Un aumento de la mortalidad que podría situarse entre el 10 y el 20 %, una tasa de nacimientos en caída libre y una drástica reducción de la llegada de migrantes se reflejarán este año en un crecimiento negativo, pero, según los expertos, apenas tendrán efecto sobre la pirámide de la población, frente a la huella social y económica que dejará la pandemia.
En diciembre conoceremos las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre nacimientos y defunciones durante el primer semestre de 2020, aunque habrá que esperar hasta junio de 2021 para disponer del cómputo global de un año marcado por la pandemia.
Mucho más recientes son los datos de la pirámide de población: el avance de la Estadística del Padrón Continuo publicado esta semana por el INE revela un máximo histórico –47,4 millones de habitantes a fecha de 1 de enero– gracias al aumento de los extranjeros empadronados, 5,4 millones.
El avance del Padrón recoge que el 19,4 % de los habitantes tiene más de 65 años; un 29,2 % se sitúa entre los 45 y los 64; el 36 % tiene entre 16 y 44, y un 15,4 % es menor de 16 años.
En cuanto a la distribución por sexos, el 51 % son mujeres (24,1 millones), frente al 49 % de hombres (23,2 millones).
Con respecto al saldo vegetativo (diferencia entre nacimientos y fallecimientos), las últimas Estadísticas del Movimiento Natural de la Población, correspondientes al primer semestre de 2019, reflejaban un saldo vegetativo negativo de más de 45.000 personas, una tendencia iniciada cuatro años atrás.
UN AÑO MARCADO POR LOS FALLECIMIENTOS
A la espera de que las estadísticas del INE puedan recoger la mortalidad causada por el coronavirus, las cifras que conocemos a diario por el Ministerio de Sanidad siguen al alza, con más de 21.000 fallecidos hasta el momento.
Albert Esteve, director del Centro de Estudios Demográficos (CED) de la Universidad Autónoma de Barcelona, parte de los datos de la segunda quincena de marzo (8.189 fallecimientos entre el 14 y el 31 de ese mes) para hacer una primera aproximación.
“Ahí se puede ver la magnitud de la tragedia. Murió el doble de personas que si no hubiera existido la pandemia”, explica este demógrafo, aunque señala que esas cifras terribles serán “casi imperceptibles” en la pirámide de población.
Coincide con él Alejandro Macarrón, director de la Fundación Renacimiento Demográfico, una entidad dedicada al estudio de las consecuencias de la baja natalidad y el envejecimiento.
“En España hay más de 47 millones de habitantes y cada año mueren unas 430.000 personas. Pongamos que, como se está anticipando, la cifra de fallecidos por coronavirus aumenta hasta los 50.000, lo que supone un incremento del 12 % sobre la cifra de decesos. Es una anomalía tremenda, dramática, pero 50.000 personas menos en casi 50 millones supone una por mil y eso apenas se notaría en la pirámide”.
Este analista incide en el hecho de que, en demografía, un año aislado muy rara vez es significativo, salvo que la situación se mantenga en el tiempo y tenga un efecto acumulado.
Los expertos consideran, además, que el hecho de que un alto porcentaje de fallecidos sean personas de edades avanzadas dificulta anticipar el cómputo anual, porque el saldo real de defunciones se tiene que distribuir a lo largo del año.
“Muchos fallecidos son mayores que ya tenían una salud muy débil. Será en diciembre cuando se pueda hacer un balance de cuántas muertes por COVID estamos anticipando de aquellas que se habrían producido a lo largo del año debido a la edad y a otras patologías”, apunta el director del CED.
Lo que va a hacer la crisis sanitaria, anticipa Albert Esteve, es agravar el cambio de estructura de la población, la tendencia consolidada en los últimos años a que muera mucha más gente de la que nace.
SEGUIRÁN NACIENDO MENOS NIÑOS
La baja cifra de natalidad es otra de las variables consolidadas y se refleja de forma expresa en la estadística del INE: entre enero y junio de 2019 nacieron 170.074 niños, la cifra más baja desde 1941, cuando comenzaron a recogerse los datos.
Los expertos descartan, en principio, que el confinamiento pueda contribuir a un nuevo “baby boom”.
Así lo considera el director del Centro de Estudios Demográficos, que en 2018 promovió con el INE un estudio sobre las razones por las que no se tienen hijos.
Según explica a Efe, las encuestas reflejaron que existen cuatro motivos principales: ser demasiado joven, no tener pareja, no reunir las condiciones materiales adecuadas y, finalmente, cuando se tiene pareja, vivienda, empleo y ganas de tener hijos, la edad dificulta el embarazo.
“No veo que ninguno de estos cuatro factores se arregle con la crisis sanitaria”, apunta Esteve, que vaticina que los nacimientos seguirán “en caída libre”, una tendencia prevista para las tres próximas décadas.
Alejandro Macarrón es más ecléctico: “Si predomina el miedo al futuro, no nacerán más niños de lo normal, sino menos. En cambio, si prevalece una vuelta a un espíritu de mayor aprecio por la vida que representan los niños, podría haber un cierto ‘baby boom’, aunque otra cosa es que sea duradero”.
Desde el ámbito de la Sociología, el catedrático de la Universidad de A Coruña (UDC) Antonio Izquierdo comparte el primer argumento: “Yo creo que la natalidad se va a desplomar, porque en medio de la incertidumbre no se tienen hijos. El principal factor que garantiza una fecundidad sostenida es la seguridad económica, y no la va a haber”, considera.
LA INMIGRACIÓN, EN RETROCESO
Izquierdo, fundador del Equipo de Investigación sobre Sociología de las Migraciones Internacionales y representante de España en la OCDE hasta el 2008, pone el acento en otra variable demográfica que se verá afectada por la pandemia: la llegada de migrantes.
Los 5,4 millones de extranjeros empadronados en España hasta el 1 de enero que recoge el Padrón suponen un aumento de más del 7 %. A comienzos del año, la población extranjera representaba el 11,4 % del total de residentes en España.
Pero este sociólogo anticipa que la curva ascendente se va a frenar, no solo porque las fronteras son ahora “impermeables” sino por la inseguridad laboral: “Con la brutal destrucción de empleo va a haber más concurrencia entre los nativos y los extranjeros; el ‘nosotros primero’ va a estar funcionando”, asegura.
Pero además, anticipa que las “cadenas migratorias” se van a parar: los extranjeros instalados en España no traerán a sus familiares ante el panorama laboral que se anticipa.
“Por un lado van a llegar menos migrantes sin vínculos aquí y por otro van a entrar menos personas atraídas por los que ya están en España, de modo que el saldo migratorio va a ser muy negativo o nulo, pero nunca positivo como el último año”, advierte.
El demógrafo Albert Esteve coincide en que el movimiento migratorio se va a frenar por esos dos motivos, fundamentalmente el económico.
“Ahora no somos un país atractivo; es imposible que vengan migrantes durante este año, incluso puede que algunos de los que están aquí se vuelvan a sus países”, afirma también el director de la Fundación Renacimiento Demográfico, convencido de que la inmigración neta será nula o incluso negativa en 2020.
LA ESPERANZA DE VIDA FRENA SU TENDENCIA ASCENDENTE
El año de la COVID-19 será, pues, un año de crecimiento vegetativo negativo –más muertes que nacimientos– aún más notable que los anteriores, pero los expertos inciden en que ese cambio, apenas perceptible en la pirámide de la población, no será la principal consecuencia de la pandemia.
“La huella demográfica no será tan grande como la huella social y económica. Al margen del episodio temporal de estar confinados, es muy relevante lo que puede venir después, una estocada final para que la fecundidad no remonte y para que se altere la lógica de la inmigración”, reflexiona el director del CED.
Esteve considera relevante preguntarse si se resentirá la esperanza de vida, que en 2019 se situaba en 83 años de media, con una tendencia a aumentar dos meses cada año.
Debido a la pandemia, es probable que esa ganancia de dos meses no se produzca e, incluso, disminuya, sobre entre los ancianos: “Como han empeorado las tasas de mortalidad de los mayores, son las edades avanzadas las que van a pagar una factura más alta”, anticipa este demógrafo.
El director de la Fundación Renacimiento Demográfico va más allá y estima que la esperanza de vida podría caer hasta en dos años, aunque cree en que será algo coyuntural y que, de cara al futuro, volverá a crecer incluso más de lo previsto, porque la crisis sanitaria “a la larga generará nuevas terapias, mejor control de las infecciones y una mayor concienciación en materia de higiene social”.
EL ENVEJECIMIENTO, UN ÉXITO SOCIAL
El sociólogo Antonio Izquierdo aporta una reflexión más: la caída de nacimientos y el freno del movimiento migratorio traerá consigo un envejecimiento de la población: “Aunque por la parte superior de la pirámide va a haber menos longevos, al tener un saldo vegetativo negativo y un saldo migratorio nulo, la edad media va a envejecer más de lo previsto, quizá medio año”.
El Padrón Continuo del INE confirma esta tendencia: a fecha de 1 de enero, la edad media de los residentes en España se sitúa en 43,6 años, frente a los 43,4 del año pasado
Pero, para Izquierdo, el envejecimiento de la población es un éxito del estado del bienestar, el “destino” de todos los países desarrollados y la aspiración de los no desarrollados.
“Todos los países quieren tener una pirámide cada vez más envejecida porque, si envejeces, quiere decir que has vivido más años y que has tenido más salud”, argumenta, al tiempo que recuerda el gran número de empresas, bancos o compañías dirigidos por mayores de 75 años y la cantidad de profesiones, desde la docencia universitaria a la escritura, la filosofía o el cine, que siguen contando con personas que han rebasado la edad de jubilación.
Sin embargo, apunta que es en el ámbito de los mayores donde han quedado en evidencia los fallos del sistema: “No podemos asistir a ese espectáculo de contagios masivos ni puede haber una mortalidad tan alta, porque eso refleja que nuestros ancianos están mal atendidos en residencias con exceso de gente, con personal que tiene buena voluntad, pero que ni siquiera ha podido hacerse las pruebas para saber si tenían el virus”.
Reclama un replanteamiento del modelo asistencial que incluya una regulación tanto del sector público como del privado, porque “el envejecimiento va a continuar; es un punto nodal que nos ha enseñado la pandemia”.
Estos expertos convergen en sus análisis sobre cuestiones relacionadas con la demografía, pero piden ir más allá: defienden que una sociedad que ha estado expuesta de manera global a la muerte debe sacar sus propias lecciones.
“Estoy seguro de que, a corto plazo, habrá un reconocimiento de valores como el aprecio a la vida, el apego familiar o el respeto a los demás, pero habrá que ver si esos propósitos se mantienen en el tiempo”, reflexiona el director de la Fundación Renacimiento Demográfico, Alejandro Macarrón.
El catedrático de Sociología Antonio Izquierdo sugiere que nos olvidemos del miedo que ha generado la pandemia, porque una sociedad temerosa es “menos libre y menos segura”.
El miedo, advierte, “distorsiona la realidad” e impide pensar, lo que lleva a reacciones tan impropias como expresar de forma anónima en comunidades de vecinos el rechazo a quienes trabajan para que todo funcione, desde sanitarios y fuerzas de seguridad a trabajadores de supermercados.
“Es irracionalidad pura; el miedo es muy mal consejero”, afirma este sociólogo, que pide sustituirlo por la racionalidad, los valores y, sobre todo, la ciencia y el conocimiento.
Por Susana Rodríguez