La idea de Franco como salvador de judíos fue una campaña propagandística ideada por el propio régimen, un “falso mito” desde el punto de vista humanitario, construido para situar a España en el nuevo contexto internacional tras la II Guerra Mundial, y no precisamente por compasión hacia los millones de vidas que fueron exterminadas durante el Holocausto nazi. Es más, en 1941 la dictadura ordenó a los diplomáticos españoles que se mostraran “pasivos” ante las medidas antisemitas de los alemanes. Decantada la contienda internacional a favor de los aliados, el propio Franco recogió los frutos de los embajadores que se habían rebelado peligrosamente contra su mandato y se atribuyó las gestiones que lograron proteger a numerosos judíos, premiando incluso su oportuna desobediencia.
Cuando el régimen se decidió finalmente —ahora sí— a facilitar la huida de los hebreos por las fronteras españolas, lo hizo por motivos diplomáticos, tratando de evitar las represalias de los vencedores de la guerra, e incluso con criterios un tanto perversos. Los perseguidos debían cruzar nuestro país “como la luz atraviesa el cristal”, sin dejar rastro, sin opción a quedarse. Es más, llegó a haber intereses económicos hacia los sefardíes más pudientes, puesto que las posesiones de los judíos de pasado español eran los bienes del propio Estado, de la imaginaria Sefarad. Un tortuoso plan de huida para los 35.000 fugitivos cuya salvación terminaría en la nómina de logros del dictador Franco. Hasta ahora.
El relato que emana de una novedosa investigación, basada en documentación inédita de los consulados, echa abajo sin titubeos el cartel de Franco como benefactor de la causa judía. Así lo ha defendido César Rina Simón, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura, en las actividades desarrolladas en Zamora en torno a la figura del poeta León Felipe, una de las primeras voces españolas que subió el volumen frente a la tragedia del Holocausto.
Las conclusiones —que sitúan la estrategia del dictador en la esfera diplomática y política, y no en la caritativa— son parte del estudio compartido por Rina con el catedrático Enrique Moradiellos y el también historiador Santiago López Rodríguez, cuya investigación ha desembocado en la reciente publicación del libro El Holocausto y la España de Franco (Turner).
Los partidos más reaccionarios acusaron a los judíos de estar detrás del nuevo régimen democrático, a través de la masonería y del comunismo
El trabajo demuestra que hablar de España y el Holocausto es una cuestión compleja. Tal y como explica César Rina, el antijudaísmo que había germinado en Europa en el siglo XIX —y que acabaría con el antisemitismo y el genocidio nazi en el XX— “llegó tarde a España”. Entre otras cosas, por la huella subyacente que los judíos habían dejado tras su expulsión por los Reyes Católicos en 1492. De hecho, el dictador Miguel Primo de Rivera lanzó un decreto en 1924 para conceder la nacionalidad española a los hebreos que demostrasen su ascendencia española, una medida que, ante la dificultad de las pruebas, únicamente acabaría beneficiando a unas 2.000 personas.
La II República, la masonería y el comunismo
Pero ese “filosefardismo” caducó de un plumazo con la llegada de la II República en 1931. Los partidos más reaccionarios acusaron a los judíos de estar detrás del nuevo régimen democrático, a través de la masonería y del comunismo. “Aquella propaganda creó un fermento: la República no era un gobierno nacional, sino un régimen internacional al servicio de la causa judía”. Así que la sublevación militar de 1936, continúa el profesor Rina, “no sería una guerra civil, sino una contienda de liberación nacional, de independencia, una cruzada religiosa frente a una dominación extranjera”.
En 1941, Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y responsable de la política exterior, ordenó a los embajadores que se mostraran pasivos ante las medidas antisemitas de los nazis, que no se opusieran a ellas
Un discurso ficticio, pero creíble. Al fin y al cabo, en España ya no quedaban judíos para poder contestarlo. Eso no libró al general Franco de tener que practicar malabarismos para ir apagando fuegos: mientras sus militares proclamaban la causa antijudía, el inminente dictador tranquilizaba a los banqueros hebreos de Tetuán, apoyo económico del alzamiento.
En 1939 la ofensiva contra el pueblo judío subió un peldaño. La Alemania nazi pasa la factura de su apoyo a la sublevación franquista y le pide mayor implicación en su causa. Un encargo que asume Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y responsable de la política exterior, mientras Franco elude pronunciarse públicamente. “En esa época —entre 1939 y 1942— encontramos documentación que constata la colaboración diplomática española en la persecución de los judíos. En 1941, Suñer ordenó a los embajadores que se mostraran pasivos ante las medidas antisemitas de los nazis, que no se opusieran a ellas”, precisa Rina Simón.
Se adivina un nuevo contexto internacional y España tiene que contentar a todos. De ahí que Franco adoptara una “política camaleónica” para estar siempre junto al “caballo ganador”. Para agradar a la Alemania nazi, la dictadura se posiciona frente al comunismo; en la guerra europea, manifiesta una “absoluta neutralidad” evitando enfrentarse a la Gran Bretaña de Churchill, y en el frente asiático, España toma partido por la emergente potencia de Estados Unidos frente a Japón.
De antijudío a salvador
Pero, ¿cómo podía España borrar su pasado antijudío, ahora que Alemania comenzaba a perder la guerra? Literalmente, borrándolo. “Los discursos de Franco fueron revisados para eliminar todos los elementos que hacen referencia al antijudaísmo”. Pero hay más. En la recta final de la II Guerra Mundial, los Aliados fuerzan al dictador a que facilite la huida de los judíos por los Pirineos, frontera natural entre el país y la Francia sometida por los nazis. El dictador convierte la exigencia en una pretendida cruzada personal: permite la entrada de los hebreos a cambio de no permanecer en territorio nacional y comienza a reconocer el papel de los diplomáticos que han puesto en juego su cargo enfrentándose al Holocausto: Eduardo Propper, Julio Palencia, José Ruiz Santaella, Sebastián Romero o, el más popular, Ángel Sanz Briz.
Después de haber revisado toda esta documentación, creo que Franco era una persona profundamente antijudía, con una convicción heredada del nacionalcatolicismo del siglo XIX, pero sabía que debía limitar sus declaraciones en determinados contextos
De ahí nació el mito. Franco se apropió del mérito de haber salvado a 35.000 judíos. “Hoy en día, sabemos que los despachos enviados por el dictador a los embajadores decían todo lo contrario: no los salvó, aunque tampoco los persiguió”, argumenta el profesor extremeño César Rina. “Sanz Briz, por ejemplo, fue obligado a decir que las gestiones que había realizado para la salvación de judíos eran órdenes internas de Franco”, ejemplifica. Las pruebas documentales que ahora salen a la luz conducen hacia esa geometría variable de Franco frente al Holocausto. “La postura fue un mito como salvación humanitaria, se tomó por una cuestión diplomática y pensando en la política internacional”, remata el historiador.
Entonces, ¿fue Franco antijudío? “¿En qué año?, sería la pregunta correcta”, responde el investigador, quien apunta a la serie de artículos contra los judíos que el general firmó con pseudónimo en 1949 en la publicación franquista Arriba. En su opinión, “después de haber revisado toda esta documentación, creo que Franco era una persona profundamente antijudía, con una convicción heredada del nacionalcatolicismo del siglo XIX, pero sabía que debía limitar sus declaraciones en determinados contextos”.
León Felipe, primera voz poética
Mientras el dictador Franco serpenteaba por un complejo laberinto político para consolidar el régimen, en España aparecían las primeras voces de denuncia del Holocausto en el territorio literario de la poesía. Hace ahora una década, la profesora Sultana Wahnón identificó en un poema del autor zamorano León Felipe las primeras alusiones al Holocausto, sin términos expresos sobre el genocidio, los campos de Auschwitz o Ana Frank, pero con metáforas referidas al pueblo judío y al Antiguo Testamento: Job, el Dios Padre o la muy sugerente expresión “Himalaya de cenizas”.
Aquellos versos se titulaban Que hable otra vez y fueron incluidos por León Felipe en su trabajo Ganarás la luz, de 1943. “Podría ser el primer poema alusivo al Holocausto en la poesía española. Me sentí muy honrada al comprobar que esta teoría se ha aceptado en la Fundación León Felipe y que ha dado pie a una exposición”, manifiesta la catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Granada.
Para hallar las primeras referencias inequívocas hay que avanzar un poco en el tiempo, hasta los años sesenta. Entonces, León Felipe dedica una sección de ¡Oh, este viejo y roto violín! a denunciar el genocidio perpetrado por los nazis. En cambio, precisa la profesora Wahnón, será Max Aub el autor que más creaciones dedicaría a este tema. “Resulta lógico si tenemos en cuenta que Aub, además de republicano y socialista, era judío”, aclara. Otros escritores, como Jorge Guillén o Rafael Alberti, también se comprometerían con la causa.
En todo caso, los creadores españoles no fueron los críticos más madrugadores en Europa. “Hay una pequeña diferencia con los escritores europeos: la gran literatura del Holocausto en los años cuarenta es obra de judíos, sobre todo, de los supervivientes: Primo Levi, Paul Celan… o la propia Ana Frank”.
Sultana Wahnón explica que “las comunidades judías españolas en Ceuta, Melilla, Madrid o Barcelona eran pequeñas, y no tenían el peso de las europeas”. Sí hubo, puntualiza la catedrática, “avisadores del fuego” en los años treinta. “Eran intelectuales que confirmaban que lo que se decía sobre lo que estaba ocurriendo en Alemania era cierto, como en el caso del periodista Manuel Chaves Nogales o el poeta Antonio Machado”.
Los personajes de un círculo mágico
Más allá de la impecable estética de la exposición Una colección de lágrimas. León Felipe y la tertulia del Holocausto, la muestra que inspira desde Zamora el debate sobre España, el nazismo y los judíos desenvuelve la historia de varios personajes significados en la denuncia del genocidio, cuyas vidas se entrelazan oportunamente como en un juego de prestidigitación. Sus testimonios, que callaban entre los materiales del legado del poeta León Felipe, ven ahora la luz para contar un relato apasionante en varios actos.
Un grabado conservado remite a la polifacética figura de la española María Teresa Toral, comprometida defensora de la causa republicana, encarcelada en tres ocasiones y salvada de la pena de muerte, in extremis, por las presiones recibidas desde Estados Unidos. La intelectual emigró a México en los años cincuenta y allí, utilizando sus conocimientos como científica y química, experimentó con su gran pasión, el grabado. En el país azteca conoció a otros exiliados, como León Felipe, cuyo poema Auschwitz inspiró un aguafuerte que hoy forma parte de la exposición.
Segundo acto. En 1965, Toral creó otro grabado sobre el tema judío titulado “Sombras de Terezín”, basado en un poema escrito por Pavel Friedman, recluso del campo de concentración situado a las afueras de Praga. Al verlo, un músico y director de orquesta ucraniano de origen judío quedó hipnotizado, y decidió componer la pieza Balada de Terezín, cuyo pentagrama manuscrito también forma parte de la muestra. Se trataba de Lan Adomián, cuya admiración por aquel aguafuerte fue mucho más allá. Empeñado en conocer a la autora, Adomián acabaría casándose con María Teresa Toral. Ambos comparten con León Felipe esa imaginaria “tertulia del Holocausto” cerrando un círculo mágico.
Lo curioso —subraya Alberto Martín, comisario de la exposición— es que el montaje ha renunciado a incluir las todavía hoy dolorosas fotografías del Holocausto nazi que todos tenemos en la retina. En su lugar, explica el coordinador de actividades culturales de la Fundación León Felipe, la sala es “un espacio de reflexión”, casi en penumbra, con predominio del blanco y el negro. Los textos y fotografías de destacados creadores que escribieron contra el nazismo, desde Dámaso Alonso al Premio Cervantes Joan Margarit, rematan esta nueva mirada de un tema inagotable.