-¿Pero ella también se ha echado la crema?
-Sí, estuvimos juntas después de varias semanas. Pero por lo que me dijo tu compañera, al estar en tratamiento ese es un periodo de seguridad, ¿cierto?
-¡Mujer, pero verse y hablar no pasa nada!
-No estábamos hablando. Ella es mi pareja sexual.
Podría haber tenido lugar en una consulta cualquiera, pero es lo que le pasó a Mai Insua hace algo más de un año en urgencias. Su relato no es solo una anécdota, es la experiencia más o menos generalizada entre las mujeres que tienen sexo con mujeres en sus citas con el ginecólogo. Un momento íntimo al que, en su caso, se suman los prejuicios, los comentarios incómodos o las situaciones violentas entre las que una destaca por encima de todas: la presunción de heterosexualidad. Es decir, concebir a priori que esa es la orientación de una persona hasta que se demuestre lo contrario.
“Es algo que ocurre de manera permanente y se entrevé en las cuestiones que te plantean. Cuando te preguntan '¿mantienes relaciones sexuales?' o '¿son con penetración?', lo que en realidad te están preguntando es si tienes un coito heterosexual, pero sin decírtelo”.
Insua, que es psicóloga y terapeuta sexual en Galicia, abunda en esta idea: “Es una pregunta trampa porque solo se refieren a ese tipo de penetración, con pene, y conciben el sexo como sinónimo de coito asumiendo que no hay más diversidad en las relaciones sexuales. Socialmente sigue concibiéndose la idea de que si no hay penetración no hay sexo. Eso nos invisibiliza, sesga mucho las posibilidades de atención y hace que no nos sintamos esperadas. Y si no soy esperada es probable que no sepas tratarme adecuadamente”, prosigue.
El escenario ya no es el mismo que hace una década, sobre todo entre ginecólogos más jóvenes, –coinciden las mujeres entrevistadas para este reportaje– porque la sensibilización social es mayor y las reivindicaciones LGTBI han ocupado la agenda, pero este tipo de situaciones siguen siendo comunes. Isabel Serrano, ginecóloga e integrante de la Federación de Planificación Familiar Estatal, cree que “salvo excepciones, no hay un componente ideológico de rechazo, si no más bien falta de formación y de tiempo”.
La continua salida del armario
Cuando Sara López le respondió al ginecólogo que no utilizaba métodos anticonceptivos, él le espetó sorprendido: '¿Cómo que no? ¿Entonces no mantienes relaciones sexuales?'. La ginecóloga de Rosa (nombre ficticio), otra de las mujeres consultadas, se llevó las manos a la cabeza cuando le dijo que no empleaba estos métodos y le reprochó que si estaba loca, que si no era consciente de los riesgos que corría, que podía estar embarazada. La joven acababa de volver de una estancia en California, donde fue por primera vez al ginecólogo. Allí le hicieron rellenar un papel en el que le solicitaban el género de sus parejas sexuales. De esta manera, la médica ya contaba con esa información.
“Nunca pensé que la situación pudiera ser tan diferente en una consulta en España. Aquella vez le reproché que estaba asumiendo que era heterosexual, pero en otra ocasión, en la que otra doctora presupuso que no mantenía relaciones sexuales porque le había dicho que no usaba anticonceptivos y que no tenía pareja estable, sentí que no tenía fuerzas para salir del armario con ella. Después me enfadé conmigo misma por no haber sido honesta, pero es agotador tener que estar continuamente haciendo un esfuerzo por visibilizar quién eres”, dice Rosa, que se define como bisexual.
Se refiere a la continua salida del armario que pesa sobre las personas LGTBI, lo que en ocasiones se suma a la vergüenza, al no querer ser irrespetuosas y a la falta de reacción. “Muchas veces te quedas cortada o no sabes qué decir porque te hace sentir muy incómoda”, explica Elena Gallego, lesbiana que vive en Madrid.
Gloria Fortún, de 39 años, recuerda una de estas situaciones en su última visita al ginecólogo: “Al decir que era lesbiana utilizó conmigo el espéculo –instrumento médico empleado para dilatar la vagina– más pequeño que tenían, el que se usa con las adolescentes que van por primera vez. Yo no sabía si reír o llorar”.
Lo que en el fondo subyace a este tipo de anécdotas es la idea de que “el sexo entre mujeres no es sexo de verdad”. “Revelan un profundo desconocimiento sobre cómo pueden ser este tipo de relaciones, como si no pudiera haber penetración más allá del pene ni otro tipo de prácticas sexuales. A mí han preguntado, tras decir que mis parejas son mujeres, 'entonces puedo explorarte ¿no?'”, explica Insua.
A Elena le han llegado a reprochar 'entonces ¿qué haces aquí?' tras revelar en una consulta que mantiene relaciones sexuales con mujeres. Con ello, además, el especialista asume a priori que estas mujeres nunca han mantenido relaciones sexuales con hombres. “Hay que hacer las preguntas adecuadas que nos induzcan con delicadeza a saber y nunca hay que dar por hecho nada”, dice Serrano.
El vacío de las ETS entre mujeres
La invisibilización de la identidad se une al desconocimiento sobre las enfermedades de transmisión sexual (ETS) que pueden transmitirse. “Tengo amigas a las que les han mandado para casa al saber que no tienen relaciones heterosexuales y asumir que no tienen nada que explorar. No es difícil pensar que quedan enfermedades sin diagnosticar”, dice Insua. Mar, otra de las mujeres consultadas, preguntó directamente a la ginecóloga qué posibilidades tenía de contraer una ETS al mantener sexo con chicas. Le dijo que ninguno, que estuviera tranquila.
Para esta joven lesbiana, las consultas médicas “ocultan una gran diversidad de formas de vivir la sexualidad, pero también de vivir el riesgo. Mi ginecóloga no supo responderme porque estaba desinformada y tenía una serie de concepciones a priori que le han hecho no interesarse por su cuenta”. Algo que, prosigue, “tiene que ver con que la concepción del sexo es muy falocéntrica y en cuanto falta eso, las relaciones se consideran algo infantil o muy afectivo pero poco sexual”.
Todas las mujeres consultadas para este reportaje coinciden en afirmar que nunca han sido informadas sobre la incidencia de determinadas ETS en mujeres que practican sexo con mujeres y tampoco les han hablado de métodos para evitarlo. De hecho, lo más habitual es no utilizar ninguno.
La Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA) realizó en 2007 uno de los pocos estudios que existen sobre esta realidad. Aunque antiguo, reveló que las lesbianas acuden menos al ginecólogo y que en las consultas hay “obstáculos para la comunicación” por “la dificultad” de revelar su identidad y la presunción de heterosexualidad de los médicos: “Esta invisibilidad en la salud puede tener consecuencias importantes para el bienestar psicofísico”.
La literatura científica sobre ETS entre mujeres es prácticamente inexistente y, de hecho, nunca son objeto de las campañas de prevención del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Su página web cuelga todas las que ha puesto en marcha desde 2005, pero ninguna ha tenido por público objetivo a las mujeres lesbianas o bisexuales. Sí lo han sido, por el contrario, los gays o los heterosexuales.
Iria, médica de familia en la sanidad pública, relaciona este vacío con una falta de formación en las carreras de medicina y con “una concepción heteropatriarcal” de la misma, que todavía está vigente. “Los ginecólogos muchas veces no hacen las preguntas adecuadas para hallar las patologías que tenemos porque con las mujeres lesbianas o bien se da por hecho que no las va a tener o no se le concede toda la importancia que debería”, sentencia.
La experta insiste en el tema de las ETS “por las implicaciones que pueden tener” y añade: “Un detalle que jamás he visto preguntar es por el uso de juguetes eróticos, si se usan, cómo y, sobre todo, si se protegen”.