¿Cambio o ruptura? ¿Revolución o cisma? Francisco se la juega a partir de este domingo, con la celebración de un inédito Sínodo sobre la Familia, en la que obispos, laicos y matrimonios debatirán, sin límites, sobre temas que hasta ahora eran considerados tabú en la Iglesia católica. No ha quedado ningún tema sin tocar: divorciados vueltos a casar, anticonceptivos, matrimonios gay, parejas interreligiosas, aborto, relaciones fuera del matrimonio, violencia doméstica, abusos a menores en el seno de la familia, la inmigración, la globalización, los distintos tipos de pobreza...
“Hay una puerta que hasta ahora estuvo cerrada y el Papa quiere que se abra. El Papa quiere que el pueblo de Dios se exprese y diga lo que piensa”, afirma Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, que por primera vez en la historia reciente de la Iglesia católica ha contado con la opinión de laicos, mujeres y matrimonios, y que también se ha encontrado con una dura contestación por parte de los sectores más radicalmente conservadores, que han llegado a acusar a Francisco de ser un Papa ilegítimo.
Las puertas abiertas del Papa pretenden que entre el aire en la Iglesia, que se cree una nueva conciencia, basada en la misericordia y la apertura, y no en la condena y la persecución de aquellos que no comulgan al cien por cien con la Tradición, y que ha provocado la huida de millones de creyentes que no han visto reflejada su fe en Jesús en la institución vaticana. “No es el Evangelio el que hay que interpretar según el Código de Derecho Canónico sino el Código según el Evangelio de la paz y del perdón”, señala a este diario el prestigioso canonista jesuita José María Díaz Moreno.
Y, sin embargo, el órdago lanzado por Francisco no ha sido bien recibido por buena parte de la Curia romana. Los mismos cardenales que, desde el comienzo de su pontificado, han organizado una “silenciosa oposición” a las reformas del Papa, ahora dan la cara y arremeten directamente contra algunos de los puntos más polémicos -y que se van a abordar en el Sínodo-, como la atención a los menores de familias rotas, los matrimonios entre creyentes y no creyentes y, especialmente, el caso de los divorciados vueltos a casar.
Después de que, por encargo de Francisco, el cardenal Kasper hablara de la necesidad de buscar soluciones para permitir que aquellos que han fracasado en su primer matrimonio puedan tener la oportunidad de rehacer su vida y seguir formando parte de la Iglesia a todos los niveles, algunos cardenales han abierto la caja de los truenos. Cinco de ellos, entre los que se cuenta el mismísimo prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Müller, contraatacaron atacando las tesis de Kasper, quien abundó -en un discurso que Francisco alabó públicamente- en que “todo pecado puede ser absuelto, todo pecado puede ser perdonado. También el divorcio”.
Algunos han ido más allá. Sectores ultraconservadores en Italia o España han llegado a dudar de la legitimidad de Bergoglio como Papa, aduciendo a una supuesta duplicidad de votos en una de las elecciones del cónclave y, sobre todo, a una “pérdida de legitimidad” por sus actuaciones, desde su decisión de abandonar el Palacio y vivir en Casa Santa Marta hasta su cercanía a los inmigrantes, el hecho de que lavara los pies en Jueves Santo a mujeres, una de ellas musulmanas -el rito exigía que sólo fueran hombres, como los doce Apóstoles-, o se mostrara a favor de una mayor presencia de mujeres en puestos de responsabilidad en la Iglesia.
Los críticos son los mismos que atacan al Papa por ser inflexible contra los curas pederastas, por haber procesado, por primera vez en la historia de la Iglesia, a un arzobispo que abusó de niños, y quienes cuestionan su capacidad porque se arrodilla ante los musulmanes y pide construir juntos una sociedad mejor. No ven con buenos ojos sus palabras al diálogo y por la paz en Siria, Israel, Palestina, Irak, que le han hecho ser uno de los favoritos a recibir este año el Premio Nobel de la Paz, algo que jamás consiguió el Papa de Roma. Son los mismos “lobos” que denunció el Papa Benedicto antes de tener que renunciar.
Francisco también ha declarado que el celibato sacerdotal “no es un dogma de fe”, y que, por tanto, se puede discutir. Como la acogida a divorciados, o la participación de todos en el gobierno de la Iglesia. De hecho, la importancia de este Sínodo -más allá de que se tomen unas u otras decisiones en cuanto a la doctrina- es la recuperación de la “sinodalidad” como modo de gobierno. Francisco no es un papa que gobierne a golpe de preceptos -podría hacerlo, y declararse “infalible”-, sino que se ha dotado de un grupo de nueve cardenales que le asesora y ha convocado este Sínodo, en el que participan cardenales, obispos, laicos -y hasta 14 matrimonios-. No podemos soñar con que la Iglesia se convierta en una institución democrática pero sí que al menos escuche y tenga en cuenta la opinión de todos.
Ahora, del 5 al 19 de octubre, el Vaticano abre un período de reflexión y debate, con el objetivo de actualizar su doctrina sobre temas que afectan, y mucho, a millones de fieles en todo el mundo. Y que podrían servir para hacer de la Iglesia católica una institución más accesible, menos oscura y en consonancia con un mundo en cambio. O también para provocar un cisma, si los ultraconservadores continúan poniendo palos en la rueda del carro que, con dificultades, quiere seguir conduciendo Francisco.