Los diez días siguientes a la declaración del estado de alarma Gabriel Heras (Madrid, 1977) trabajó 120 horas. Sumó tres guardias de 24 horas, dos refuerzos de doce y tres turnos de ocho. En un mes, el intensivista adelgazó cinco kilos y fue uno de los miles de sanitarios contagiados por el coronavirus en la Comunidad de Madrid. Su hospital fue el primero de España en el que se diagnosticó un paciente con coronavirus en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Durante la baja médica, además de recuperarse del desgaste físico y emocional, escribió su visión de la pandemia en En primera línea (Península, 2020), que se acaba de publicar.
El aislamiento de las personas hospitalizadas, que han llegado a morir solas, ha puesto en evidencia la importancia de la humanización de la sanidad, un concepto en el que el médico lleva volcado desde 2014, cuando creó el Proyecto Internacional de Investigación para la Humanización de las Unidades de Cuidados Intensivos (Proyecto HU-CI).
Acostumbrado a trabajar con sucesos traumáticos como los atentados del 11M, Heras espera que todo el esfuerzo y las carencias que ha destapado esta pandemia sirvan para que el sistema esté mejor preparado si llega la siguiente oleada.
¿Cómo estás viviendo como intensivista las diferentes fases de la desescalada?desescalada
Con mucho miedo. Si ahora volviéramos a empezar de cero los sanitarios no seríamos capaces de soportarlo porque han pasado muchas cosas a nivel físico y emocional. Hay más de 50.000 profesionales sanitarios infectados y creo que va a haber mucha gente que va a abandonar la profesión porque no le merece la pena.
Te estás dejando la piel y la vida, además literalmente porque han muerto más de 50 sanitarios, y la gente no se toma esto en serio. Parece que el ser humano solo aprende a golpes y cuando tiene un familiar muerto. Creo que la clave del desastre ha sido esa, que aquí cada uno iba a lo suyo en vez de al bien común.
¿Los sanitarios no estaríais preparados para una segunda ola de la pandemia?
Ahora mismo no. Lo que estamos haciendo es reorganizar todo al 200 %. Si tengo una UCI preparo otra por si viene; si tengo diez personas trabajando, voy a tener la posibilidad de contratar 20; si tengo diez respiradores voy a tener 20. Se quiere duplicar para que si llega la pandemia, no nos pille desprevenidos como nos ha pasado esta vez y eso lo está promoviendo la Sociedad Española de Medicina Intensiva (SEMICYUC). La realidad es que todo ha sido poco, aunque también es cierto que ha sido muy asimétrico.
En Madrid y Barcelona ha sido un desastre y hay algo que todavía no me explico: si estábamos tan mal y había un mando único, ¿por qué no se repartían los recursos y se mandaba gente a Madrid y Barcelona? O mandas pacientes fuera o mandas profesionales sanitarios que están en otras áreas.
Un estudio de la Universidad Complutense destaca que el 80 % de los sanitarios tiene síntomas de ansiedad tras el pico de la crisis. En el libro cuentas que hace unos años tuviste el síndrome del trabajador quemado. ¿Crees que la pandemia va a provocar que se extienda este síndrome entre los sanitarios?
No, yo creo que la pandemia lo que ha hecho es poner de manifiesto la importancia de la humanización. Antes de la pandemia el 50 % de los profesionales sanitarios en todo el mundo si pudieran elegir dejarían la profesión. Eso quiere decir que algo no está haciendo bien el sistema, que salva muchas vidas, que cura mucha gente, pero a los profesionales sanitarios nos tiene machacados. La pandemia lo ha puesto de manifiesto: nadie ha tomado medidas de cuidado del cuidador. Si los profesionales sanitarios tuvieran su plaza estable, su sueldo reconocido y ratios de personal adecuados, la sanidad funcionaría como un tiro.
En el manual de buenas prácticas y humanización que publicamos en 2017 están recogidas todas esas medidas. Si se hubiera hecho lo que decíamos hubiera muerto menos gente, los que hubieran fallecido no lo habrían hecho solos y la familia hubiera participado porque habría habido suficientes EPI para todos. También habría cuidados psicológicos en las Unidades de Cuidados Intensivos y existiría conexión WiFi en los hospitales.
Denuncias que en España tenemos la mayor tasa de profesionales infectados y lo relacionas con la falta de materiales de protección. ¿Os sentisteis desamparados por las administraciones?profesionales infectados
Totalmente. A mí no me gusta el lenguaje militar pero la realidad es que fue como ir a una guerra sin escudos. Carne de cañón.
¿Y cómo se trabaja sabiendo que no estás bien protegido y que te puedes infectar?
Con angustia. Llega un momento en el que dices “vamos a caer”. Sabíamos cuáles son las consecuencias del virus en la gente porque lo estábamos viendo pero también te aferras a que el 90 % pasa un cuadro de sintomatología con fiebre o tos leve. La única manera que tuvimos muchos de nosotros de descansar fue caer infectados. Mi pareja y mi familia se alegraron el día que me dijeron que era positivo. Yo intentaba contener la alegría porque pensé que como empezara con insuficiencia respiratoria y me tuvieran que intubar tenía una mortalidad del 50 % o 60 %.
Al principio se decía que era una enfermedad de ancianos o de gente con comorbilidades, y la mayoría sí, pero también hemos intubado a gente de menos de 30 años. La médica que se murió de Mota del Cuervo (Cuenca) tenía 28 años.
En esta crisis ha sido muy difícil, por no decir imposible, que haya humanización dentro de las UCI, como lo que planteas en tu proyecto. ¿Cómo se conjuga la seguridad de médicos, familiares y pacientes con la humanización?
No ha sido imposible. En nuestro hospital lo hemos seguido haciendo. Está claro que con muchas restricciones, pero para nosotros había unas líneas rojas que no se podían pasar, como que nadie se muriera solo.
En otros hospitales esa ha sido la norma general.
Esto es excepcional. No entiendo por qué no puede dejar pasar a una familia. Yo lo he hecho. Hemos tenido gente que ha estado ingresada 60 o 70 días con cuatro o cinco hijos y ninguno se ha infectado. Uno se despide de su padre o de su madre una vez en la vida. Si no somos capaces de hacer que la gente se muera acompañada tenemos que reflexionar qué tipo de sociedad somos. Ni el virus te puede quitar tu dignidad como ser humano.
Tras esto, ¿más UCI van a seguir vuestro ejemplo?
Ya había mucha gente que lo seguía porque el proyecto nació hace seis años y ahora mismo estamos reformando las unidades de terapia intensiva de más de 25 países. En América Latina adoran el proyecto y van mil personas a una charla. En España van 200-300, interesa menos porque en América Latina las emociones están validadas, cosa que no ocurre en España.
Creo que lo que va a pasar es que todo el mundo que ya hacía humanización va a volver a retomarla. Igual que estamos deseando que vuelvan los abrazos, los besos y ver a la gente, pasará lo mismo con la humanización. Y quienes no la hacían han visto el horror de que la gente se muera sola, que no haya horarios flexibles y que la familia no participe.
En el libro también te refieres a las secuelas de la enfermedad. ¿Cómo las va a afrontar el sistema?secuelas de la enfermedad.
El sistema no está preparado para asumir la gran cantidad de pacientes que van a tener secuelas, físicas, emocionales o psicológicas. Hay que crear esa estructura y nosotros estamos en eso. Hemos puesto en marcha un proyecto de atención psicológica para los profesionales de cuidados intensivos que da soporte. Una intervención en crisis, como si fuera el 11M o los atentados de Barcelona para que, tanto telemática como presencialmente, en las Unidades de Cuidados Intensivos se trate a los pacientes, a las familias y a los profesionales y evitar que acaben con estrés postraumático, con depresión o con ansiedad.
Los pacientes que han estado en la UCI con COVID-19, ¿qué tipo de secuelas presentan?
Secuelas a nivel físico porque han estado muchos días inmovilizados y muchos tienen que aprender cosas como andar, tragar o respirar. Tenemos un paciente que lleva 76 días de ingreso y mueve las cejas, no puede mover las manos ni las piernas. Tiene que aprenderlo todo y eso es un proceso. Luego, trastornos del sueño. Los pacientes, no sabemos por qué, se despiertan muy agitados. Estamos haciendo un estudio internacional multicéntrico con 27 países sobre esta cuestión. Los pacientes tienen unos cuadros de delirio que no habíamos visto nunca, y no sabemos si es por el virus, porque están aislados o porque les hemos dado medicaciones que generan efectos secundarios.
Por tanto, secuelas físicas, cognitivas, neuropsicológicas y emocionales: ansiedad, depresión, estrés postraumático. Eso es lo que compone el síndrome poscuidados intensivos y estos pacientes están teniendo un síndrome muy fuerte.
Y para todo eso va a hacer falta más personal, ¿no es cierto?
Claro. Y si el sistema hubiera estado más preparado y ya hubiera creado esos circuitos no estaríamos ahora teniendo que improvisarlos. La pena del proyecto HU-CI es esa: teníamos la solución. Es un proyecto de abajo a arriba que nace de la sensibilidad de pacientes, familias y profesionales y que va subiendo en el escalafón hasta que llega a la política. Y los políticos compran la humanización, porque quién no va a comprarla; es como la paz en el mundo. Todo el mundo quiere la paz en el mundo, pero poca gente tiene un método tangible y concreto. Nosotros sí lo tenemos.
En el libro hablas también de que esto ha servido para que nos demos cuenta de que el sistema sanitario español no es el mejor del mundo. ¿Qué haría falta para llegar a serlo?
Para mí la receta mágica es la humanización. Aparte, el estado de bienestar se fundamenta en una educación y una sanidad adecuadas, pero en España han sufrido recortes salvajes en los últimos diez años y eso no puede ser. Yo creo que todo el mundo está de acuerdo que los impuestos tienen que ir para las cosas que son importantes, y son sanidad y educación. Me gustaría saber cuántos sanitarios que han participado en la crisis tienen un contrato estable.
Ha quedado claro que los que saben de esto tendrán que repensar el sistema para que los profesionales no estemos en la situación actual. Y lo que tememos los sanitarios es que esto no haya servido para nada. Pero eso vamos a verlo en los próximos meses. A mí, por ejemplo, los aplausos me encantan porque me cargan las pilas. Yo me salía a la terraza de mi casa y me tomaba una cerveza mientras la gente aplaudía porque veía que reconocían nuestro esfuerzo, pero no se puede quedar solo en eso.
¿Eres de la opinión de que no sois héroes?no sois héroes
No, somos víctimas. ¡Qué vamos a ser héroes! Aparte, esa es una versión diría casi pornográfica de los médicos y de las enfermeras porque no es real. La gente viene al hospital con su montón de problemas y cree que todo tiene solución y no es verdad. Sabemos que no todo tiene solución.