CRÓNICA

8M: Orgullo feminista

Un golpe en la mesa, una mano alzada, un grito, una mirada sostenida, un dedo acusador, una advertencia amigable. Que ya vale. Que ya es hora. Que no se puede seguir dejando para después. El 8m es una sacudida, un empujón a las fronteras del machismo, que hoy se siente menos cómodo que ayer, más pequeño. El 8 de marzo de 2018 será el día del orgullo feminista, inolvidable para esta generación.

Manifestaciones masivas en más de 60 ciudades. Riadas de cientos de miles de mujeres han llenado de feminismo las calles, agrupadas detrás de pancartas universitarias, de asociaciones profesionales, sindicatos, colectivos o de un grupo de amigas que se juntaron por la mañana para hacer una en casa. A la cabeza de las principales marchas, mujeres ocupando todo el espacio; estudiantes y pensionistas, liberales y anticapitalistas, mujeres con laca, mujeres con rastas, mujeres con argollas y perlas, canas y músculos, alegres y enfadadas, peleando por sus derechos. Y por las que faltan. “No solo estoy aquí por las mujeres feministas, es también por las mujeres que no están interesadas o que no pueden venir”, nos contaba Ángela. Detrás de los primeros bloques, una interminable masa de personas, familias completas, carritos de bebé y muchos hombres que acompañan.

Feminismo era una palabra maldita. Heteropatriarcado parecía un mensaje en clave. Los cuidados, qué serán. ¿Sororidad?, de qué me estás hablando. Exagerada, no es para tanto. Ya no se puede hacer nada, decir nada. No generalicemos.

No hace tanto, no hace nada, menos de dos años, los principales candidatos a presidente del Gobierno le dedicaban un total de 22 segundos a hablar de la violencia machista. Hoy hasta el PP, en boca de su portavoz Pablo Casado dice que “todo el mundo debe definirse como feminista”. Muchos conservadores y hasta los programas de televisión más escépticos, donde más se dice eso de que algunas feministas hacen “flaco favor a la igualdad”, han renunciado a surfear el tsunami y se han entregado al 8 de marzo de 2018.

“¿Vivimos en una burbuja?”, se preguntan desde hace semanas las convocantes y todavía este mediodía se preguntaba una compañera de eldiario.es en huelga. ¿Sería ese entusiasmo previo al Día de la Mujer un espejismo? ¿El 8m acabaría siendo un día de manifestación más?

El día comenzaba algo frío. A las 7 de la mañana, dos trabajadoras de un hotel de Huesca conversaban en su puesto de trabajo. Una limpiaba el mostrador sobre la que la otra apoyaba los codos, a la espera de que algún cliente apareciera para entregar la llave antes de salir. No hacen huelga y charlan de por qué sin mucha precisión; luego le echan piropos a las kellys, el colectivo que lucha contra la precariedad de las trabajadoras de la hostelería.

Fuera, en la calle, algunos carteles pegados a medianoche y varios rótulos de calles cambiados por versiones caseras que homenajean a una mujer hacen pensar que algo, efectivamente, se está moviendo. Media hora después, la estación de tren de Huesca anuncia cancelaciones de trenes por la huelga en Renfe, pero la rutina no parece diferente: mujeres en los controles de seguridad, mujeres para hacer la comprobación del billete. A bordo del tren que va a Madrid, la voz de la megafonía suena a jarro de agua fría para las aspiraciones del 8M: una voz de mujer da la bienvenida y anuncia que la película que podremos ver hoy es 'Amor a la siciliana'.

A la llegada a la estación de Atocha, ya en Madrid, un posible caso de éxito para el 8m: se está rodando un anuncio junto al jardín interior de la estación. Son unas 10 personas, técnicos de imagen y sonido, cámaras, realizador, creativos… Todos hombres. ¿Es por la huelga? “No, es que todos los que trabajamos en esto somos hombres”, nos cuenta uno de ellos. “La única mujer que hay es la actriz, y ha venido”.

Son las 11 de la mañana y el entusiasmo que se ve en redes sociales no parece trasladarse con la misma potencia en la calle. El movimiento feminista lleva semana visitando mercados para llevar su convocatoria más allá de las redes sociales, pero cuesta. Hay pintadas en las esquinas, mensajes apresurados a brochazos sobre la carretera, pero los peatones siguen pasando sobre ellos, pisando las letras sin prestarles mucha atención.

De pronto, voces. Un grupo de estudiantes aprovechan un semáforo en rojo para cortar la Ronda de Atocha, frente al Museo Reina Sofía. Son las integrantes de uno de los muchos piquetes feministas que se reparten los barrios para informar de la huelga. Han estado en un par de supermercados, bares, y tratan de explicar que la de hoy es también una huelga de consumo. “Está siendo una mañana tranquila”, nos dice Nela. “Tratamos de explicar a otras mujeres en qué consiste la huelga de consumo”. La mayoría de los coches esperan pacientes a que las feministas desbloqueen la calzada, incluso alguno alza el puño desde su moto, aunque otros aprovechan un hueco para intentar colar el coche en una maniobra un poco peligrosa.

Al acercarse a grandes centros de trabajo y estudio o zonas céntricas de grandes ciudades sí que es fácil encontrar consuelo a la sensación de que no está pasando gran cosa durante la mañana. Piquetes a pie o en bici, actividades, lugares de encuentro donde los hombres se hacen cargo de los niños para que las mujeres puedan hacer huelga de cuidados. Funcionarias a la puerta del Ministerio de Justicia. Tiendas de ropa que cierran, aunque las menos. En la Puerta del Sol, cientos de estudiantes van calentando el ambiente en una pista de lo que será la tarde. La Plaza de Sant Jaume en Barcelona se llena a mediodía. Vitoria, Sevilla, Gijón, Zaragoza. Los paros parciales ocurren: los sindicatos CCOO y UGT han cifrado en 5,3 millones los trabajadores que han secundado este jueves los parones de dos horas por turno.

Sí hay gente, sí. Está pasando algo.

El impacto de que las periodistas paren

Uno de los mayores logros de este 8m es el impacto en los medios de comunicación. Y los medios son, somos, una burbuja, pero una burbuja influyente que se ve desde todas partes. Las periodistas de decenas de periódicos, radios y televisiones han hecho huelga, autoorganizadas alrededor de un manifiesto denominado #LasPeriodistasParamos, un grupo de 8.000 compañeras que han conseguido paralizar el periodismo en España. Uno puede adivinar que las periodistas de eldiario.es, de Público, muchas de El País o la SER, van a ir a la huelga; pero el grado de éxito se multiplica cuando anuncian paros completos las periodistas de El Confidencial, Telecinco, Antena 3. La prensa casi unánimemente dedica sus portadas a 8m, con diferentes matices ideológicos o salvedades. El asunto se convierte en una revolución cuando Susanna Griso decide hacer huelga y Ana Rosa Quintana cancela a última hora su programa. Canal Sur apaga la emisión por momentos, Pepa Bueno no presenta el Hoy por Hoy, Julia Otero no está en la tarde de Onda Cero. En La Sexta, por primera vez, no hay mujeres presentando informativos. Los hombres salen en pantalla a veces sin maquillar.

Aparecen todas y muchas más en Callao, a las 12.30h para la lectura de un manifiesto transversal que emociona a quienes lo leen y hace llorar y sonreír a quienes lo escuchan.

La gente no se quiere ir a casa. La lluvia amenaza en Madrid, pero no va a más. Hay picnic cerca del Parque del Retiro. Conforme avanza la tarde sucede que no se cabe en Atocha, no se cabe en Cibeles, no se cabe en Paseo del Prado, no se puede cruzar la esquina con Alcalá y ya hay gente en Gran Vía y en el punto de llegada, Plaza de España. Se saturan los teléfonos, se pone más difícil lo de colgar fotos en redes sociales.

Y lo que viene después, cuando cae la noche, lo ha visto todo el mundo porque el reventón contra el machismo conquista las calles y conquista los medios con horas de emisión en directo. Las mujeres hablan y son escuchadas, gritan y son aplaudidas, cantan y todos bailan para celebrar que hoy el titular lo ponen ellas: un día histórico de orgullo feminista.