Dejemos de hablar solo de infertilidad femenina: el riesgo entre los hombres ha crecido nueve puntos en una década

Durante los últimos años, varios estudios han confirmado algo que hasta hace poco aún era objeto de debate entre la comunidad científica, la calidad del semen está descendiendo en muchos lugares del planeta. Aunque los datos solo indicaban un descenso de la calidad del esperma y no un aumento de la infertilidad masculina, otro estudio reciente, realizado con participación española, sugiere que también está aumentando el grado de infertilidad entre los hombres

“El descenso de la calidad del semen ha provocado que los tipos de tratamientos de fertilidad sean cada vez más importantes y sofisticados”, explica a eldiario.es Nicolás Garrido, director de la Fundación Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI). Según este especialista, “nuestro estudio ha mostrado cómo el descenso en la calidad del semen tiene una repercusión clínica, ya que los hombres que vienen a nuestros centros son cada vez más infértiles”.

Garrido es el coautor de un estudio publicado a finales del pasado año en la revista Fertility and Sterility, en el que se analizaron muestras de cerca de 120.000 hombres que acudían a las clínicas de reproducción asistida del IVI. Según sus resultados, el riesgo de los hombres de precisar de tratamientos de fertilidad para ser padres aumentó de un 12,4% en 2004 a un 21,3% en 2017, lo que supone un incremento de nueve puntos en poco más de una década.

Más de 25 años debatiendo la infertilidad masculina

El debate sobre la calidad del semen se ha extendido durante los últimos 25 años y no fue hasta 2017 cuando un análisis de todos los estudios publicados en los últimos 40 años, publicado en la revista Human Reproduction Update, concluyó que la concentración espermática entre los hombres occidentales había disminuido más de la mitad en los últimos 30 años y actualmente está cayendo a un ritmo de 1,4% al año.

“La calidad del semen se mide básicamente contando la cantidad de espermatozoides que tienen buena movilidad, de forma que cuántos más hay se estima que la fertilidad del hombre es mayor”, explica Garrido. En aquel estudio la concentración de espermatozoides pasó de una media de 99 millones por mililitro en 1973 a 47,1 millones por mililitro en 2011, que, aunque sea un descenso significativo, sigue muy por encima del umbral de infertilidad, que corresponde a unos 15 millones de espermatozoides por mililitro.

Sin embargo, “estos estudios se han hecho siempre sobre población general”, puntualiza Garrido. “Nosotros hemos hecho una aproximación distinta, ya que hemos analizado la calidad del semen de los varones con problemas de fertilidad que acuden a nuestras clínicas y hemos analizado cómo ha evolucionado y si ese empeoramiento en la calidad tenía algún tipo de repercusión sobre el grado de infertilidad, dado que dependiendo de dicho grado los tratamientos van a ser de un tipo u otro”.

Para ello dividieron a los hombres en tres grupos: los que tenían más de 15 millones de espermatozoides y que, por tanto, no requerían un tratamiento de fertilidad, los que tenían entre cinco y 15 millones, que estarían en riesgo de requerir un tratamiento de fertilidad menor, como la inseminación artificial, y los que tenían entre cero y cinco millones, que podrían precisar de una fecundación in vitro. Sus resultados mostraron que cada vez hay más hombres que requieren este tipo de intervenciones.

Un problema ignorado durante años

El estudio de Garrido no hace sino confirmar las tendencias detectadas en los últimos años, pero a pesar de que varias investigaciones han apuntado al decrecimiento de la calidad del esperma desde mediados de los 90, hasta ahora es un ámbito al que no se le había prestado mucha atención. Entre los motivos, Garrido destaca que “la mayor parte de los avances en reproducción asistida han sido desarrollados mayoritariamente por ginecólogos, con lo que los aspectos femeninos han sido siempre preponderantes”.

“Los tratamientos de reproducción asistida y de fertilidad en la mujer se han desarrollado muchísimo en los últimos años y solo cuando no funcionan es cuando se pasa el foco al factor masculino”, explica a eldiario.es el vicepresidente de la Sociedad Española de Fertilidad y especialista en andrología, Miguel Ruiz. Sin embargo, señala este especialista, “al hombre se le hace lo mismo que se le hacía hace 50 años, que es un análisis de semen, una prueba muy importante pero que da una información muy sesgada”.

Entre los motivos que pueden haber influido en esta desatención a la parte masculina, ambos especialistas señalan posibles factores culturales, pero destacan especialmente el impacto de las técnicas de microinyección, que permiten coger un solo espermatozoide e inyectarlo dentro del óvulo. Desde entonces, “la infertilidad masculina ha quedado un poco de lado”, explica Garrido, ya que “solo había que localizar un espermatozoide útil y el tema se consideraba prácticamente solucionado”.

Un problema que va más allá de la fertilidad

Sin embargo, Ruiz advierte de que “tenemos motivos para preocuparnos cada vez más de la importancia de la infertilidad masculina” y no solo por la fertilidad en sí, sino por otros problemas derivados de una mala salud reproductiva. En este sentido, este andrólgo destaca que “si el recuento espermático decrece es porque la fábrica, es decir, los testículos, están funcionando peor”, lo que no solo está relacionado “con un mayor riesgo de problemas para fecundar, sino también con posibles riesgos futuros para el recién nacido e incluso con la posibilidad de desarrollar cáncer de testículos”.

Además, Ruiz señala que “el hecho de que el recuento baje nos está dando un aviso de cómo ciertas sustancias están afectando a la salud reproductiva del varón”. Sobre las posibles causas de este descenso, los investigadores apuntan a muchos factores como la exposición a contaminantes ambientales, las altas temperaturas, el estrés, la obesidad, etc. Sin embargo, Garrido admite que “aún no sabemos en qué medida actúa cada uno de ellos”.

A pesar de ello, Ruiz señala un tipo concreto de contaminantes ambientales, conocidos como disruptores endocrinos. “Algunas de estas sustancias actúan como estrógenos y durante el embarazo influyen en el desarrollo de los testículos del feto, lo que hace que no funcionen adecuadamente”, explica. “No es un problema de las condiciones ambientales en las que se encuentra el paciente adulto, sino las condiciones en las que se encontraba su madre durante el embarazo”, puntualiza.