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ENTREVISTA
Angela Saini

Cuando la ciencia es racista: “Todavía hay académicos que piensan que los negros son innatamente menos inteligentes que los blancos”

La escritora y periodista científica Angela Saini

Alberto Ortiz

20 de febrero de 2021 21:47 h

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Durante el verano de 1907, en París, un transeúnte podía acabar por accidente paseando entre poblados de diferentes partes del mundo, con flores y fauna naturales de lugares recónditos y con pequeñas muestras de población autóctona. Una especie de zoológico, pero con seres humanos. El Jardín de Agricultura Tropical del Bois fue en esos meses la sede de una exposición colonial a la que acudieron más de dos millones de personas, entre ellos muchos científicos, que medían el tamaño de los cráneos, la estatura o la alimentación de aquellas personas, procedentes de las colonias francesas. 

El experimento no duró mucho, pero fue tiempo suficiente para que decenas de investigadores publicaran artículos y asentaran en sus libretas los “parámetros del racismo científico”, tal y como describe la periodista científica británica Angela Saini en su último libro, Superior -Círculo de Tiza, 2021-. La lectura es un detallado ensayo en el que disecciona los orígenes de las teorías nativistas y xenófobas que forman, alerta, “la columna vertebral” intelectual de la extrema derecha en auge. 

“¿Por qué sigue existiendo el racismo científico después de todo lo que pasó en el siglo XX?”, se pregunta el antropólogo estadounidense Jonathan Marks en el libro de Saini, una cuestión que parece sintetizar no sólo su último trabajo sino el momento político actual. Para la escritora científica, hay, al menos, algunas claves que responden a esto. 

“Si la sociedad es racista, sexista o clasista, la ciencia lo reflejará inevitablemente. Como todavía hay racismo en la sociedad, es esperable encontrarlo en la ciencia. Y lo hacemos: todavía hay personas en el mundo académico que piensan, por ejemplo, que las personas que no son blancas son innatamente menos inteligentes que las que sí lo son”, responde la autora en una entrevista con elDiario.es.

Según defiende la periodista, también presentadora de varios programas sobre ciencia en la BBC, la extrema derecha se aprovecha de situaciones de crisis para expandir este tipo de teorías: “Con el estancamiento de las economías occidentales, se ha incrementado la desigualdad. La gente de Europa o Estados Unidos está viendo que tiene estándares de vida peores que los de sus padres y piden algo mejor. Esto es lo que los populistas explotan”, explica Saini en una entrevista con elDiario.es. “Juegan con los deseos y miedos más básicos de la gente y convierten a los inmigrantes y extranjeros en cabezas de turco”.

Aunque reconoce que no es nuevo, opina que el nivel de alcance de las teorías científicas xenófobas y racistas ha alcanzado niveles alarmantes. Y también la virulencia de sus defensores, que ha vivido en sus propias carnes con la publicación de 'Superior'. Tuvo que eliminar sus perfiles en Twitter y Facebook por el acoso de cientos de usuarios con ideas como las que denuncia en las páginas del libro.

“Internet ha ayudado a movilizarse a los extremistas y a atraer a más seguidores. No confío en que estas plataformas desreguladas tomen medidas efectivas contra la desinformación. Hasta ahora, han permitido que la pseudociencia haya campado a sus anchas, y esto ha cambiado la forma en que la gente piensa y actúa”, expresa. 

El altavoz de los científicos racistas

El racismo científico, sin embargo, nunca se fue del todo. Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo una revisión por parte de la comunidad científica que se plasmó en la 'Declaración contra el Racismo' de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en 1950, en la que se hacía hincapié en la unidad entre los seres humanos y se enfatizaba que los hombres provenían todos de la misma especie, el homo sapiens. 

La publicación del texto no fue acogida unánimemente por todos los investigadores. Hubo algunas voces que mantenían la existencia de diferencias mentales entre grupos raciales e incluso profesores de Oxford o Cambridge “exigieron que la afirmación sobre la existencia de una hermandad universal se revisara con mayor precisión científica”, repasa Saini.

Hubo un personaje que alzó la voz por encima de todos: Reginald Ruggles Gates. Este científico siguió tratando de publicar artículos sobre la raza, aunque con escaso éxito. Poco antes de morir, cansado del ostracismo al que había quedado relegado por el cambio de época, juntó a un grupo de científicos cercanos a su pensamiento y fundó la revista Mankind Quarterly, que se convirtió con el paso de los años en un pequeño altavoz para los científicos racistas.

Esta revista sigue existiendo. Saini habla en el libro con su actual redactor jefe, el bioquímico alemán Gerhard Meisenberg, que expresa sin tapujos que la capacidad de aprendizaje está programada en el ADN de una persona o población y que los problemas de fertilidad de las sociedades más ricas pueden hacer que estas desaparezcan dejando paso a las menos desarrolladas, por lo que considera urgente que se adopten medidas en el ámbito del control de la inmigración. 

“Estas palabras podría haberlas pronunciado cualquier eugenista de principios del siglo XX”, dice Saini en el libro, a quien no le preocupa tanto la existencia de un científico racista como Meisenberg sino el hecho de que una revista como Mankind Quarterly haya sobrevivido durante tantos años. Esta revista, de hecho, ha sido la precursora de los blogs y foros que difunden las teorías racistas que luego repiten Trump, el exministro italiano Matteo Salvini o la líder de la ultraderecha francesa, Marine Le Pen. 

“La pseudociencia racista que publicó por décadas Mankind Quarterly ahora se puede ver incluso en algunas publicaciones mainstream de ciencia, aunque al final estas teorías suelen ser rechazadas. El problema no es tanto que exista este sinsentido marginal sino la forma en la que se propaga actualmente y es usado por la extrema derecha, los nacionalistas étnicos o los supremacistas blancos. Es su columna vertebral pseudo-intelectual”, sostiene. 

La biología de la raza

Algunos de estos científicos lograron dentro de la política la influencia que la ciencia les negaba en la década de los años 80, de la mano de Ronald Reagan, que se apoyó en personas como Roger Pearson, presidente de la fundación que financiaba Mankind Quarterly o Ralph Scott, un profesor universitario en Iowa que había participado activamente en actividades segregacionistas, para aumentar su capital político. Fue la puerta de entrada, cuenta Saini en el libro, de los supremacistas en el seno del Partido Republicano. 

Steve Sailer, un periodista poco conocido a finales de los 90, había iniciado en esa época una lista de correos electrónicos con un grupo de científicos dispares para discutir sobre “biodiversidad humana”. Lo que parecía un foro embrionario sobre ciencia era en realidad un espacio para hablar “sobre las diferencias profundas entre grupos humanos de población”, tal y como lo describe Marks, a quien Sailer incluyó en la lista después de que el antropólogo hubiese publicado un libro sobra raza, cultura y genes llamado 'Biodiversidad Humana'. Los miembros de aquel grupo usaban su concepto de una manera muy diferente a la de su libro. Cuando se dio cuenta de lo que allí ocurría dejó el grupo, pero su trayectoria no terminó con esos correos. 

El periodista convirtió su experiencia inicial en blogs y, posteriormente, en panfletos digitales en los cuales defendía la realidad biológica de la raza. Sailer fue un precursor de la idea de azuzar el argumento de la inmigración entre los obreros blancos. “Si las minorías étnicas, negros e hispanos podían defender sus intereses, ¿por qué no lo hacían los obreros blancos que perdían sus trabajos debido a la globalización y a la llegada de trabajadores inmigrantes que cobraban menos? Sorprendentemente, este argumento resultó ser una campaña muy útil para Trump”, escribe Saini. 

Creer en la ciencia, dice la periodista, no significa pensar que siempre es perfecta. “Los científicos se equivocan, y lleva tiempo y esfuerzo corregir las teorías. Si pudiéramos aceptar las limitaciones de la ciencia, verla como un esfuerzo humano y no sobrehumano, quizá ayudaría a restaurar la confianza en la ciencia”, sostiene Saini en relación al auge de las teorías alternativas. “La ciencia no es magia, por supuesto, es simplemente una forma rigurosa de intentar comprender el mundo. Pero en el espacio entre la ignorancia y la comprensión es donde prospera la pseudociencia”.

La explosión de la genética y el renacer del determinismo biológico

La periodista científica hace en 'Superior' un repaso de la historia del racismo científico en un relato que cuenta con la aportación de prestigiosos investigadores, como Marks, Keit Hurt, Eric Turkheimer o Robert Plomin. La mayor parte del libro se centra en las raíces de este pensamiento, que, expone, se remontan a la Ilustración y el apogeo de la época colonial, pero dedica también algunos capítulos a observar cómo la xenofobia se ha abierto un camino paralelo a través del boom del estudio de la genética desde el comienzo del siglo XX.

Bruce Lahn, un estudiante chino de la Universidad de Harvard que se había labrado cierta popularidad por su arrogancia y sus formas alternativas, publicó en 2005 una serie de artículos en Science en los que sostenía que hace unos 5.800 años se produjo una variación genética, asociada al cerebro, mucho más frecuente en Europa, Oriente Medio, norte de África y algunas zonas de Asia, pero menos en el resto de África y Sudamérica, que habría “barrido a la población en un proceso de selección natural”. Esto es, que había ocurrido una “evolución adaptativa rápida” del cerebro aproximadamente en el momento en el que nació la primera civilización del mundo, en Mesopotamia. 

Su teoría daba una parte de razón a los postulados de los colaboradores de Mankind Quarterly de los deterministas biológicos. Lahn recibió financiación de estos grupos para proseguir sus estudios y durante un tiempo, recuerda Saini, “su trabajo causó sensación”, pero el efecto no duró mucho y rápidamente surgieron estudios que rebatieron punto por punto las conclusiones del joven investigador. 

 “Su reputación se vio empañada cuando muchos ilustres investigadores intentaron confirmar sus teorías pero no fueron capaces de replicarlas en sus hallazgos originales o no llegaron a las mismas conclusiones”, le explica a Saini en el libro el periodista científico Michael Balter, corresponsal durante más de 25 años de la revista Science. Lahn, finalmente, se vio obligado a abandonar esa línea de investigación.

No obstante, la idea que subyace en las investigaciones de Lahn no ha desaparecido, apunta la escritora, que habla también en su ensayo de cómo la “búsqueda de genes negros” ha orientado a algunos científicos para explicar, a través de la génetica, las diferencias de salud entre la población blanca y afroamericana en Estados Unidos, por ejemplo. 

“Tenemos que aumentar la vigilancia de la revisión de los artículos que se publican. Pero sobre todo necesitamos entender por qué hay todavía quienes creen en mitos racistas dentro de la propia academia”, explica Saini, que considera que, detrás de estos impulsos racistas y supremacistas, tanto en la política como en el ámbito científico, hay una necesidad ulterior de poder. 

“Esta necesidad de diferenciar entre grupos de personas está relacionada con mantener el poder sobre otros, ya sea un poder de clase, de raza o nacional. Para ello se divide a la gente y se trata de desterrar esta verdad fundamental que es que somos todos humanos, una única especie enormemente similar, después de todo”, concluye.

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