Carolina tenía 34 años cuando volvió de Londres. Había trabajado una década como enfermera en Reino Unido y su primer trabajo al llegar a España, en diciembre de 2020, fue un contrato de cuatro meses en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Así eran más o menos aquellos días: “Carol, ahora a la quinta planta”; “Carol, hoy a la segunda”; “Carol, te subes a la séptima”. Ahora trabaja en una empresa farmacéutica con un contrato indefinido. Lara, que prefiere que su nombre sea ficticio, dejó la sanidad pública en busca de contratos “un poco más estables” aunque el salario era más bajo. Tras el shock de la pandemia, se dedica a los reconocimientos médicos en una empresa de prevención de riesgos laborales. María se marchó en 2016 a Noruega y no ha vuelto.
Son tres historias de enfermeras españolas pero se repiten en el gremio. España tiene un déficit histórico de estas profesionales en la sanidad –hay 6,57 por cada 1.000 habitantes frente a las 8,3 de media en Europa, según datos de la OCDE– y un estudio, titulado Escasez de enfermeras en España: del caso global a la situación particular e incluido en el último informe de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS), se pregunta por qué sigue pasando.
La investigación acredita con datos que el problema ya no es la migración a otros países donde les pagan mejor o tienen más posibilidades de desarrollar su carrera profesional ni tampoco que no haya personas interesadas en estudiar la carrera. Así que, concluye el estudio liderado por Paola Galbany, la situación solo puede explicarse por el hecho de que abandonan la profesión.
“En estudios anteriores podíamos decir que el problema era migratorio, pero ya no. Hay trabajo para las enfermeras y permanecen en casa, pero ¿cómo permanecen? España tiene un problema de precariedad laboral que emerge sobre todo a nivel de contratos”, subraya Galbany, investigadora de la Universidad de Barcelona. Cada profesional contratada en 2022 firmó de media 2,76 contratos en el mismo año, revela el estudio, que muestra cómo la inestabilidad persiste pese a la reforma para atajar la temporalidad.
El 80% de los contratos de enfermería firmados en 2023 eran temporales. El porcentaje ha mejorado 15 puntos desde la reforma de 2022, como se observa en el gráfico superior, pero sigue siendo muy elevado. El número medio de contratos mensuales, otro medidor de la temporalidad, ha registrado también una buena evolución: de los 3.592 que se firmaban en 2021 a los 2.559 de 2022.
“Se está dando un cambio desde 2022 obligados por la justicia europea, pero estamos lejos de alcanzar cifras de estabilidad laboral lo suficientemente atractiva para que los profesionales no tengan que estar a expensas de una bolsa de empleo para saber si su contrato va a ser renovado. Acabar con la temporalidad es una manera de retener a los trabajadores”, sostiene Mar Rocha, portavoz del Colegio de Enfermería de Madrid (Codem), que aclara a renglón seguido que la “solución tampoco está en la sanidad privada” porque no ofrece buenas condiciones. El salario suele ser inferior.
Existen pocos estudios que hayan analizado el abandono de la profesión. En este caso se ha hecho una aproximación al problema midiendo cuántas enfermeras no colocan como primera opción la profesión durante la búsqueda de empleo. El estallido de la pandemia redujo significativamente este indicador y la evolución ha continuado hasta 2023 cuando se ve un pequeño repunte. “Cualitativamente es difícil seguir la pista de dónde van. A menudo se dedican a otra cosa como sectores más comerciales o incluso otras profesiones. Otras el abandono es cíclico, es decir, lo dejan unos años y después se reincorporan”, anota Galbany.
Lara dejó los hospitales públicos para empezar a trabajar en una clínica privada pese a que “el sueldo era vergonzoso”. “Primaba para mí tener un contrato más largo que dos meses y me prometieron que me harían indefinida. Yo quería comprar una casa y necesitaba esa situación laboral para poder pedir una hipoteca”, cuenta. Tras unos meses en la privada, se formó en oncohematología y se reconcilió con la profesión. Pero la pandemia hizo saltar todo por los aires. La colocó “al límite” y disparó su salida fuera de los hospitales. “No quería ni sanidad pública ni privada, me daba ansiedad cruzar la puerta del hospital”, recuerda. Y así aterrizó en una empresa de prevención con mejores condiciones. Llegó “cuando tenía que llegar” porque, dice, “lo necesitaba para sanar”. Hoy, con 32 años, no se plantea volver.
Más de 2.100 enfermeras y enfermeros se marcharon a trabajar a Reino Unido en 2013. Ese año se produjo el pico de migraciones a este territorio que ahora no registra la llegada de profesionales desde España. Noruega se ha colocado en los últimos años como el mayor receptor de enfermeras que estudiaron en España, pero el volumen es mucho menor. Los datos muestran el frenazo a la exportación de profesionales: 2.792 sanitarias y sanitarios hicieron el trámite para reconocer sus estudios en otro país en 2013 frente a las 513 de 2021.
María Centelles se marchó al país nórdico en 2016 porque no consiguió entrar a la bolsa de trabajo temporal en la Comunitat Valenciana. “Me fue difícil entrar en la rueda y me vi sin trabajo. Decidí buscar en otro lugar y Noruega, de primeras, era el que más fácil me lo ponía porque me facilitaban un curso del idioma, casa y viajes de vuelta a casa”, explica en conversación con elDiario.es. El camino no fue una alfombra roja porque, cuenta, “no es fácil entrar a los hospitales”. Ocho años después forma parte del equipo de cuidados intensivos de un centro hospitalario de Oslo y no está entre sus planes inmediatos el regreso a España.
La salida de profesionales de enfermería entre 2008 y 2016 –a partir de ese momento el número empieza a descender– dejó herido de muerte un sistema que tenía ya déficit de profesionales. El estudio calcula que se necesitarían 41.000 sanitarias para que España estuviera a la altura de un país vecino como Portugal. Solo hay seis países europeos con menos tasa de personal que nuestro país: Eslovaquia, Italia, Hungría, Bulgaria, Grecia y Letonia, según un informe del Colegio General de Enfermería publicado en 2022. En el escenario también impacta la necesidad cada vez mayor de cuidados de una sociedad envejecida y las jubilaciones por venir de las plantillas.
“Más que los salarios, lo difícil es la temporalidad. Vivir pensando que el contrato se va a acabar la semana que viene y que no sabes nada de Recursos Humanos. Creo que la profesión necesita como pilar contratos más seguros”, considera Carolina Suárez, que cambió el hospital por la farmacéutica. Todos los testimonios coinciden en la “inseguridad” que genera en el trabajo diario estar en puestos muy diferentes en poco tiempo. “Empiezas en cardiología y cuando ya comprendes de qué va, manejas y te sientes parte del equipo, te toca otra cosa”, ejemplifica Suárez.
La solución, resume la investigación de SESPAS, “hay que buscarla en la mejora de las condiciones laborales y profesionales, ya que todo apunta a que provocan el abandono de la profesión y los episodios migratorios internacionales”.