El experimento 'fracasó' y eso también es un avance científico, pero nadie quiere publicarlo
Si uno se dejase guiar por los artículos que se publican pensaría que hacer ciencia es fácil. Que llevar a cabo un proyecto, un experimento, plantear una hipótesis y demostrar que es cierta es sencillo. Eso se desprende de la estadística, al menos: más del 80% de los papers que aparecen cada semana en las revistas de alto impacto informan de resultados positivos, según datos del investigador Daniele Fanelli, del Instituto para el Estudio de la Ciencia, Tecnología y la Innovación de la Universidad de Edimburgo.
¿Qué pasa con la ciencia negativa, con las investigaciones que no ofrecen el resultado esperado? ¿Qué sucede cuando un medicamento no tiene el efecto que se busca, cuando la técnica de edición genética CRISPR no consigue evitar que un virus afecte a una planta, cuando un superconductor no hace el trabajo que se pensaba podía realizar?
La respuesta corta es que habitualmente nada, pese a que, según algunos investigadores que no citan fuente, supone la mitad del conocimiento que se genera. Son miles y miles de investigaciones, de artículos, que se pierden. Se olvida el tema y a otra cosa. Y eso es un problema, advierten los expertos.
“Se aprende mucho más de los errores que de los éxitos”, reflexiona Gema Revuelta, directora del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad de la Universidad Pompeu Fabra. “Los resultados negativos permitirían a un grupo con la misma hipótesis que vea ese estudio puede ver una metodología que consideren errónea y con un mínimo cambio (en la muestra, la metodología o la dosis) puede convertirse en un resultado positivo. Es el cúmulo de ese conocimiento, porque el resultado negativo también es conocimiento, lo que hace que otro grupo avance”, elabora el argumento.
“La ocultación de este tipo de estudios obliga a su repetición con la consiguiente pérdida de tiempo y despilfarro de dinero”, inciden Jesús M. Culebras, de la Universidad de León, Ángeles Franco-López, de la de Murcia, e Ignacio Jaúregui-Lobera, de la Pablo de Olavide de Sevilla en un artículo . Pero la tendencia es ocultar ese fracaso. Hay varias razones para ello, según explican los propios investigadores.
Del ego a las revistas
Por un lado está el ego propio. Siempre cuesta más que un investigador quiera darle publicidad a un proyecto sin resultados positivos. “Los científicos nos hemos acostumbrado tanto a celebrar sólo el éxito que hemos olvidado que la mayoría de los avances tecnológicos surgen del fracaso. Todos queremos que nuestro trabajo salve vidas o solucione el hambre en el mundo, y creo que el sesgo colectivo hacia la búsqueda de resultados positivos frente al fracaso es una motivación peligrosa”, reflexiona Devang Metha, de la Universidad Católica de Leuven (KU Leuven), en Bélgica, en un artículo publicado en Nature sobre la ciencia que fracasa.
Por otro, están las revistas científicas, que tampoco colaboran. “Lo que quieren es publicar novedades, el gran tratamiento. Para ellas publicar que se ha hecho un estudio con resultado negativo no es tan atractivo. Si en una revista normal ya es complicado publicar, un artículo sin una gran novedad... Están condenados a no salir a la superficie”, sostiene Revuelta.
Tal y como está montado el sistema, para los investigadores publicar en revistas de alto impacto es vital para desarrollar su carrera. “Publica o perece”, dice el aforismo que guía al sector. Y si un científico sabe que no le van a publicar la investigación, ahí se acaban los incentivos personales para hacerlo. En España la Aneca, la agencia que evalúa el trabajo de los investigadores, está tratando de salirse de esta lógica y fomentar otro tipo de méritos que la mera publicación en revistas, pero no es fácil cambiar una cultura de años ni hacerlo desde tu rincón en un mundo global.
“Si somos capaces de cambiar el chip, culminar la reforma y valorar las investigaciones por lo que son y no por dónde se publican, igual llegamos a ese punto en el que se perciba esto no solo como que no es una mancha en el currículum, sino como un servicio a la comunidad: yo me he equivocado aquí, no lo hagáis vosotros”, explica Ángel M. Delgado Vázquez, jefe de Servicio de Soporte al Aprendizaje y la Investigación, Biblioteca/CRAI de la Universidad Pablo de Olavide y miembro de la Aneca.
Pero de momento es tan poco común que pase que hay alguna publicación dedicada en exclusiva a este tipo de artículos, como el Journal of negative and no positive results. Hubo tiempos mejores. Una revisión de Jaime Teixeira da Silva concluyó que entre 13 publicaciones originalmente creadas para divulgar resultados inesperados o negativos, solo cinco permanecían activas en 2015 y continúan activas hasta hoy. Este diario ha preguntado por su política de publicaciones respecto a la investigación no positiva a Elsevier y MDPI, dos de los principales grupos científicos editores, pero no ninguno ha querido responder.
Pese a que parece que los científicos no tienen motivación para publicar sus no éxitos, explica Revuelta, sí hay razones. Que toda la ciencia, positiva o negativa, es conocimiento, como inciden varios investigadores, y saber que algo no funciona ayuda a los que vienen por detrás ya se ha mencionado. Si el financiador es público la rendición de cuentas es un factor, si es privado es más difícil que quiera divulgar una mala inversión. Porque no solo es cuestión de publicarlo en algún sitio o alojarlo en un repositorio: si no se publicita, se hace el esfuerzo de darle visibilidad, el gesto será vacío, añade la experta.
El caso Mehta
Esto es exactamente lo que hizo Metha. Este investigador logró que la revista Genome Biology le publicara un fracaso. No fue la gran experiencia que esperaba, pero la contó.
“La publicación de mi trabajo en una prestigiosa revista científica debería haber sido un acontecimiento alegre y festivo para un recién doctorado como yo. En lugar de eso, intentar pasar por otras tres revistas e innumerables revisiones antes de encontrar un hogar en Genome Biology me ha revelado uno de los peores aspectos de la ciencia actual: sus definiciones tóxicas del 'éxito'”, reflexionó en otro artículo donde relató el periplo que pasó para meter su investigación en una publicación de prestigio.
Mehta, junto a otros investigadores, trató de usar la herramienta de edición genética CRISPR para hacer la yuca resistente a un virus muy dañino para esta fruta. Versión corta: no lo lograron, aunque por el camino sí obtuvieron información “científicamente interesante”, como que “el uso de CRISPR como 'sistema inmunitario' en las plantas probablemente condujo a la evolución de virus más resistentes a CRISPR”. Esto es, que justo lo que habían intentado hacer en su experimento es bueno para el virus y no para las plantas.
Era ciencia, la metodología era sólida, pero el resultado no el esperado. “El hallazgo era un mensaje que nadie quería compartir. ¿Por qué era tan difícil para los revisores y editores publicar un único informe que mostrara un fracaso limitado de la tecnología CRISPR?”, se pregunta Mehta.
El investigador critica después el “despilfarro de fondos públicos y el retraso en el progreso real” que supone no difundir estos resultados, y advierte de otras consecuencias perniciosas: “La presión por publicar una historia positiva también puede llevar a los científicos a dar una imagen más positiva de sus resultados y, en casos extremos, a cometer fraude y manipular los datos. En campos como la biotecnología y la genómica, los científicos sociales ya han señalado que exagerar la ciencia podría fomentar expectativas poco realistas en un público ya de por sí escéptico, lo que contraintuitivamente llevaría a una mayor desconfianza cuando los avances en el mundo real se produjeran a un ritmo más lento”.
Revuelta añade una derivada de estas posibles prácticas. “La probabilidad de que al revisor se le haya pasado algo por alto (un error) es más alta en un estudio positivo. Cuando una investigación es negativa el investigador la revisa una y otra vez para asegurarse. Pero si tu hipótesis funciona es más fácil que la mandes. Las ganas de publicar algo positivo siempre son mayores, por lo que la posibilidad de que haya un error es más alta”, cierra.
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