Hombres que matan a sus parejas en la separación: el factor que desvela lo que hay tras la violencia machista

Marta Borraz

12 de agosto de 2023 22:06 h

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Pascual M.C se dirigió al domicilio de su madre y allí decidió acabar con la vida de María Asunción P.I. Tomó un cuchillo y, sabiendo que su ya exmujer estaría a las 7.30 en el garaje de su domicilio para ir a trabajar, se trasladó hasta allí y se escondió hasta que María Asunción apareció. La asaltó por la espalda y la mató. Ocurrió el 13 de julio de 2019 en Elche solo diez días después de que la mujer tomara la decisión de separarse debido al “clima de control, sumisión y dominio” al que se había visto sometida a lo largo de los años.

Así lo especifica la sentencia que en diciembre de 2020 emitió la Audiencia Provincial de Alicante para condenar a 20 años de cárcel a Pascual. “El matrimonio se hallaba en trámites de divorcio, lo cual había provocado que el hombre se trasladara a residir con su madre [...] manteniendo Asunción y sus dos hijos su domicilio en la vivienda. Tal separación se había producido a iniciativa” de ella, detalla el fallo.

El caso es uno de los ejemplos que el Consejo General del Poder Judicial cita en su último informe de sentencias dictadas en España por crímenes machistas. “El proceso de ruptura opera con una alta frecuencia como motivación o desencadenante de la agresión” mortal, explica el análisis, que repite esta consideración todos los años. De los 27 fallos dictaminados en 2020, en 14 la mujer asesinada había mostrado intención de separarse o la pareja estaba en trámite. La tendencia se repite en 2019, cuando fueron nueve de 26.

Es una circunstancia que aparece en una parte relevante de los casos mortales, que ascienden ya a 1.219 desde que hay registros, en 2003. Once de ellos se han acumulado este verano, en lo que va de julio y agosto. Y en al menos cuatro mediaba la separación. El último con esta circunstancia es el de Pozoblanco (Córdoba) del pasado martes. Allí un hombre de 39 años mató con una escopeta a su pareja, de 31, y después se suicidó. Según ha publicado El País, la víctima había decidido divorciarse e iba a mudarse sola el mismo día del asesinato.

Apunta el CGPJ en su análisis que estudiar los casos de separación “ayuda a la comprensión de la violencia que se ejerce”. Y muestra que en este tipo de violencia tan específica lo que hay detrás es “el control de las mujeres, que se hace más brutal cuando estas anuncian su intención de dejar la relación”. Añade el organismo que, además, hay que tener que un porcentaje no desdeñable de casos en los que tras la separación agresor y víctima seguían compartiendo domicilio, un elemento que es en sí mismo un factor de riesgo.

El objetivo último de la violencia

El exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género y médico forense Miguel Lorente explica que la ruptura de la relación es una de las “situaciones que disparan la violencia” más relevantes. Y para entenderlo, hay que tener en cuenta cómo funciona la violencia machista y cuál es su objetivo último. “No es hacer daño por hacer daño ni los agresores consiguen nada instrumental” sino que se trata de “un crimen moral” que busca “el control y el sometimiento de las víctimas” para “mantener una posición y una referencia de autoridad”.

De ahí que cuando la víctima advierte o materializa la ruptura, el agresor “percibe la pérdida de control” y el riesgo “se incrementa”. “La separación supone la quiebra del elemento que da lugar a la violencia, que es mantener el control”, añade el experto.

Así que en ese momento, el agresor intentará dominar a la mujer “de la manera que sabe”, que es mediante “el uso de la violencia” por ser algo “que seguramente le haya funcionado en otros momentos”, explica la psicóloga especializada en violencia machista María Bilbao. “A veces estos son mecanismos que ya se han dado en la relación y la mujer sabe identificarlos. Otras veces lo que se ha dado son microviolencias y la mujer no percibe que puede haber un daño más grande”, sostiene.

Se presentan 500 denuncias al día, pero la mayoría de las víctimas, en concreto el 77,4%, salen de la violencia a través de la separación, sin acudir a Policía o juzgados

La pandemia de COVID y en concreto el confinamiento de 2020 sirve para ilustrarlo: entre abril y julio –el estado de alarma se acordó a mediados de marzo–, fueron asesinadas ocho mujeres, mientras que la media de los cinco años anteriores es de 18. Es la cifra más baja en estos cuatro meses desde que hay datos. Esto no significa que hubiera menos violencia. De hecho, las llamadas al 016 escalaron con fuerza en ese periodo, pero los agresores “contaban con la complicidad” del confinamiento para controlar a las víctimas: ellas no podían amenazar ni materializar con rupturas porque no podían salir de casa.

Una vez se relajaron las restricciones, el riesgo se había acumulado, sostiene Lorente. Y así se demostró en agosto, cuando fueron asesinadas ocho mujeres, registrando una de las cifras más altas en ese mes de la serie histórica. “Ahí comenzó a haber muchas más percepciones y opciones de salida por parte de las mujeres”, cree el también profesor de la Universidad de Granada (UGR).

Con todo, hay que tener en cuenta que el funcionamiento de la violencia de género no es simple, su análisis no es una ciencia exacta y nunca depende un único factor. Las variables, además, no se dan de forma aislada, sino sobre “una situación estructural que se produce todos los días bajo todas las circunstancias”, especifica el experto. “No es cuestión de destacar aisladamente un elemento concreto, sino siempre ir sumando. De hecho la variabilidad de elementos (edades, clase social, nacionalidad) lo que nos dice es que en realidad no hay elementos, que es transversal”.

500 denuncias al día pero muchas más víctimas

La separación es uno de los elementos que forma parte de la evaluación del riesgo del Sistema VioGén, que se aplica a las mujeres una vez interponen denuncia. Son muchas las que lo hacen. Solo en 2022 los juzgados recibieron 182.065, son 500 denuncias al día. Pero muchas más, de hecho la mayoría, salen de la violencia que sufren a través de la separación, sin interponer denunciar. En concreto, el 77,4%, según la última Macroencuesta. “Tenemos una visión muy fragmentada y desenfocada y nos centramos en la denuncia, pero la mayoría logra salir sin decir lo que está sufriendo”, explica Lorente.

“El problema es que muchas mujeres se ven solas tomando estás decisiones y gran cantidad no reconocen siquiera como violencia la relación que han vivido, por lo que tampoco tienen percepción del riesgo. Y por tanto no acuden a los recursos. A veces se dan cuenta de que han vivido violencia mucho tiempo después. Ese es el proceso más habitual. Y dudan muchísimo de que lo que viven es violencia o piensan que es una exageración suya”, sostiene Bilbao.

Para dar un salto las mujeres necesitan una red, saber que no están solas, que tienen un sostén y hay una respuesta por parte del sistema

Para la psicóloga, la clave es no normalizar socialmente la violencia machista y que el entorno y el Estado se hagan cargo. “Para dar un salto las mujeres necesitan una red, saber que no están solas, que tienen un sostén y hay una respuesta por parte del sistema”, identifica. Pero no ayuda a ello, sino al contrario, coinciden ambos especialistas, el discurso negacionista de la violencia machista que enarbola la extrema derecha, que ha aumentado su poder en comunidades y ayuntamientos tras las elecciones del pasado 28 de mayo. “Es necesario que el Estado y las instituciones se comprometan, pero tenemos municipios eliminando concejalías de igualdad y recursos para la red de violencia”, lamenta.

Creen, además, que aunque no haya un denuncia de por medio, son las instituciones las que deben intentar llegar allá donde están las víctimas y detectarlas para protegerlas. Por ejemplo, a través de los servicios sanitarios. “No todas las víctimas van a los juzgados o a la Policía, pero todas van al médico”, afirma Lorente, que apuesta también por una mejora de los sistemas de seguimiento y acompañamiento de las mujeres. Bilbao, por su parte, apuesta por una “cada vez mayor autoorganización feminista” para “facilitar redes de apoyo que hagan que las mujeres puedan sentirse seguras”.

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