Tienen entre 24 y 33 años, un total de 10 carreras, siete másteres, dos doctorados terminados y cuatro a punto. Raquel, Ignacio, Daniel, Francisco Jesús, Isabel, Eder y Juan son jóvenes investigadores, especializados en temas relacionados con enfermedades emergentes, medicina, big data aplicada al cambio climático, nuevos materiales y teorías de campo. Además, son siete de los ocho finalistas de la edición española de Famelab, un concurso de monólogos científicos que se celebra en más de una treintena de países.
Organizado en España por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), del Ministerio de Economía, y el British Council, el objetivo de Famelab es favorecer la divulgación científica. Pero ni su currículum ni su brillantez a la hora de divulgar sus conocimientos hacen a estos jóvenes ser ajenos a la precaria situación que viven, según ellos mismos señalan, los investigadores españoles.
Un ejemplo: este grupo cobra, de media, unos 960 euros al mes. Una media en la que se incluyen prestaciones por desempleo, becas de carácter administrativo que nada tienen que ver con la investigación, un 0 redondo e, incluso, el malestar de los más afortunados: “Cobro lo que se gana en cualquier sitio de Europa, pero en España escuchas a tus compañeros y te sientes culpable por cobrar lo que deberías”, indica Francisco Jesús Martínez.
Él está agotando una beca post-doctoral de la Junta de Andalucía, que termina en enero. Después, las perspectivas en España son complicadas y la opción más factible es buscar grupos de investigación en el extranjero. “La política científica española es una especie de batiburrillo sin orden ni concierto. Digamos que hay apoyo hasta que terminas la tesis y, cuando estás fuera, para que vuelvas, pero no para que no te vayas o para que te vayas financiado desde aquí”, explica. Esto provoca que tras presentar su tesis doctoral, los jóvenes investigadores se enfrenten a un periodo de incertidumbre.
Incertidumbre continua
Un periodo que está viviendo Eder Amayuelas. Tras acabar su tesis en la Universidad del País Vasco, consiguió un contrato post-doctoral de nueve meses, que acabó en febrero. Desde entonces, mientras busca trabajo “sobre todo fuera de España”, continúa “colaborando con su antiguo grupo para intentar cerrar publicaciones y sacar nuevos trabajos de cara obtener nuevas becas”. Eso sí, sin cobrar. Una situación que se agrava si se tiene en cuenta que, como denuncia, “el presupuesto en i+d+i ha ido menguando y, encima, no se gasta todo lo que se presupuesta”. Con los números de 2016 de Eurostat en la mano, España invirtió en investigación y desarrollo el 1,19% del PIB, el dato más bajo desde 2006. La media de la Unión Europea ascendía al 2,03% y uno de los objetivos del programa 2020 es llegar al 3%.
Daniel Rincón ha empezado a preparar su tesis sin saber siquiera si va a obtener la famosa beca de Formación de Profesorado Universitario (FPU), destinada a investigadores en programas de doctorado. “Mi investigador principal está pendiente de que aprueben su proyecto” y, aunque confía en recibir financiación, si no la consigue “tendré que trabajar mientras trabajo investigando”, se resigna. De momento, su objetivo es presentar la tesis y, aunque le gusta la investigación, cree que continuar será “dificilísimo, porque gente con muy buen currículum no está consiguiendo financiación post-doctoral”. Esto viene a secundar el dato del Informe Nacional RIO 2016 de la Comisión Europea, que recoge que, de 2010 a 2016, España perdió unos 12.000 científicos. “Hay tanta competencia por conseguir becas que se te exige un nivel altísimo desde que terminas la tesis que, recordemos, es el inicio de tu carrera investigadora”, explica Eder.
Una FPU es el tipo de contrato pre-doctoral que tiene Isabel Iguacel y obliga, además de a preparar la tesis, a dar clases en la universidad y a realizar trabajo de campo. “En otros países estas ayudas se basan en que hagas tu tesis” y los trabajos adicionales se pagan a parte, indica. Por ejemplo, “en Australia te pagan 50 euros por pasar una hora de datos”. El año pasado, precisamente, solicitó una beca de movilidad para investigar en aquel país: “Me dijeron que era muy ambiciosa y me la denegaron”. No es la primera vez que le dicen que no puede hacer algo: siempre quiso estudiar medicina pero antes de empezar en la universidad una profesora le advirtió que no sería capaz. Se matriculó en ADE y, hoy, tras esa licenciatura, un grado en Psicología, otro en Enfermería, un master en Economía y a un mes de terminar el doctorado en Ciencias de la Salud, está por fin estudiando Medicina.
La misma carrera que ha terminado Ignacio Crespo Pita, quien ha compatibilizado sus estudios con la investigación. “He estado cuatro años trabajando en laboratorio con dos equipos, ya que mi objetivo es poder dedicarme a ello”, indica. Lo hizo sin beca y, por lo tanto, sin cobrar y “por vocación”. Ahora quiere hacer el MIR en neurología y, después, continuar con la investigación. ¿En España? “No creo que sea el lugar adecuado, porque veo que la mayoría de mis compañeros acaban yéndose al extranjero por un periodo bastante largo o sin idea de retorno”.
Periplo extranjero
Seis años lleva fuera Raquel Medialdea. “Me fui de Erasmus y han ido surgiéndome oportunidades muy buenas, tanto a nivel laboral como para continuar mis investigaciones”. Financiada por la Universidad de Liverpool, el Departamento de Salud de Inglaterra y, parcialmente, por el British Council, estuvo en Sierra Leona cuando comenzó la epidemia del Ébola, en Brasil con el Zika y en India. “Me gustaría volver a España a largo plazo y, aunque no veo difícil encontrar trabajo de algún tipo, si que es un sueño que sea bien cualificado, de lo mío y con las condiciones que he encontrado en el extranjero”, explica. Porque, además de trabajar con enfermedades infecciosas (“en España existen muy pocos recursos para investigación y menos aún para temas que no afectan al primer mundo”), ha tenido “oportunidades y mucho dinero para proyectos de divulgación científica, algo que aquí sería impensable”. A punto de terminar su doctorado, en septiembre se incorporará al Centro de Control de Enfermedades de la Unión Europea durante dos años.
Mientras, en España predomina la inestabilidad incluso para quienes van encontrando becas. Juan Margalef Bentabol acaba de entregar su tesis y tiene previsto firmar un contrato post-doctoral de cuatro meses para un proyecto europeo. Pero “la perspectiva es muy negra, porque vas encadenando contratos de muy poco tiempo”, matiza. Esto juega en contra de los resultados: “Cuando empiezas con uno, ya tienes que ir buscando el siguiente. Proponer proyectos es una carga de trabajo importante y tiene una tasa de éxito muy reducida”. Al final, “llegas casi a los 40 años enganchando contratos, por lo que acabas queriendo pasar al mundo empresarial”, razona. Aunque dar ese salto tampoco parece sencillo. De hecho, en el mejor de los casos el doctorado no se tiene en cuenta; en el peor, “puede llegar a jugar en tu contra, porque consideran que tienes sobre-especialización”.
Cuanto este jueves se suban a las tablas de la sala Galileo Galilei en Madrid para enfrentarse a la final de Famelab (el ganador viajará a Reino Unido, donde se celebrará la final internacional), explicarán en apenas cuatro minutos algunos de los temas sobre los que llevan años investigando. No contarán, sin embargo, las trabas, los problemas y las dificultades a las que han tenido que enfrentarse durante esos años, ni el futuro incierto que tienen por delante.