Eva Casado Ariza estaba acostumbrada a ser “la primera” en todo. La primera en notas de su promoción, la primera alumna en silla de ruedas de la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC), y también la primera persona en sacarse el Grado Profesional de Violín sin poder levantarse de la cama, con una profesora particular. Lo hizo así, “con tapones para reducir el estímulo auditivo, aguantando muy mal la luz y de oído, porque no podía leer”, porque, a los 12 años, una mononucleosis le derivó en el Síndrome de Fatiga Crónica que padece.
Cuando se convirtió, también, en la primera de la ESMUC en irse a estudiar a la West Virginia University (EEUU) gracias a un programa de intercambio similar al ERASMUS, sintió un poco de alivio porque ahí ya no era la pionera. Hacía tiempo que un campus tan grande estaba adaptado para las personas con discapacidad y “me impresionó la mente abierta que había, unas ideas muy claras acerca de incluir la diversidad y cómo eso favorece tanto al alumnado como a la disciplina”.
Eva nació en Cerdanyola del Vallès (Barcelona) en 1995 y a los 5 años le comenzó a gustar la música y sus padres le apuntaron a violín. A los 12, cuando cayó enferma, lo dejó durante dos años. Luego se empeñó en retomarlo. Pudo hacerlo desde casa, igual que continuar sus estudios de secundaria: la música, gracias en gran parte al esfuerzo económico y personal de sus padres; la ESO y el Bachillerato, con los recursos para atención domiciliaria de la Conselleria de Educación de la Generalitat de Catalunya.
“Creo que, desde luego, se intenta que las personas en mi situación sepamos leer, escribir o matemáticas. Pero la música, o cualquier otro tema que se considere menor o un hobby, se pone en segundo o tercer plano. Y si no puedes, no lo hagas. A mí me han dicho mil veces que me dedique a otra cosa, a algo más fácil. Mucha gente me ha dicho que no iba a ser capaz, o que tal o cual técnica no era posible con el violín tumbado. Yo siempre he sido un poco de vivir al día, de ver qué puedo ir haciendo en cada momento y lo que no, ya se verá mañana”.
Para cuando Eva tuvo fuerzas para aguantar más tiempo sentada en la silla de ruedas –“no fue de un día para otro, fue un proceso, pero más o menos a los 18”–, pudo examinarse para entrar a la ESMUC. Entonces, esas pruebas no estaban adaptadas, pero su familia lo batalló llevando su caso al Parlament de Catalunya. En 2012, cuando Eva ya había sido aceptada, consiguieron que se modificara la normativa para que “los aspirantes con necesidades especiales derivadas de discapacidades físicas y sensoriales” pudiesen, por ley, “solicitar los recursos que necesiten”.
Los años de conservatorio acudía a clase siempre acompañada de su padre –también se fue con su padre a la West Virginia– porque no podía abrir puertas, ni acceder a algunas aulas. “Las teóricas las hacía tumbada”, recuerda, “pero fue muy especial porque desde los 12 años no había tenido compañeros de clase, estaba sola en casa. Me hacía mucha ilusión simplemente eso”.
Aunque la ley obliga a los centros a ser inclusivos con todos los estudiantes, “sigue siendo complicado, un edificio no se cambia de la noche a la mañana”. Y sobre todo: “Está el problema de la mentalidad que todavía hay en algunos conservatorios. En música tiene mucha importancia la valoración del profesor en la prueba práctica, cuyos baremos muchas veces no son conocidos: entre dos estudiantes con un nivel parecido, siempre hay quien consciente o inconscientemente puede pensar que el que no tiene discapacidad le va a dar menos problemas, y apuestan más por él”.
“Lo peor es la infantilización: no voy en carrito de bebé”
Eva se sacó también el ciclo superior. Terminó así la carrera de violín con una nota de sobresaliente gracias a la cual el pasado martes recibió una Beca La Caixa de Excelencia para seguir con el Máster en la Universidad de Florida que está cursando, especializado en Dirección Orquestal. Se ha formado con Antoni Ros Marbà –fundador de la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española– en un ámbito especialmente complicado. Ya no solo por la brecha para las personas con discapacidad, sino de género: el 90% de los directores de orquesta del mundo son hombres.
“Siento que sí es difícil, sobre todo, en la infantilización que se me hace. Soy joven, entiendo que no me van a tratar como si tuviese 60 años, pero tampoco voy en un carrito de bebé. Siendo chica y yendo en silla de ruedas noto cómo muchas veces se me habla como si fuera una niña pequeña. Y claro, a un director de orquesta ha de vérsele como una autoridad, así que siempre cuesta más ir convenciendo de que realmente sabes de lo que estás hablando y lo que estás haciendo. Tienes que demostrar con actos, un poco más que otros, lo que con tu aspecto no se creen”.
Durante este tiempo, además de formarse en interpretación y dirección, Eva se ha dedicado a investigar la relación entre diversidad funcional y música y lo que se pueden aportar mutuamente. “El problema es que mucha gente directamente no llega. En primer lugar porque los conservatorios no están lo suficientemente adaptados y segundo por esa mentalidad que da por supuesto que no vas a llegar”.
“El grado superior es algo muy muy difícil”, añade, porque “ya se queda mucha gente sin discapacidad por el camino, porque no lo puede compaginar o porque no tiene el suficiente apoyo. Pues imagina si encima tienes ese obstáculo añadido. Pero hay que encontrar la voluntad, no dar por perdida a la persona, se trata de adaptar, como se adaptan otras aptitudes. Si tienes una discapacidad visual habrá que fomentar los estímulos auditivos, por ejemplo. Esto no es una línea recta y eso es lo que me gustaría que la gente supiera: a veces existen otros caminos. Hace falta ayuda y apoyo externo, claro, y muchas veces un poco más de tiempo, y otros ritmos”.