La periodista especialista en movimientos sociales y escritora Esther Vivas, que acaba de publicar el libro “Mama desobediente”, cree que la sociedad “es hostil con la maternidad y todos sus procesos”, y ve necesario desarrollar “una mirada de género para acabar con la violencia obstétrica”.
En una entrevista con Efe, Vivas anima al feminismo a “reapropiarse de la experiencia materna, sin renuncias ni idealizaciones, desde una crítica de la relación entre el capitalismo y el patriarcado”.
P: ¿Qué significa ser 'mamá desobediente'?
R: Una mamá desobediente es la que se enfrenta a modelos de maternidad establecidos, la “maternidad patriarcal”, cuyo fin único es cuidar de las criaturas, o la “maternidad neoliberal”, donde la crianza se supedita al empleo y al mercado. Se trata de vivir la experiencia materna libre de imposiciones y dando el valor necesario a cuidar y criar sin caer en una idealización, en una idea romántica de lo que es ser madre.
P: ¿Por qué hace falta una maternidad feminista?
R: La maternidad y el feminismo han tenido una relación compleja porque la maternidad ha sido utilizada como instrumento de control y supeditación de las mujeres por el patriarcado. Hay que reivindicar una perspectiva feminista y emancipadora. Hay que desindividualizar la maternidad: se acaba juzgando a una madre por lo que hace y por cómo cría.
P: “Las mujeres hemos desaparecido tras la figura de la madre, en una sociedad que identifica feminidad con maternidad”.
R: Se invisibiliza y se menosprecia todo lo que está relacionado con la maternidad. Hemos acabado con el destino único de las mujeres. Hoy la maternidad es una elección en general. Sin embargo, las mujeres tenemos más dificultades que nunca para quedarnos embarazadas debido al contexto socioeconómico. El problema de las dificultades para quedarse embarazada no son problemas técnicos, son causas políticas.
P: Pero los permisos de paternidad han aumentado un 150 %...
R: Sin embargo, el de maternidad, desde el año 1989, no se ha movido una coma, es extremadamente corto. Solo 4 meses, no permite la lactancia exclusiva de 6 meses que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS) y supedita la maternidad y la lactancia al empleo. Los permisos están ligados a una cuestión de clases sociales: las mujeres de clase media piden una excedencia, sin cobrar, aquellas mujeres con una situación más vulnerable, particularmente las madres solas, no se pueden permitir tomarse una excedencia. Criar se está convirtiendo en un privilegio, y no en un derecho.
P: En su libro se declara ser 'lactivista'. ¿Qué es ser 'lactivista'?
R: Supone reivindicar poder dar de mamar dónde y cuando quiera la criatura. Hay una serie de prejuicios sociales en referencia a la lactancia materna y en relación con el carácter erótico que se le ha dado al pecho que a menudo dificultan que las madres puedan dar el pecho cuando la criatura lo necesita. Muchas madres se sienten incómodas de dar el pecho en público ante miradas de desaprobación, lascivas... No hay un entorno amigable para dar la teta.
P: También denuncia en el libro que la violencia obstétrica es la última frontera de la violencia de género. ¿“Nosotras parimos, nosotras decidimos”?
R: La violencia obstétrica es una violencia socialmente aceptada por el personal médico y por las mujeres que la sufren. En parte nos han secuestrado el parto. El parto debería ser una experiencia donde las mujeres pudiesen decidir, vivir la experiencia, pero hay una mirada patologizante del parto, como si fuera una enfermedad. No se respetan los deseos de la mujer, no se pide autorización, se hacen prácticas sin informar, se las infantiliza. El número de cesáreas, episiotomías, partos instrumentales, de partos inducidos... es mucho más alto del que recomienda la OMS.
P: ¿Está diciendo que los médicos consideran el parto como un mero trámite?
R: El parto se ha convertido en un parto tecnificado donde no importa la experiencia materna, sino obtener el producto: un bebé vivo. La intervención médica es importante cuando es necesaria, si no acaba convirtiendo partos de bajo riesgo en partos de alto riesgo. Esto se suma a la actitud paternalista: la embarazada se percibe como un objeto pasivo y es el profesional sanitario quien sabe qué es lo que le conviene a la mujer.
P: ¿Acabar con esta violencia pasa por reeducar a los profesionales?
R: Cambiar la formación del personal médico que atiende a las embarazadas incorporando una mirada de género. No es una crítica a las profesionales, que muchas veces se sienten atacadas y cuestionadas, sino a las prácticas. En un parto respetado gana la mamá, el bebé y aquellos que atienden. El primer paso es reconocer que esta violencia existe para poder combatirla.
Laia Mataix