Un hueco para visibilizar su mensaje ultra. Así es como la ultraderecha española está aprovechando la situación en Catalunya para redoblar su presencia y extender su discurso. Pero aunque debilitada y sin haber alcanzado gran proyección electoral, en los últimos años no estaba dormida. Bien lo saben las asambleas antifascistas y los colectivos y personas que son el principal objetivo de su violencia: las homosexuales, las trans, las personas no blancas y migrantes o las sin hogar.
“La extrema derecha española siempre ha estado ahí”, dice Miquel Ramos, periodista y autor del artículo publicado en The New York Times ¿Cómo dejamos de preocuparnos y comenzamos a amar a la nueva ultraderecha? “Estos grupos han encontrado ahora la excusa perfecta con lo que está ocurriendo en Catalunya para exhibirse y ser ellos la punta de lanza. No hay que olvidar que existen nichos donde la ultraderecha está muy extendida y goza de mucha impunidad”, prosigue.
Ramos estaba este lunes en Valencia en la manifestación nacionalista que había sido convocada al igual que otros años y que fue reventada por otra encabezada por el grupo de extrema derecha Yomus. Fue amenazado junto a otras personas y a un fotoperiodista, que fueron agredidos por los ultras.
Uno de ellos era Vicente, que ha denunciado la impunidad con la que, asegura, actuaron los atacantes: “No hubo enfrentamientos, era la extrema derecha de cacería”, dice el joven en una entrevista con eldiario.es. Ayer la pieza de caza fueron los manifestantes nacionalistas valencianos, hace un mes lo fueron dos personas de origen marroquí insultadas en el metro de Madrid y el pasado mes de junio los LGTBI agredidos a palos por el grupo nazi Lo Nuestro en la manifestación del Orgullo de Murcia.
“Están ahí, siempre lo han estado y para nosotros han sido una amenaza, aunque es cierto que ahora redoblamos la vigilancia”, explica Rubén López, coordinador del colectivo LGTBI Arcópoli. Esta asociación contabiliza las agresiones homófobas y tránsfobas que se producen en la Comunidad de Madrid y ayuda a las víctimas a denunciarlas –en lo que va de año han registrado 229 ataques de este tipo–. Aunque no siempre trasciende si los agresores son de extrema derecha, en ocasiones el contexto y los insultos que profesan constituyen claros indicios: “¡Arriba España. Fuera maricones!”, gritó un individuo a Adolfo y su marido en Palencia mientras les pegaba una paliza.
También es relevante la simbología que utilizan para determinados ataques. Así ocurrió en agosto en el municipio madrileño de Torrelodones, donde en varios bancos pintados con la bandera arcoiris aparecieron mensajes amenazantes hacia el colectivo LGTBI –“Os vamos a matar sodomitas” o “Degenerados a la hoguera”– junto a símbolos nazis.
Catalunya, un escenario para el auge
Para Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, la situación en Catalunya está siendo utilizada por la extrema derecha “para encontrar un hueco y una bandera en la que proyectar su discurso inconstitucional”. El experto afirma que “vivimos un repunte del ultranacionalismo en un momento en el que estaba debilitado”, pero insiste en que “es importante separar entre aquellos que van a manifestaciones por la unidad de España y no son extrema derecha, y los que sí, porque si mezclamos, estamos haciéndoles el juego a los ultras”.
Los expertos apuntan a que los grupos ultras han transcurrido por momentos de más y menos florecimiento en España “y ahora se están viendo reforzados por la situación con Cataluña”, sostiene Carmen González Enríquez, investigadora del Real Instituto Elcano y autora del caso español para un informe sobre la ultraderecha en Europa del think thank británico Demos.
Para el periodista Miquel Ramos, la presencia de la extrema derecha en manifestaciones y discursos por la unidad de España, tal y como se ha visto en las últimas semanas, denota que “los que están tratando de penalizar al movimiento por el derecho a decidir están negando y ocultando la presencia de de estos grupos dentro de sus convocatorias”. Raos apunta a que la ultraderecha “está cómoda con el discurso oficial, que es el que tiene el Estado. Y se sienten respaldados en este ambiente de confrontación”, concluye.
Los expertos también coinciden en afirmar que en los últimos años esta ideología ha conseguido ser menos reconocible que antes porque sus defensores rechazan ser catalogados como tal y sus símbolos y estética han sido renovados. Ocurre así con algunos como Hogar Social Madrid (HSM), denunciado como organización criminal hace un mes por sus ataques islamófobos tras los atentados de Barcelona y Cambrils. El grupo se dio a conocer por repartir comida solo a personas españolas.
Además de en la renovación de los propios grupos, Ramos pone el foco en la cobertura de los medios de comunicación y denuncia la “enorme y amable atención” que, a su juicio, ha recibido HSM. “El problema es cuando los medios ocultan esa ideología a sabiendas en una especie de blanqueo de la ultraderecha. Lo de Valencia del lunes no fue un enfrentamiento entre dos grupos que están al mismo nivel, pero hasta que la sociedad no entienda que en la definición de la democracia debe entrar el antifascismo es difícil”, zanja.
Escasa potencia electoral
El Ministerio del Interior contabilizó en 2016 1.272 delitos de odio, una cifra que según las organizaciones especializadas son conservadoras porque en muchas ocasiones no se contempla el odio como móvil. También desde SOS Racismo relatan este tipo de agresiones: “En 2014 nuestra sede amaneció con pintadas, pancartas, una bengala que no llegó a estallar y dos monigotes colgados del balcón. El mensaje cuestionaba la ayuda que prestamos a las personas migrantes. Fue un ataque reivindicado por Democracia Nacional”, explica Dana García, activista de SOS Racismo Madrid que recuerda el asesinato en 1992 de la mujer dominicana Lucrecia Pérez a manos de un guardia civil nazi.
Este es uno de los partidos ultraderechistas que se reparten por el mapa político español, sin embargo, tal y como se ha analizado en varias ocasiones, y al contrario de como ocurre en otros países europeos, aquí la extrema derecha no ha llegado, por el momento, con fuerza a las instituciones. “Las opciones están muy fragmentadas y divididas y además el Partido Popular cumple la función de atrápalo todo, desde la derecha más de centro hasta la más radical, y sobrepasa esa línea cuando le interesa: por ejemplo, Albiol en Cataluña con sus mensajes xenófobos o cuando son negacionistas de la memoria histórica”, explica Miquel Ramos.
Aunque como opción política la potencia electoral de la ultraderecha ha sido limitada, la violencia del pasado lunes se produjo en uno de sus refugios: la ciudad de Valencia, sede del partido España 2000, que cuenta con tres concejales en la Comunitat. Además de la ciudad levantina, también han colocado seis ediles en la Comunidad de Madrid, en diversos municipios de la zona del corredor del Henares, llegando a ser primer partido de la oposición en el Ayuntamiento de Los Santos de la Humosa.
Incluso Catalunya tiene sus propias versiones ultraderechistas, como el Partido por la Libertad (nacido del famoso ultra de Vic Josep Anglada). Algunas de estas plataformas se aliaron en una coalición autodenominada Respeto que nació con la idea de concurrir a los comicios nacionales (aunque luego no dieron el salto). La plataforma nació al calor de la llamada Declaración de Zaragoza de 2015.
La capital aragonesa forma otro vértice ultra. “Siempre ha sido una ciudad con movimiento ultraderechista pero quizá ahora haya más”, explica una persona encargada de analizar la ultraderecha durante años que prefiere no dar su nombre.
Fue en Zaragoza donde el dirigente de la Falange, Noberto Pico, hizo una proclama pública pidiendo “mano dura” hace unos días y “había gente allí aplaudiendo”, recuerda. También en la misma ciudad cientos de ultras cercaron la asamblea de Unidos Podemos sobre Cataluña al grito de “golpistas y secesionistas” hace un par de semanas, cuando fue agredida la presidenta de las Cortes de Aragón, Violeta Barba