asuntos penales. Muchos profesionales, pacientes y donantes quieren que siga siendo así. La Sociedad Española de Fertilidad (SEF), en previsión de la apertura del debate, emitió este noviembre otro informe oponiéndose tajantemente a la abolición del anonimato. Lo que más les preocupa es la pérdida de donantes: “Esto pone en peligro el proyecto reproductivo de muchas mujeres”.

En su documento, la SEF señalaba que, según el último Registro Nacional de Actividad de 2017, España es líder en Europa en número de tratamientos, con 140.941 ciclos anuales de reproducción asistida. Y “cada vez hay más demanda”, por lo que es importante “preservar el modelo”. Destacaban que la legislación ya prevé excepciones para cuando sea necesario y que los donantes “son evaluados para disminuir la posibilidad de enfermedades”.

La Asociación para el Estudio de la Biología de la Reproducción (ASEBIR) publicó un posicionamiento similar: consideraban el actual marco legal en “equilibrio”, y apuntaban que no es habitual que los hijos por reproducción asistida soliciten esta información. Al codirector médico del Instituto Bernabeu, referente del sector, el Doctor Joaquín Llàcer, también le inquieta. Él, que trabaja en bancos de ovocitos y de esperma, sostiene que “el anonimato es un bien esencial de una ley que ha conseguido que en nuestro país se desarrolle una de las medicinas reproductivas más avanzadas del mundo”.

“No volvería a hacerlo”

Encarnación tuvo dos hijas que ya son adolescentes mediante una ovodonación y forma parte desde entonces de Asproin, una asociación que reúne y aconseja a parejas y mujeres. Comparte la preocupación de que esto se lleve a cabo “porque cada vez estamos necesitando más acceder a estas técnicas. La gente no es consciente porque es tabú, pero muchos no van a poder tener un hijo como ahora esperan. Lo que más lo dificultaría es que se reduzcan los y las donantes”.

Por su experiencia en Asproin, Encarnación constata que es raro el deseo de saber el nombre del donante: lo más común es que solo haya curiosidad por el parecido físico y por las enfermedades genéticas, que tienen documentadas las clínicas. Aunque algún caso sí existe: a mediados del pasado enero, en el programa Informe Semanal de TVE, Mikel pedía poder identificar al hombre que dio su semen a su madre hace 36 años, para “terminar de construir mi identidad”.

Romina, que tiene 26 años y ha donado sus óvulos cuatro veces, pone cara a lo que muchos vaticinan: si se implantase una medida así, ella no volvería a hacerlo. “Una de mis motivaciones principales es que es un acto voluntario por el que tú estás en cierta manera ayudando a otra mujer, pero no supone ni te exige implicarte más allá del proceso de hormonas”. No le tranquiliza el supuesto de que nadie le pudiera reclamar responsabilidades legales por su material genético porque “los vínculos no se limitan a la legalidad”. Es consciente de que a día de hoy existen excepciones bajo las cuales sí que algún día podría llamarle alguien preguntándole por su ADN compartido: “Tú firmas un contrato de responsabilidad y compromiso y no creo que haya muchas mujeres que donan que no sepan las implicaciones”.

Una “tendencia” en Europa

La discusión no sale de la nada. El borrador de Recomendación de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa instaba a revisar el tema, y varios países europeos han modificado sus regulaciones para abolir el anonimato. El primero fue Suecia, en 1985; el último Portugal, en 2018. “Parece una tendencia consolidada”, arguye el CBE. Admiten que puede acarrear “una posible reducción de las donaciones a corto plazo en una primera etapa”, pero “no la desaparición”, porque “en muchos países se se ha recuperado en el medio plazo”.

Mapa elaborado por Pablo J. Álvarez

La Sociedad Española de Fertilidad contrapone otros datos. Ponen como ejemplo Reino Unido, donde desde 2005 está permitido que al cumplir la mayoría de edad un hijo levante el anonimato del donante: “En los últimos años ahí no se han alcanzado los niveles previos (...) y se ha producido fundamentalmente a costa de los residentes no británicos a los que preocupa menos la eventualidad de ser contactados en un futuro”. La SEF menciona que el 20% de las donaciones de gametos en España son a pacientes extranjeros, y lo vinculan con el anonimato y con que si se eliminase podría darse en sentido inverso, que los españoles recurriesen a otros países.

En una investigación de 2017, las Doctoras en Derecho Itziar Alkorta y Esther Farnós analizaban las distintas legislaciones mundiales y a partir de ellas repasaban los argumentos a favor y en contra. Recuperaban encuestas que se hicieron en Holanda en 2004, justo antes de que se aprobara la ley que suprime también ahí el anonimato: tras mucho tiempo de debate nacional, el 37% de los padres prefería el anonimato “principalmente por el miedo a que un donante conocido pudiera interferir en la familia en un futuro”.

En cuanto al “derecho a conocer”, Alkorta y Farnós indicaban que cada vez “irá cobrando más fuerza” a medida que se extiendan los diagnósticos médicos genéticos. Recordaban en todo caso que “no puede obligarse a los padres a informar a los hijos sobre el origen de su concepción”, pero consideraban que “la tendencia hacia una sociedad con familias más basadas en roles que en la biología” y “el alejamiento de la imagen del donante-padre” debería facilitar “que el concebido mediante gametos donados pueda conocer la identidad” si así lo desea y sin mayor problema.

Los expertos lo ven todo como un asunto con muchas aristas; legales, éticas y científicas. Vincenzo Pavone, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), lo estudia junto a Sara Lafuente, y quiere tomarlo como una “oportunidad para revisar todo el sistema de reproducción asistida. Fijarnos solo en el anonimato sería ver los árboles y no mirar el bosque”. Entiende que la genética puede representar “una parte importante de la construcción de la identidad, pero eso es algo meramente cultural y psicológico”. Para él no sería ese el argumento a favor, sino “que la sociedad tenga conciencia del papel de las donantes en la crisis de fertilidad que vivimos, especialmente de las mujeres por el procedimiento hormonal que les supone”.

El Comité de Bioética citaba en su informe que, si prevalece el derecho a conocer, “los donantes lo harán más conscientes de su papel en la creación de una vida” y “serán mejores desde un punto de vista ético”. Pavone no se refiere exactamente a eso cuando habla del “papel”, sino a que “a efectos macroeconómicos, el anonimato y el discurso del altruismo baja significativamente el coste de la materia, que son los óvulos”. Las donaciones “no desaparecerían, aunque quizá no volverían a los niveles actuales”. Ante eso el investigador recuerda que la reserva ovárica ahora mismo en España es muy grande, con más de 200.000 almacenados que cubren la demanda.

Lo que sí pasaría, cree Pavone, es que cambiaría el perfil de donante: “Lo harían mujeres mayores que ahora, quizá ya con hijos y con menos necesidades económicas. También se podría dar un fenómeno problemático que hemos observado: que haya quien lo haga precisamente porque no es anónimo, esperando que alguien llame a su puerta un día muchos años después”.