La herencia tóxica de las escopetas: aún quedan por sacar toneladas de plomo en la duna favorita de los gansos de Doñana

Raúl Rejón

Parque Nacional de Doñana (Huelva). —

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A pesar de que hace 40 años que no se pega un tiro en Doñana, en las arenas de la duna más alta del parque nacional todavía quedan toneladas de perdigones de plomo olvidados que envenenan a los gansos que acuden allí cada amanecer. La herencia ponzoñosa de las escopetas, ante la cual la única solución es extraer la munición, perdigón a perdigón.

La duna se llama Cerro de los Ánsares. A su cresta, los humanos llegan cruzando desde el océano Atlántico el cordón de arenas erizadas de corrales de pinos y enebros que se levanta entre el mar y la marisma. Una vez allí, basta con ascender a pie para ver a simple vista, entremezclados con la arena de la duna, los perdigones tóxicos que dejaron las cacerías de gansos.

“Hay que sacarlos a mano, uno a uno”, cuenta sobre la cumbre del cerro Carlos Dávila, el delegado de la SEO Birdlife en Doñana que encadena semanas llevando voluntarios al paraje para sacar el veneno. Nada de tamices sofisticados o imanes especiales. “Desde 1999 habremos extraído algo más de 300 kilos”, calcula. “La mayoría, de la zona más superficial, donde van a reposar los gansos, que ahora está bastante limpia”.

Hay que sacarlos uno a uno. Desde 1999 habremos extraído algo más de 300 kilos, la mayoría de la zona más superficial, donde van a reposar los gansos, que está bastante limpia

Al alba, grandes bandadas de gansos que pasan el invierno en Doñana vuelan hasta esa duna para comer arena que les ayude a triturar las duras semillas que han ingerido. Esa querencia los condenaba antes a las escopetas escondidas en el cerro y, ahora, a intoxicarse con el plomo que ha quedado mezclado con la arena que tragan.

El problema es que esos centenares de kilos de metal pesado que ya han limpiado del parque nacional suponen apenas entre un 6% y un 17% de lo que aún contienen las 150 hectáreas de duna utilizadas como cazadero durante décadas. La estimación es que en la duna hay unos 26 kg por hectárea, según el estudio que realizó el investigador Rafael Mateo en 2000.

Lo primero que llama la atención al recoger los perdigones ahora en noviembre de 2023 es lo accesibles que son en la superficie y su minúsculo tamaño. Aun así, “cinco o diez bastan para tener efectos letales sobre los gansos”, recuerda Dávila mientras enseña un puñado de metales.

El plomo persiste en la molleja de los gansos hasta 21 días. Cada cartucho del calibre 6 –los disparados habitualmente para matar aves– tiene unos 250 perdigones de algo más de dos milímetros cada uno y unos 0,12 gramos por proyectil. Siguiendo el cálculo del investigador Mateo, quedaron en la duna los restos de más de 30 millones de proyectiles.

Además, los investigadores calculan que más del 50% de la munición está enterrada y que el movimiento de la duna (unos 5 o 6 metros hacia la marisma por año) hace que pueda ir aflorando en la base del cerro.

Los cazadores se aprovechaban del instinto de las aves que las llevaba cada mañana al cerro para dispararles. La técnica cinegética era sencilla: encajaban un bidón en un agujero excavado en la arena de la duna para parapetar a cada cazador. Allí apostados y escondidos, aguardaban a que los gansos aparecieran para matarlos. Cientos cada día. Miles en toda la temporada invernal.

Las últimas cacerías de todo tipo –ánsares incluidos– en Doñana se realizaron en 1983. “Aquel año, el director del parque, Ramón Coronado, me envió a parar la primera cacería a la que le afectaba la nueva norma”, cuenta Francisco Robles mientras rebusca en la arena del cerro para pellizcar los minúsculos perdigones y meterlos en una bolsa.

Robles, al que todos llaman simplemente Paco, fue guarda en el Parque Nacional de Doñana desde 1978 hasta que se jubiló en 2022 y este noviembre es voluntario contra el plomo. “Aquello fue en la finca de Matagorda –recuerda sobre esa jornada– y allí me encontré a otros guardias del parque, guardias civiles, inspectores de Sevilla...”, relata para ilustrar cómo era el panorama hace cuatro décadas.

En ese invierno de 1983, antes de vetar la caza en Doñana, todavía dio tiempo a matar miles de gansos que acudían al Cerro de los Ánsares cuando el terreno ya era de propiedad pública. Fueron los últimos perdigones en acumularse. Después llegó la necesidad de retirarlos.

De la duna a los presidentes

“La idea era inertizar el plomo, que no deja de ser un residuo tóxico, para que no se almacenase en cualquier sitio y de cualquier manera, así que se me ocurrió hacer una escultura pequeña del ganso de Doñana”. Lo cuenta José María Galán, guardia del parque nacional. Galán rememora que “se trataba de fundir el plomo añadiéndole una pequeña porción de antimonio para hacer una aleación que no expulsara tóxicos. Hice la figura y fundimos unos cuantos, como 15 o 20 gansitos de veintitantos centímetros para dárselos a personalidades o asociaciones que colaborasen a sacar plomo”.

Aunque les ha perdido la pista a la mayoría –“uno lo dejamos en el palacio de las Marismillas”– sí tiene claro que “se le regaló uno a José Luis Rodríguez Zapatero y otro a José María Aznar para que supieran que el plumbismo es un problema y que esos plomos habías sido recogidos por voluntarios de la SEO y de Parques Nacionales”.

El plumbismo es la intoxicación por plomo. La primera vez que se detectó en los gansos de Doñana fue en la década de los 90 al comprobar la presencia del metal en el 10% de unas aves cazadas fuera de los límites del parque. Poco después, el 28% de un grupo de 46 gansos presentaban restos de haber ingerido plomo y que esa era la principal causa de muerte. Es raro que más de un 10% de los gansos presentara esta circunstancia. “Las altas tasas de ingestión de plomo se explican mejor por la acumulación de perdigones en el Cerro de los Ánsares”, concluyó la revisión científica de Rafael Mateo.

La causa más frecuente de intoxicación por plomo de las aves silvestres es la ingestión de munición de caza

Así que había que intentar extraerlo de allí. En las primeras campañas “sacamos mucho, claro, porque había mucho en la superficie”, rememora Carlos Dávila. “También los gansos han limpiado mucho al ingerirlo, pero a qué precio”, remacha. De hecho, parece que las aves seleccionan los perdigones más enteros y grandes como si fueran granos de arena más fuertes para moler la comida en su interior.

Nuevo informe: el plumbismo afecta a todas las aves silvestres

El caso de estos ánsares es solo un ejemplo de plumbismo. La cantidad de plomo que los cazadores vierten a base de perdigones y balas al medio ambiente en España cada temporada está cifrada en unas 6.000 toneladas –únicamente 50 de ellas en zonas acuáticas donde el impacto tóxico se ha certificado muy ampliamente–.

Aunque desde febrero de este año está prohibido usar esta munición en los humedales de toda la Unión Europea, los daños del plomo en los ecosistemas no se circunscriben a esas áreas.

Las evidencias ya muestran que el plomo abandonado tras las caza también envenena a las aves rapaces y granívoras en zonas terrestres. “La causa más frecuente de intoxicación por plomo de las aves silvestres es la ingestión de munición de caza”, explica un recentísimo estudio encargado por la SEO –aún por publicar– llevado a cabo por el Instituto de Recursos Cinegéticos y el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua.

El trabajo de Rafael Mateo y María Dulsat-Masvidal indica que hay dos vías para que el plomo llegue a las aves terrestres: las granívoras como las perdices, las torcaces o las codornices se lo comen picoteando en el terreno de los cotos de caza, donde se acumulan. Las rapaces lo ingieren al comerse presas o carroña con perdigones en su cuerpo.

Munición de plomo o niveles elevados de plomo en tejidos han sido detectados en 20 especies de aves rapaces en España. Águilas imperiales y reales, aguiluchos, milanos, quebrantahuesos o buitres leonados se han intoxicado así. “Se estima que la mortalidad por ingestión de munición de plomo supone una reducción de las poblaciones de aves rapaces por debajo de su capacidad de carga”, escriben los investigadores que rematan: “Se debe plantear la sustitución de la munición de plomo por alternativas menos tóxicas para garantizar la sostenibilidad de dicha actividad”.

En marzo pasado, la Agencia Europea de Compuestos Químicos propuso a la Comisión Europea que se prohibiera la munición de plomo (y los pesos de pesca) para cualquier actividad al aire libre sin importar que sea un humedal o no. Todavía no se ha conocido la decisión de Bruselas.

De regreso a la recolección de plomo en Doñana, el camino de vuelta discurre al lado de un cabaña rodeada por una valla. “La construyeron para que el rey Balduino de Bélgica estuviera a gusto cuando venía a cazar gansos”, comenta Paco Robles. Al lado todavía pueden verse varios bidones de los que incrustaban en la duna a modo de parapetos de tiradores de ánsares. Un recordatorio de cómo se envenenó la duna de los ánsares.