Este julio ya han empezado a llegar turistas a España, procedentes de países del Espacio Schengen y también de los de otros continentes a los que la Comisión Europea ha dado luz verde. Los viajeros –extranjeros y españoles– que pisen los aeropuertos de nuestro país este verano pasarán tres controles para hacer cribado de casos importados de COVID-19: uno documental, con un cuestionario digital sobre su estado de salud y hábitos; uno visual, por si presentasen síntomas perceptibles; y uno de temperatura corporal, con el que se considerará sospechos a los que la tengan por encima de los 37.5 grados. Ni en Barajas, ni en El Prat, ni en ningún otro aeropuerto habrá pruebas diagnósticas, ni PCR ni rápidas. “No hay capacidad”, decía Fernando Carreras, subdirector de Sanidad Exterior, el organismo que supervisa todo el operativo. Y tampoco lo aconsejan los expertos ni las instituciones.
El Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, en sus siglas en inglés) ni siquiera contempla en su guía para vuelos seguros el efectuar pruebas en aeropuertos de destino: su recomendación es que las autoridades sanitarias nacionales, regionales y locales del lugar aseguren que, una vez esté la persona ahí, le sean accesibles, pero no las menciona en el mismo control de frontera. Hay muchos motivos. El principal lo dan José Martínez Olmos, Alberto Infante y Daniel López-Acuña, especialistas en salud pública: “No hay justificación alguna, ni capacidad material y logística, para realizar pruebas de PCR a los cientos de miles de personas que ingresen al país por los aeropuertos internacionales”. Ni en España, ni en ningún país, coinciden muchos otros.
El segundo es que la PCR solo da una imagen “fija” del momento, sigue Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). “Las PCR nos ofrecen una imagen exclusiva del momento”, y nadie puede asegurar que un negativo hoy no sea un positivo mañana y eso puede ser “problemático” para el seguimiento de los turistas y para su propio autocontrol. Desde la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (SEMPSPH), lo apuntan igual: “30 segundos después de un negativo en PCR te has podido contagiar”. Aportan un tercer motivo: aunque la PCR es una de las pruebas más fiables, “su rentabilidad en asintomáticos es desconocida. La tasa de falsos negativos es demasiado alta como para fiarlo todo a ella”.
El profesor Philip Nolan, rector de la Universidad Nacional de Irlanda, realizaba un cálculo el otro día para demostrar todo esto: teniendo en cuenta la sensibilidad y especificidad de estas pruebas –aun siendo alta, 85% y 98%–, en un aeropuerto al que llegaran 50.000 viajeros y 50 de ellos tuviesen COVID-19, se detectarían 30 casos, se perderían 20, y se generarían 1000 falsos positivos.
Una segunda opción, que ha requerido el Partido Popular a Pedro Sánchez, son las PCR en origen, es decir, que la persona que vaya a volar se haga la prueba obligatoriamente antes. La ECDC sí se abre más a eso, aunque con muchas dudas. Entre ellas, el peligroso periodo ventana de hasta 72 horas que se puede dar entre que se tiene el resultado y se viaja, de nuevo los falsos positivos y negativos, y los dilemas jurídicos que podría acarrear. En la SEMPSPH creen que “en todo caso” esa podría ser la política a implementar, pero tampoco lo ven claro por las mismas razones que las PCR en destino: “En periodo presintomático se están dando muchos falsos negativos. No soluciona nada”. Además, requeriría de una coordinación internacional más intensa todavía. Gullón comparte los argumentos: “Pasa más o menos lo mismo. Te la puedes hacer 48 o 72 horas antes de viajar y dar negativo pero a lo mejor ser una infección activa en el momento del vuelo”.
Algunos expertos plantean que las PCR tanto de origen como de destino sean selectivas. “Lo deseable habría sido no ignorar las diferencias epidemiológicas. De haber sido así esto debería haberse traducido en que aquellos países que estén por encima del umbral fijado para terceros países, que es la media europea de la incidencia acumulada en los últimos 14 días, en estos momentos Portugal, el Reino Unido y Suecia, deberían someter a sus viajeros a la realización de PCR en forma aleatoria, en el punto de embarque y en el punto de llegada, a fin de incrementar la probabilidad de detectar asintomáticos”, sintetizan Martínez Olmos, Infante y López Acuña. Gullón también habla de esto: la posibilidad de “falsos positivos” aumenta conforme disminuye la prevalencia del origen, es decir, una PCR es más fiable cuanto mayor es la posibilidad de portar la enfermedad, por ejemplo, si se tienen síntomas o se viene de esos países. Por el momento esto no está negociándose en Europa.
Tests rápidos y pasaportes serológicos, descartados
Una aparente tercera vía serían los tests rápidos, que detectan la presencia de anticuerpos de la enfermedad en el cuerpo en unos 15 minutos. Los especialistas los descartan unánimemente: la logística y capacidad es igualmente complicada y, sobre todo, estos solo sirven para cribado. Dan demasiados resultados incorrectos, incluso aunque diferencien entre IgG (anticuerpos a largo plazo) e IgM (anticuerpos que se generan con la infección recién activa). “Si da positivo no sabes a ciencia cierta si es una infección actual o pasada, ¿qué haces con el viajero?”, plantean en la SEMPSPH.
La idea guarda relación con otra que se escuchaba mucho al principio de la pandemia: el pasaporte serológico, un documento que plasmara el nivel de anticuerpos y en base a él se permitiese o no viajar. Casi todo el mundo también lo rechaza ya. “El porcentaje de la población con anticuerpos es demasiado bajo. Más del 90% de la población de muchos países no podría viajar, sería una restricción a la libertad de movimientos en base a la salud, tampoco solucionaría nada. Y además, sabiendo que los anticuerpos puede que solo duren un periodo corto de tiempo”. La guía de la ECDC tampoco respalda los pasaportes de inmunidad, por lo poco que se sabe de ella.
Una PCR negativa tampoco se puede entender así, como un pasaporte que te exime de ser un peligro: “Te puedes contagiar inmediatamente después. Cuando vas con una cartilla de vacunación a un país que te la requiere estás certificando que no puedes transmitir la enfermedad. La PCR no te dice eso”, explican en la SEMPSPH.
“No hay solución buena”
Mar Faraco, médica de Sanidad Exterior que está trabajando estos días en aeropuertos, sostiene igual que estos procedimientos no son viables. “Hay que pensar que están entrando miles y miles de viajeros al día. La infraestructura y el coste es imposible. No lo puede implementar ningún país, Hong Kong lo ha intentado y los montajes eran increíbles con un coste impensable”. En los aeropuertos, lo que detecta Sanidad Exterior son “sospechosos”, y son derivados a pruebas que gestionan las comunidades autónomas. El portavoz del Ministerio de Sanidad Fernando Simón también lo reconocía: sería “de locos” pensar que se pueden detener en Barajas o El Prat todos los casos importados que lleguen. Lo que se intenta es minimizar riesgos.
“El problema es que no hay solución buena”, zanjan en la SEMPSPH, “la de la UE ha sido buena dentro de las posibilidades, barata, sencilla y acorde a la legislación vigente. Será útil el cuestionario de salud, aunque no lo parezca: ahí sabes el inicio de síntomas y quién puede estar expuesto. Si funciona bien, va a ayudar mucho al rastreo”.