Las facultades de Medicina –y con ellas toda la sociedad– tienen un problema. Y no es la publicitada falta de médicos (alumnado, en su caso). El problema está exactamente en el otro lado del pupitre, en los llamados médicos académicos, los profesionales que precisamente tienen que formar a ese alumnado. Las universidades de España tienen un déficit estimado de 3.817 profesores clínicos solo en las facultades públicas. De médicos que compaginen la asistencia sanitaria con la docencia universitaria. La Conferencia Nacional de Decanas y Decanos de Facultades de Medicina Españolas (CNDFME) calcula que tendría que haber un total de 6.307, lo que supone que falta el 60,5% de estos docentes.
A esta situación se ha llegado, coinciden las partes implicadas, porque en los últimos años el sistema ha “expulsado” a los aspirantes a enseñar en la universidad. Les pedían unos requisitos tan difíciles de alcanzar para ser profesores, tan alejados de su trayectoria profesional habitual, que los posibles candidatos a docentes se autodescartaban. Así, año a año se ha ido acumulando un déficit que ahora provoca que haya facultades que directamente no tienen profesorado clínico, según fuentes del sector, y otras en las que los pocos que hay estén realizando funciones que no les corresponden.
“Es un problema muy serio”, asegura Damián García Olmo, catedrático en Cirugía por la UAM, jefe de Servicio en la Fundación Jiménez Díaz y nuevo responsable de la acreditación de este profesorado académico. Pablo Lara, presidente de la Conferencia de Decanos, también alerta de la “gravedad” de la situación, pero celebra que al menos se ha identificado el problema y se ha actuado. En los últimos cinco años, explica, el número de acreditaciones ha remontado, y se espera que los nuevos criterios de acreditación de la Agencia Nacional de la Evaluación y Calidad y Acreditación (Aneca) acaben de facilitar la vuelta de los médicos a las universidades.
“Lo que más faltan son profesores vinculados”, explica Lara. Estos profesionales son los que imparten docencia en las áreas clínicas de conocimiento. Esto es, aquellas en las que “la enseñanza y la investigación no se entenderían sin el contacto directo con el enfermo, las que no se pueden enseñar si no se ejerce como médico”. Normalmente estas asignaturas se imparten en la segunda mitad del grado. Para los primeros cursos sí hay profesionales, porque las áreas básicas las pueden cubrir docentes con otras formaciones (biólogos, etc.).
“Era una carrera de obstáculos”
El origen del problema hay que buscarlo, explican los expertos, en los méritos que se exigían a los médicos para poder acreditarse como profesores. Hasta este mes de abril, en el que se han cambiado los requisitos, se pedía a los médicos aspirantes a profesor permanente que hubieran impartido una cierta cantidad de docencia previamente. Pero en Medicina, los graduados al acabar la carrera se van a hacer la especialización en el MIR, por lo que les resultaba imposible acumular el tiempo necesario como docentes tal y como les exigía el sistema para poder acreditarse.
La nueva dirección de la Aneca era “muy consciente del problema”, según su directora de evaluación de profesorado, Suana Quicios. “No había interés entre los médicos para hacer carrera académica porque les costaba mucho y algunas facultades se han quedado descapitalizadas, no tienen académicos. Se estaban pidiendo muy pocas acreditaciones”, explica. Por eso se han cambiado los requisitos que se exigen para ser docente. Desde este mes, los aspirantes a profesores podrán computar la docencia que sí hacen y que hasta ahora no les contaba: tutelaje de alumnado, tutorizar trabajos, las prácticas en hospitales o centros de salud del alumnado del grado, en quirófanos... Una docencia que, en muchos casos, ni siquiera cobran.
“Antes el acceso a una plaza de profesor era una carrera de obstáculos y no era nada atractiva para los médicos asistenciales, que tienen una carga de trabajo muy grande”, explica García Olmo. “Ahora se exige que esta carga asistencial sea evaluada y tenida en cuenta para la acreditación”.
El otro gran cambio, explica Quicios, es valorar la experiencia profesional para ejercer la docencia, una petición directa de los decanos. Ahora los aspirantes tendrán que justificar cinco años de experiencia profesional para acreditarse en las áreas clínicas de ciencias de la salud, una experiencia profesional que se consigue básicamente haciendo el MIR.
Tanto la Aneca como la Conferencia de Decanos esperan que con los cambios implementados en el sistema se produzca un efecto rebote y suban las acreditaciones.
Facultades sin profesores
La falta de profesores no está siendo obstáculo, sin embargo, para que se abran nuevas facultades de Medicina, sobre todo privadas. En los últimos quince años el número de centros se ha incrementado un 78% y las plazas de acceso al grado lo han hecho un 94%. ¿Cómo se pueden abrir facultades sin los docentes necesarios?
“Cuando una universidad pide que se acredite un grado solo se le exige que garantice si tiene profesorado suficiente para los dos primeros cursos”, explica Lara, de la Conferencia de Decanos. “Y los dos primeros cursos suelen ser de asignaturas básicas, preclínicas, y no hacen falta tantos médicos o incluso ninguno”. Se ignora el problema de inicio, pero no se puede evitar. “Cuando lleguen a tercero, ¿de dónde van a sacar el profesor acreditado si incluso las facultades con una tradición tenemos problemas para contratar?”, se pregunta Lara. “Se les debería exigir que cuenten con profesorado clínico autorizado. Igual que se debe exigir mucho que haya centros sanitarios que acrediten la formación práctica del estudiantado”, añade.
“Desde la CNDFME, avalados por el Foro de la Profesión Médica (FPM), hemos manifestado en reiteradas ocasiones que no deben aumentar el número de facultades que ofertan el grado ni las plazas de acceso. Nos preocupa mucho las universidades que abren sin médicos”, cierra el representante de los decanos.
También en Enfermería
Algo parecido está sucediendo en Enfermería, aunque por otras razones. En este caso, el problema es que para acreditarse como profesorado se exigen unos méritos en investigación que a las aspirantes les cuesta conseguir. “Uno de los problemas que arrastramos es que Enfermería tiene una menor tradición en el ámbito universitario”, explica Jesús Rubio, secretario de la Conferencia Nacional de Decanos de Facultades de Enfermería. “Y debido a esta menor tradición no tenemos tanta estructura investigadora. La estamos produciendo”, sostiene.
Además, añade, faltan incentivos para que la gente quiera ser docente. “Enfermería es una profesión regulada con un alto encaje en el mercado laboral. Pero cuando entras en la carrera académica, los contratos más bajos [por donde se empieza] son la mitad de lo que se cobra en el sistema sanitario”, ilustra. Y así es difícil convencer a nadie.
Por último, está el problema del doctorado. “Necesitamos captar personas que se interesen por la docencia, pero necesitamos que sean doctoras, y para ello deben hacer un proceso que implica hacer primero un máster. En total puede llevar entre 10 y 15 años acreditarse”, cuenta Rubio.