La presión competitiva, el miedo al fracaso y la autoexigencia extrema acaban por cobrarse su precio: los deportistas de élite también sufren, y algunos, como Michael Phelps, Simone Biles o Naomi Osaka, han dejado de esconderlo y reclaman su derecho a no ser perfectos.
Michael Phelps se encierra en su cuarto. Puede pasar entre tres y cinco días tirado en su cama, acurrucado como un niño en penitencia. Es 2014, tiene 29 años, es el deportista con más medallas en la historia de los Juegos Olímpicos y atraviesa un estado de depresión. Lo sabe porque es algo que ya experimentó antes. Phelps cree que la primera vez fue una década atrás, después de Atenas 2004. Esa vez lo detuvieron por conducir borracho por las calles de Baltimore, estado de Maryland (EEUU). Sintió lo mismo después de Pekín 2008. Un diario inglés lo sacó en portada fumando marihuana de una pipa. Lo suspendieron por tres meses. Ahora está en su casa. Ya pasó Londres 2012. Ya superó a Mark Spitz como el nadador con más victorias de todos los tiempos y a la gimnasta rusa Larisa Latynina en cantidad de medallas. A la que no superó es a su mente.
Phelps tiene pensamientos suicidas, de modo que decide internarse en un centro de rehabilitación. “Me consideraba solo un nadador, no un ser humano”, dirá. Un mes después, vuelve a su casa y advierte que su drama es el mismo de otros atletas. Hay que ver ‘El peso del oro’(HBO), el documental que Phelps produjo y al que le puso la voz. Son deportistas que cuentan sus experiencias con la depresión, el vacío postolímpico, los intentos de suicidio, los suicidios. “Más del 80% de los atletas sufre depresión después de competir en los Juegos Olímpicos”, dice Phelps, 28 medallas, 23 de ellas doradas, y 26 títulos mundiales de natación.
“Las personas que se involucran en deportes de alta competición es probable que, además de las condiciones físicas apropiadas, tengan rasgos de personalidad especiales –explica el psiquiatra Néstor Szerman a elDiario.es–. Suelen ser personas con una gran determinación, rasgos perfeccionistas, meticulosos, con una elevada presión intrapersonal en todos los aspectos de su vida. Esto es esencial para luchar por esa perfección que es el triunfo continuado”.
Según un trabajo del Comité Olímpico Internacional, en 2019 el 33,6% de los atletas de élite tuvo síntomas de algún tipo de desorden mental o emocional. La Organización Mundial de la Salud mantiene la estimación de que el 5% de la población global adulta sufre depresión. La pandemia de COVID-19, advirtió en otro informe, agravó la situación.
Tokio 2020: antes y después
Pero los porcentajes se pierden en el océano de lo anónimo. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, realizados en 2021 por el coronavirus, fueron los Juegos Olímpicos de la salud mental. Le pusieron un nombre y una historia a esos números. Simone Biles, de 25 años, estrella de la gimnasia estadounidense, sacudió al olimpismo cuando se retiró de la final por equipos para priorizar su salud mental. Solo volvió para la final de barra de equilibrio, donde ganó el bronce. Tenía, dijo, que tratar con los demonios que habitaban su cabeza. Campeona olímpica en Río 2016, Biles llegó a Tokio con un pasado de dolor. Fue una de las víctimas de Larry Nassar, el médico que atacó sexualmente a más de 300 gimnastas; también de los métodos represivos del entrenador rumano Bela Karolyi y su esposa Martha, y de la desprotección de la Federación de Gimnasia y el Comité Olímpico de Estados Unidos.
Antes de Biles, el primer paso lo había dado Naomi Osaka, la tenista japonesa que el año pasado decidió dejar Roland Garros para no enfrentarse a las ruedas de prensa. Hay preguntas que la movilizan, que no quiere responder, que la dejan pensando más de lo que ella quisiera. La organización la obligaba a presentarse, llegó a imponerle multas por no hacerlo. “Es como rematar a una persona caída”, dijo sobre afrontar las preguntas de los periodistas después de una derrota. Cuando dejó el Roland Garros, Osaka –ex número uno del mundo, ganadora de cuatro Grand Slam– contó que desde 2018 sufría depresión. En ese tiempo fue una activista por los derechos de las mujeres y la comunidad negra. MeToo y Black Lives Matter. Osaka marchó en Minneapolis por el crimen de George Floyd y se retiró del torneo de Cincinatti cuando los abusos policiales no frenaban. “Antes que deportista –dijo– soy una persona negra”.
Romper el silencio
Biles y Osaka rompieron con un tabú, el mandato de ganar ante todo, el de no mostrar debilidad. Pudieron decir que no. Pusieron al deporte a hablar sobre la salud mental de los atletas.
“Si no estás bien a nivel emocional en la gimnasia podés correr riesgos muy importantes en las rutinas”, dice a elDiario.es Romina Plataroti, gimnasta argentina, medalla de bronce en los Panamericanos de La Habana 91 y participante en Barcelona 92. Plataroti es, además, psicóloga clínica y deportiva. “Lo que hizo Biles –sostiene– fue un paso importante. Somos cuerpo, alma, mente y los que piensan que a los deportistas de alto rendimiento no les suceden estas cuestiones pudieron ver que la mayor referente de los Juegos Olímpicos dijo: ”Me pasa, no me siento bien“, y eso no la hace ni menos ni más fuerte. Que ella haya priorizado su salud integral antes que una medalla llamó la atención de deportistas y exdeportistas que se sintieron muy identificados. Porque quizá no sea novedoso pero no se ponía en palabras”.
El primer libro de Marcelo Roffé se llamó ‘Psicología de un jugador de fútbol: con la cabeza hecha pelota’ (Lugar Editorial). Fue en 1999. Matilde Michelín, maestra de escuela y, por entonces, estudiante de psicología, se lo regaló a su marido, José Pekerman. Creyó que podía servirle para su trabajo como entrenador de las selecciones juveniles de Argentina. A Pekerman le interesó tanto que convocó a Roffé para sumarlo a su equipo. Roffé, licenciado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires, ya tenía una experiencia de trabajo en el fútbol amateur del club Ferro Carril Oeste. Ahora había que preparar un Mundial Sub-20, que la Argentina ganaría en 2001.
Desde entonces, Roffé ha trabajado en 15 clubes de Argentina y Latinoamérica, ha publicado 19 libros, ha recorrido diversos países por congresos y conferencias, y ha colaborado con figuras como Lionel Messi, Sergio Agüero, Javier Mascherano, Carlos Tevez, James Rodríguez y Radamel Falcao. Master en Psicología del Deporte por la UNED-Universidad Complutense de Madrid y doctor en Psicología por la Universidad de Palermo, el segundo libro de Roffé, publicado en 2000, se llamó ‘Fútbol de presión’ (Lugar Editorial), un título que también se lee como ‘fútbol depresión’. O cómo la presión te lleva a la depresión.
“No es lo mismo ansiedad que depresión, que es un cuadro psicopatológico –aclara Roffé a elDiario.es–. La gente tiende a no querer vestirse, a no querer comer, a no querer bañarse. Hay ausencia de ilusión, ausencia de proyecto. ¿Un deportista así no puede competir? En general, no. ¿El deporte de alto rendimiento lo puede llevar a eso? Algunas veces, sí. Cuando hablamos de estrés hablamos de presión, miedo y ansiedad”.
Roffé, también especializado en psicología clínica, fue uno de los pioneros en llevar la psicología a la preparación futbolística. Cuando comenzó, la disciplina era mirada con desconfianza en ese ambiente. “Me encontré con resistencias y aún las hay –dice–. Somos antisistema. No estamos naturalizados como el médico o el preparador físico. Todos se creen psicólogos, todos creen poder interpretar las emociones. Estamos mejor que hace 30 años pero siempre faltan 10 años más”.
En ‘La jugada de mi vida’ (Malpaso), las memorias que publicó en sus conversaciones con los periodistas Ramón Besa y Marcos López, Andrés Iniesta cuenta la depresión que sufrió por la muerte de su amigo Dani Jarque, en 2009. “Vi el abismo”, dice en el libro. Tuvo ayuda profesional, la compañía de su familia y la contención de su entrenador, Pep Guardiola. Después de un tiempo en las sombras, pudo salir. Un año más tarde marcaría el gol que le daría la Copa del Mundo a España en Sudáfrica 2010. “No sé si suena demasiado fuerte –dice Iniesta– pero entiendo, entre comillas, a las personas que en un momento dado hacen una locura”.
El estigma del portero
Robert Enke también luchaba contra la depresión en esos años. Era el portero de la selección de Alemania, iba a jugar en Sudáfrica 2010. Enke convivía con los demonios desde adolescente; era un juvenil que tenía miedo al fracaso. Valentín Markser, su psiquiatra, sugería internación después de la muerte de su primera hija, Lara, con dos años y un problema cardíaco congénito. Luego fue padre adoptivo de Leila. Como revela ‘Una vida demasiado corta’ (Contra), la biografía escrita por Ronald Reng, Enke ocultó su sufrimiento. Ante la insistencia de Markser, Enke estalló: “¡Soy el portero de la selección alemana, no puedo ir a una clínica!”. Murió el 10 de noviembre de 2009, en Neustadt am Rübenberge, a los 32 años, arrollado por un tren.
En el fútbol rioplatense preocuparon los suicidios de futbolistas y ex futbolistas en el último tiempo. El impacto lo produjo Santiago ‘Morro’ García, delantero uruguayo de Godoy Cruz, que apareció muerto en su departamento de Mendoza, Argentina, en febrero del año pasado. Meses después, en Uruguay se quitaron la vida Williams Martínez (38 años), Emiliano Cabrera (27) y Emiliano Castro (exjugador, de 46). En 2019, en la Argentina, se mató Julio César Toresani, exfutbolista de River y Boca y los clubes santafesinos Unión y Colón. Durante 2020, Leandro Latorre (18) se suicidó después de haber quedado libre de Aldosivi y Alexis Ferlini (19), portero, lo hizo cuando se quedó sin equipo. Jugaba en Colón de Santa Fe. El fútbol argentino todavía recuerda a Mirko Saric, mediocampista de San Lorenzo, que a los 21 años tenía un gran futuro pero intentaba superar una lesión. Se suicidó en abril de 2000.
Las historias con porteros parecen escribirse aparte. Como la de Enke, como la del costarricense Lester Morgan en 2002, la del inglés Dale Roberts en 2010 o la del paraguayo Martín Cabrera en 2011. Solo en la Argentina hubo seis porteros que cometieron suicidio: Osvaldo Toriani (ex Independiente, en 1988), Alberto Vivalda (ex River, Platense y Racing, en 1994), Luis Ibarra (ex Tigre, en 1999, luego de asesinar a su familia), Sergio Schulmeister (ex Huracán y Rafaela, en 2003), Mariano Gutiérrez (ex San Martín de Burzaco, en 2008) y Héctor Larroque (ex Boca y Sportivo Italiano, en 2011).“No es casual y tiene que ver con su función, con la percepción de fracaso, la soledad y la ingratitud del puesto. En lo psicológico, el portero es diferente al resto”, dice Roffé. La exposición, esa vida en la frontera del gol, el límite con el error fatal, formatean al portero. El escritor austríaco Peter Handke, Nobel de Literatura en 2019, lo dejó marcado en el título de una de sus novelas: ‘El miedo del portero al penalty’ (Alianza).
Las últimas investigaciones de FIFPro, el sindicato internacional de futbolistas, muestran que el 38% de los jugadores tuvieron algún problema de salud mental, lo que se agravó con el inicio de la pandemia. “El deportista de élite trata de no pensar porque si piensa se angustia explica Roffé–. Vive en la maquinaria de juego-entreno, juego-entreno, sin tiempo de parar la pelota. La pandemia los obligó a parar la pelota y pensar. Eso a algunos les hizo bien, a los menos, y a la mayoría les hizo mal”.
Roffé lo trabajó en el libro ‘¿Y después del retiro qué? Salud mental y resiliencia en el deporte’ (Lugar Editorial). “Se asocia al deporte, y en especial al fútbol, a un momento de recreación, de diversión –escribe–. Pero desde otros lugares es un estilo de vida, un trabajo bien remunerado que lleva a la fama o al éxito. Socialmente está idealizado, más aún en una sociedad tan futbolera, apasionada y excesivamente violenta como la nuestra. Muchos no ven los obstáculos, esfuerzos y frustraciones que se tienen que atravesar para llegar”.
Es el factor humano, el lado B de los ídolos.
El valor de dejar de correr
Martín Bouzas veía una película con su pareja y cuando llegaba el momento de los comentarios se daba cuenta de que no había mirado nada. Su cabeza estaba en la bicicleta con la que corría desde los 16 años. Bouzas es de Galicia pero se mudó al País Vasco. Se destacó en campeonatos nacionales, fue tres veces campeón contrarreloj de España y atravesaba su primer año profesional cuando decidió que esa vida no la soportaba más. Un día de 2020, con 22 años, dejó de correr.
“Pasé por todos los estados –dice a elDiario.es desde su casa en Barcelona–: estar físicamente bien pero no bien en lo mental, lo que me produjo una vez una caída, o estar con ganas de correr pero no en mi mejor forma física y obtener un buen resultado; o estar saturado, metiéndome presión y tener una de mis peores actuaciones”.
Bouzas mira hacia atrás, hace un balance y observa su decisión de bajarse de la bicicleta como un acto de valentía. “Desde el momento en que la tomé sentí un alivio –dice–, una felicidad que sentí pocas veces. Refleja el peso que me quité. Hoy tengo una calidad de vida muy buena. La felicidad no reside en el dinero, se puede ser feliz con muy poco”. Apenas dejó la actividad, buscó un nuevo trabajo. Opositó a Correos.
“Pese a la popularización de la salud mental en la sociedad en general, sobre todo después de la pandemia, el estigma y su consecuencia, la discriminación, siguen estando muy presentes”, sostiene el psiquiatra Szerman. Pero ahí aparecen los personajes, los referentes deportivos. “Cuando manifiestan sus problemas de salud mental de forma publica –dice– ayudan a disminuir la discriminación”.
En la construcción de estigmas también están las redes sociales, la aparición de ‘haters’. El manejo de esas herramientas también es clave en estos tiempos en los que el odio se cuela por las aplicaciones del teléfono móvil. “Si están muy pendientes de las redes sociales, hay que trabajar con ellos que lo que pueda decir una persona fuera de contexto no los define –dice Plataroti–. Esa persona ni siquiera sabe qué proceso hicieron, pero tiene que ver mucho con cuánto peso tiene la mirada del otro, la expectativa del otro”. ¿Hay un cambio de paradigma? “Todos los cambios llevan sus tiempos –responde Plataroti–. Ojalá que no quede en una anécdota, que el deportista y su entorno tenga en cuenta la salud física y mental, no solo si se gana o no una medalla”.
“Ahora queda bien decir: ”Voy al psicólogo“ en determinados círculos –explica Roffé–. Estamos dando respuestas que antes no dábamos, hemos mejorado, y los y las deportistas se acercan de otra manera. Lo físico y lo mental son un matrimonio. Todo lo que pasa en la mente repercute en el cuerpo”.
Bouzas, mientras tanto, vuelve a su casa. Vive en Barcelona después de haber dejado el ciclismo profesional. ¿Qué cambió en su vida? Que una vez que termina el horario laboral ya puede descansar. “Ya no tengo que pensar en nada de eso hasta el día siguiente”, dice.
Bouzas puede ver películas sin la bicicleta en la cabeza.
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