No se diluyeron con el siglo. Tampoco se los tragó el túnel del tiempo. El polvo o las cenizas en que finalmente se convirtieron no es lo último que hubo de ellos. Los miles de exiliados republicanos españoles –los refugiados, les dicen en México– que fueron acogidos por el presidente Lázaro Cárdenas dejaron, además de un gran legado social, cultural y político, toda una estirpe que sigue considerándose española, aunque plenamente integrada y con sentimiento más mexicano que el nopal, el agave o el mezcal. Son la estirpe republicana. Y pueden ser ahora, en 2019, en el 80º aniversario de la derrota final de la II República Española y a falta de un censo real que los contabilice, más de 300.000.
De ellos ni se habla ni se sabe apenas nada a este lado del Atlántico, a pesar de sus logros y su influencia en la vida mexicana del siglo XXI, a la altura de la que tuvieron sus padres y abuelos, los que vinieron huyendo de la represión de los vencedores de la Guerra Civil.
Cárdenas acogió, oficialmente, a 25.000 exiliados gracias a los sucesivos viajes marítimos del Sinaia, el Ipanema, el Mexique, el Flandra, el Niasa al puerto de Veracruz. Pero otros muchos llegaron por otras vías: desde Cuba, Venezuela, Colombia, Santo Domingo, Estados Unidos, primeras etapas americanas de muchos republicanos escapados.
Eduardo Vázquez Martín, de 56 años es antropólogo y fue nombrado en febrero pasado director del Antiguo Colegio de San Ildefonso, alma mater de la universidad mexicana. También es nieto de Fernando Vázquez Ocaña, periodista y socialista que fue director del diario El Sur de Córdoba durante la República. Vázquez Martín está convencido de que el número de hijos y nietos de los refugiados españoles en México supera con creces los trescientos mil.
Cree que, para empezar, el total de exiliados republicanos casi había duplicado a finales de los años cuarenta a aquellos 25.000 inicialmente acogidos por el presidente Cárdenas. Después de dos generaciones en México, este ex secretario de Cultura de la Ciudad de México en el gobierno perredista de Miguel Ángel Mancera piensa que ahora son un mínimo de trescientos mil los descendientes de aquellos españoles. “Ahorita podrían ser hasta medio millón”, asegura en su despacho del Antiguo Colegio, en el Centro Histórico de la capital mexicana. “Y la inmensa mayoría, en la capital”.
La peripecia viajera de su abuelo Fernando, nacido en Baena, da prueba de sus intuiciones: llegó a México en el 41 después de perder a su mujer Dolores al final de la guerra en Barcelona, acompañado de sus ocho hijos con los que había pasado por Francia y Bélgica para después, ya huyendo de la invasión nazi, viajar a Santo Domingo y finalmente a México.
Su padre, Eduardo Vázquez Jiménez, fue unos de esos ocho hijos con que llegó el abuelo Fernando a México. La descendencia de la familia, al cabo de dos generaciones puede acercarse al centenar de personas.
Las segundas y terceras generaciones del exilio se han mantenido conectadas entre sí gracias a instituciones educativas fundadas por y para ellos. Se suele hablar del Colegio de México como institución universitaria de prestigio fundada por los españoles republicanos. Pero la cohesión del exilio se mantuvo gracias a centros de enseñanza primaria y secundaria creados por los refugiados y a los que asistieron sus hijos y hoy van sus nietos y bisnietos. Son el Colegio Madrid, el Instituto Luis Vives, el Colegio Bilbao…
La actual directora general del Luis Vives, fundado el 19 de mayo de 1939, es María Luisa Gally, de 76 años, nieta del president Lluìs Companys, fusilado por Franco el 15 de octubre de 1940. Su madre, María Companys Micó llegó a México en el 39 con su marido Héctor Gally, cónsul en Bélgica de la II República. Los cinco hijos y los nueve nietos del matrimonio han estudiado en el Luis Vives, como miles de descendientes de republicanos.
En el Instituto, como en el Colegio Madrid, se celebra cada 14 de abril con banderas tricolores y el himno de Riego –como en otras ceremonias oficiales–, y se mantiene una educación laica en la que lo que ahora se llama Memoria Histórica en España estuvo presente desde el minuto uno.
María Luisa evita pronunciarse sobre las circunstancias políticas actuales en Catalunya. “Me falta información de primera mano”, dice. No así la directora desde 2016 del Museo Nacional de las Culturas del Mundo, Gloria Artís Mercader, de 71 años y antropóloga. Tiene mucho contacto con Catalunya porque una de sus hijas, Anna, se fue a vivir allí desde México. Se declara “independentista de hueso colorado”. Sin ambages: “Catalunya es una nación y debe tener estado propio”, añade. Consiguió el pasaporte español gracias a la Ley de Memoria Histórica, sin ver contradicción en ello: “Soy mexicana, pero no reniego de mi origen”.
Esta es una constante de los hijos y nietos del exilio español en México. Se sienten mexicanos totalmente, pero también españoles. Y, por supuesto, republicanos. Como Juan Ignacio Del Cueto Ruiz-Funes, de 58 años, reconocido arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, la más grande del país), y nieto del ministro de Agricultura de la República Mariano Ruiz-Funes García, natural de Murcia, adonde el nieto arquitecto ha viajado alguna vez, no solo por razones familiares, sino también para participar en actos del Colegio de Arquitectos local.
La arquitectura es, curiosamente, uno de los campos donde más fructífera fue la labor profesional de los exiliados españoles, además de la actividad universitaria, las ciencias y las artes, como muestran numerosas construcciones emblemáticas de la segunda mitad del siglo XX esparcidas por toda la Ciudad de México.
Y lo sigue siendo: una arquitecta joven de gran prestigio y proyección en México es Tatiana Bilbao Spamer, de 47 años. Su abuelo fue Tomás Bilbao Hospitalet, ministro sin cartera en el Gobierno de Juan Negrín. Los padres de Tatiana fueron fundadores del Colegio Bilbao, otro de los centros docentes de raíz republicana, aglutinadores del exilio español y difusores de la cultura en México. Los alumnos de estas instituciones, “republicanos” de segunda y tercera generación, son ahora tan influyentes en la capital como lo fueron sus padres y abuelos en los años 40, 50 y 60 del siglo pasado.
Se haría eterno seguir enumerando la cantidad de hijos y nietos del exilio español que ahora son destacados ciudadanos en México. Son cientos, si no miles. Están por todas partes y siguen sintiéndose mayoritariamente tan españoles como mexicanos, aunque los 80 años transcurridos los convierte en los “olvidados” o desconocidos cuando se habla del exilio republicano en España.