¿Debe Hitler seguir siendo un escarabajo? Se reaviva el debate por los nombres científicos dedicados a indeseables
El próximo 15 de julio de 2024, alrededor de 200 botánicos de todo el mundo se reunirán a puerta cerrada en el Real Jardín Botánico de Madrid con el objetivo de aclarar los criterios para nombrar científicamente a las plantas. Esta sesión de nomenclatura se celebra tradicionalmente la semana anterior al Congreso Mundial de Botánica, que tendrá lugar en el IFEMA. Y la discusión promete ser interesante, porque la presidenta de la sesión, la prestigiosa investigadora del Museo de Historia Natural de Londres Sandra Knapp, ya ha anunciado que se discutirán los criterios para poner nombres de personas a las plantas.
“En cada congreso se crea un código y está vigente durante seis años”, explica el investigador Gonzalo Nieto, que preside el comité organizador del congreso de este año. “Se revisa el código anterior con todas las propuestas que se han ido publicando para cambiarlo y esta vez, entre las que ya han sido admitidas, al menos hay un par que hacen referencia al debate de los nombres ofensivos”. Las peticiones forman parte de una corriente que quiere eliminar los nombres de especies dedicados a personas (epónimos), en los que el homenajeado está fuertemente asociado con fenómenos tan negativos como el imperialismo, el racismo y la esclavitud.
Uno de los escritos que se ha presentado, por ejemplo, reclama la eliminación de la palabra “cafre” y sus distintas variantes de muchas especies vegetales africanas, como Erythrina caffra, porque deriva de una expresión árabe utilizada de forma racista para hablar despectivamente de la población negra. Otras propuestas abogan por eliminar toda referencia al supremacista británico Cecil John Rhodes y al esclavista George Hibbert de cualquier homenaje en la nomenclatura botánica. “Es muy difícil predecir qué va a pasar”, confiesa a elDiario.es Knapp, que como directora de la comisión no puede dar su opinión. “Los zoólogos han dicho que no cambiarán el código, pero los botánicos lo cambiamos cada seis años y lo hacemos de forma más democrática y abierta, a menudo a partir de detalles muy pequeños”, apunta. “La polémica está ahí de forma clarísima en los últimos años”, reconoce Nieto. “La cuestión es hasta qué grado se puede hacer ese tipo de revisión y cuáles son los inconvenientes”.
Más que un escarabajo
Cuando la discusión se centre en el tema de las plantas en julio de 2024, estará lloviendo sobre mojado. La batalla terminológica tiene un amplio historial que se remonta décadas atrás y plantea cuestiones como si se debe mantener el nombre del Anophthalmus hitleri, el escarabajo nombrado en 1933 por un coleccionista austriaco para homenajear a Adolf Hitler, o si tiene sentido ponerle el nombre de Donald Trump a una polilla (Neopalpa donaldtrumpi).
Más allá de la anécdota, el asunto se ha convertido en un motivo de confrontación de dos posiciones muy definidas entre quienes se dedican a la biología y que se está reabriendo en muchos frentes. Hace solo unos días, por ejemplo, la influyente Sociedad Ornitológica Estadounidense anunció que retirará de la nomenclatura común aquellos nombres de aves que homenajean a personas misóginas o racistas. Pocos meses antes, la Sociedad Entomológica de América aprobó llamar “polilla esponjosa” a la Lymantria dispar, hasta entonces “polilla gitana”.
La ICZN estima en un 20% el número de epónimos de especies animales y cree que su modificación podría poner la nomenclatura patas arriba
La polémica ha cobrado tal intensidad que a principios de año la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica (IZCN) se vio forzada a pronunciarse sobre el asunto, dando un sonoro portazo a los cambios que se reclaman desde parte de la comunidad científica. En aquella comunicación, la ICZN estimó en un 20% el número de epónimos de especies animales, por lo que su modificación podría poner la nomenclatura patas arriba.
“Si bien la comisión reconoce que algunos nombres científicos pueden causar incomodidad u ofensa a partes de la comunidad –expresaron–, el compromiso con un sistema de nomenclatura estable y universal sigue siendo la prioridad”. Y esgrimieron el socorrido argumento de que “existe la posibilidad de que los nombres neutrales y no ofensivos propuestos como reemplazos puedan considerarse ofensivos a medida que las actitudes cambien en el futuro, lo que generaría nuevos nombres de reemplazo”.
¿Una biología sin epónimos?
La posición de la ICZN levantó ampollas entre quienes defienden los cambios y desató una serie de enérgicas respuestas. Entre ellas destacó un artículo publicado en la revista Nature Ecology & Evolution en el que los autores defendían directamente la supresión de todos los epónimos, por carecer de sentido en el siglo XXI. “Argumentamos que nombrar especies en honor a una persona específica es injustificable y está fuera de sintonía con la igualdad y la representación”, escribieron. “Reformar la taxonomía para eliminar los epónimos no será fácil, pero podría traer –añadieron– múltiples beneficios tanto para la conservación como para la sociedad”.
Más del 60% de los epónimos de la flora de Nueva Caledonia honran a ciudadanos franceses y el 94%, a hombres
Algunos de los ejemplos que citaban los autores eran demoledores: más del 60% de los epónimos de la flora de Nueva Caledonia, en el Pacífico, honran a ciudadanos franceses y el 94% llevan nombres de hombres. Y la situación no es mucho mejor en otros lugares como África. “Las reglas se pueden cambiar”, asegura Ana M. Santos, ecóloga e investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) que participó en el artículo. “Creemos que no es nada complicado establecer que de aquí en adelante no se nombre a más personas para homenajear especies, porque una persona que hoy nos puede parecer idónea en el futuro podría ser que no lo mereciera”.
“Lo malo de ligar a especies con estos personajes es que algunas estaban próximas a la extinción por tener el nombre de un personaje famoso”, añade Javier Martínez Arribas, investigador del CIBIO y coautor del artículo. “Muchas veces en los sitios donde estas especies son endémicas han sido perseguidas por este motivo”. La propuesta de este grupo es que los nombres de las especies describan aspectos como su hábitat o el rango de distribución, sin incluir a humanos, a los que siempre se puede citar en la descripción.
Un inconveniente añadido es que el homenajeado puede ser incluido sin su permiso, como le pasó a la propia Ana M. Santos, que se enteró por sorpresa de que su director de tesis le puso su nombre a una especie de avispa en Tailandia. “También le pasó a Alexandra Elbakyan, la creadora del repositorio de artículos científicos Sci-Hub, a quien dedicaron el nombre de una avispa parásita y a ella le pareció un insulto”, comenta. “Y otras veces hay machismo implícito en el gesto, como cuando le dedicaron a Beyoncé el nombre de un tábano [Scaptia beyonceae] solo porque tiene el abdomen gordote y dorado”.
Respetar la libertad del investigador
Ana Camacho, científica titular del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) que lleva años descubriendo y nombrando nuevas especies de crustáceos subterráneos, se encuentra entre quienes creen que los cambios en la nomenclatura pueden acarrear más inconvenientes que ventajas. “Ahora mismo cada científico es libre de poner los nombres que quiera y dedicarle las especies a quien quiera”, recuerda.
Los límites los marca el buen o mal gusto de cada uno y solo se echan atrás nombres de especies que ya existan en otros ámbitos de la biología. Los revisores únicamente pueden hacer recomendaciones, pero nada más, el autor tiene la potestad de poner el nombre. En su opinión, los cambios de nombres generan muchos problemas, que luego los taxónomos deben afrontar cuando describen los géneros y las especies. “Eso genera muchísima confusión”, afirma. “Yo creo que una vez que se ha puesto un nombre hay que obviar un poco el significado que tuvo en su momento, porque las cosas cambian. Es historia”.
No hay nada que impida a un investigador israelí poner el nombre de Netanyahu a una nueva especie, como no lo habría si alguien quisiera homenajear a Hamás
El veterano zoólogo Miguel Ángel Alonso Zarazaga, que perteneció a la ICZN entre 2000 y 2018 antes de jubilarse, también está en el bando de los conservadores. “El problema es que cambiar nombres después de 250 años de uso de la nomenclatura linneana implica un auténtico caos, es mejor dejar las cosas como están”, asegura. Zarazaga reconoce que formalmente no hay nada que impida a un investigador israelí poner el nombre de Netanyahu a una nueva especie, como no lo habría si un científico palestino quisiera homenajear a Hamás. “Reconozco que algunos de los nombres son poco oportunos, no solo el de Hitler, pero se debe respetar la libertad del zoólogo o el botánico de poner nombre a las especies”, sostiene.
Zarazaga recuerda que idealmente, como describió el propio Carlos Linneo, los nombres de las especies deberían dedicarse a investigadores, pero el botánico sueco fue el primero que no respetó sus propias reglas. “Dedicó especies o géneros a colegas que no eran botánicos, porque eran amiguetes, porque le habían pagado viajes o le habían dejado visitar sus jardines”, indica el especialista, quien reconoce que es una práctica habitual en taxonomía: “Mis hijos tienen todos una especie dedicada, y mi mujer tiene un género y una especie”.
Una solución intermedia
Al margen de su papel como organizador del Congreso Mundial de Botánica del año que viene, Gonzalo Nieto aboga por una solución intermedia. “Yo sería partidario de que se revisaran algunos nombre particularmente ofensivos, pero sería totalmente contrario a posturas un poco extremas como eliminar todos los epónimos, porque son un montón”, explica. “Eliminarlos todos sería una tarea absurda e incluso injusta”, resume.
Eliminar todos los epónimos sería una tarea absurda, pero tal vez sería bueno revisar algunos nombres que son particularmente dolorosos u ofensivos
¿Será el congreso de Botánica más receptivo a los cambios que sus colegas del mundo de la Zoología? “Creo que las propuestas más agresivas se van a rechazar, pero si se añadieran revisiones del código para no autorizar nombres ofensivos de ahora en adelante, sí me parecería razonable, y probablemente se haga”, argumenta Nieto.
Mientras tanto, los defensores de los cambios piden que se consideren sus ideas y se abra un poco la perspectiva. “Hay gente que critica que la ICZN está sesgada hacia determinadas regiones del mundo”, asegura Ana M. Santos, que subraya que después de su artículo publicado en marzo ha recibido numerosos emails de odio, de investigadores muy enfadados. “He tenido que dejar de leerlos porque ya se estaban volviendo poco profesionales y respetuosos”, apunta. Un investigador brasileño, cuenta Martínez Arribas, les escribió al IBIO para decirles que, como españoles y portugueses, debían “devolver el oro robado en América” antes de meterse en estas discusiones. “Nos gusta haber abierto el debate y haber removido conciencias”, concluye Santos. “Lo malo –añade– es cómo responden algunas personas”.
15