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Vuelta a las andadas
La alianza entre el PP europeo y el PP español, en su visión más reducida, entre Feijóo y Weber, tiene puntas para varios sacapuntas. Desde luego que se ha producido en el momento oportuno para uno y otro, pero, al mismo tiempo, en el peor escenario europeo tras la victoria de la extrema derecha en Estados Unidos. Para Weber, es la ocasión de debilitar a Úrsula von der Leyen, con la mirilla puesta en las próximas elecciones federales en Alemania; para Feijóo, ampliar el campo de juego del desastre de Valencia es su única oportunidad de no ser una víctima más de la otra vez más que escasa capacidad y demostrada irresponsabilidad de su formación política.
En todos los análisis posibles, no conviene perder de vista un dato marco: entre los motivos argumentados por los historiadores, el proyecto de integración europea se inspiró singularmente en el firme propósito de que las extremas derechas fascistas y nazis nunca más pudieran llevarnos al suicidio continental. Así ha sido hasta nuestros días.
Bien es cierto que el acoso vicario al gobierno que preside Pedro Sánchez en la persona de Teresa Ribera tiene mediocres aires de venganza –Weber no olvida la humillación a la que fue sometido por Sánchez–, también de expresión de impotencia y, desde luego, de aprovechamiento de la coyuntura por parte de Weber. Coinciden en un aspecto mundano, Feijóo sigue eternamente frustrado por no ser presidente, Weber por no ser presidente de la Comisión Europea.
Ambos juegan para lo suyo, pero, además, no tienen empacho en abrir las puertas a la extrema derecha en las instituciones –en eso también coinciden Feijóo y Weber– en Europa y en sus países respectivos, algo insólito en las derechas europeas hasta el momento. Su eventual voladura de los pactos afecta a la propia “reconstrucción” europea que si no progresa en su integración política acabará sumida en la contagiosa locura trumpista.
No es de extrañar que ahora la derecha española de origen franquista sin redimir se sume con entusiasmo a esta nueva derecha europea dispuesta a abrirles todas las puertas a la extrema derecha
Si Adenauer, Schuman, Monnet, De Gasperi, todos políticos conservadores que sufrieron el totalitarismo –con alguna reserva alguno– estuvieran entre nosotros, no reconocerían a la nueva derecha europea, en particular a la alemana. Una cierta manera de ver aquel proyecto de unidad de los cincuenta del siglo pasado afirma que se trató, además, de una redención de las derechas que sobre todo en la Francia de Vichy, Italia y Alemania, no habían dado todo que pudieron en hacer frente al advenimiento de fascismo y el nazismo.
Construir una nueva Europa fue esa ocasión, fue una necesidad impuesta, además, para contener el avance del comunismo, y así ha venido funcionando en una especie de pacto entre derechas y socialdemocracia. Las derechas de la posguerra se quisieron redimir ante el pueblo y abominaron de las extremas derechas y de todo lo que les fuera próximo. Por supuesto que era un proyecto cerrado, no cabía entonces, por la misma razón, invitación a los regímenes de extrema derecha que quedaban en Europa, sea la España de Franco y su extrema derecha, o Portugal y la suya.
No es de extrañar, por tanto, que ahora la derecha española de origen franquista sin redimir se sume con entusiasmo a esta nueva derecha europea dispuesta a abrirles todas las puertas a la extrema derecha europea y ultramarina. Sin duda, se trata del suicidio de la Europa de sus conservadores padres fundadores.
No corren buenos tiempos para la democracia, de nuevo en peligro: el virus no se ha eliminado, seguía latente. En el juego del poder, la derecha no quiere nunca perder y cuando lo hace ni tiene paciencia –una virtud democrática– ni está dispuesta a aceptar las reglas. Tal vez estemos asistiendo a una nueva, como a principios del siglo pasado, revolución global de las derechas. Si es así, como parece demostrar la actitud de políticos como Feijóo o Weber, será que están volviendo a las andadas.
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