Obispos y religiosos catalanes han sido protagonistas silenciosos de la distensión de los últimos días en el conflicto catalán. La idea es mantener un hilo de comunicación que permita una salida negociada. Sin asumir un papel público, uno de los protagonistas eclesiásticos sí se atrevía a decir “creo que no va a haber independencia” el mismo martes en que el president Carles Puigdemont suspendió la declaración de independencia.
“No sabes cuánto siento no poder contestarte”. “En este momento no puedo ni debo decir nada”. La respuesta se repite, invariablemente, entre la jerarquía católica implicada de alguna manera en el procès consultados por este diario.
Tanto el cardenal de Barcelona, Juan José Omella, como el de Madrid, Carlos Osoro, han seguido una estrategia conjunta, avalada por Roma y por el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, quien ha delegado en ellos para la toma de decisiones, siendo informado en todo momento.
El cardenal de Valladolid ha preferido dejar el protagonismo a los dos hombres de mayor confianza del Papa en España. No es cierto que el presidente de la CEE esté molesto con Osoro u Omella, como algunos sectores del Episcopado han subrayado.
La postura oficial y pública no ha variado: la Iglesia no puede ser mediadora. El Papa Francisco reiteró al nuevo embajador de España ante la Santa Sede, Gerardo Bugallo, su negativa a avalar una secesión unilateral en Catalunya. Una interpretación que el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, se encargó de transmitir al cardenal Omella.
Al día siguiente de la misma, el vicepresident Oriol Junqueras se dirigió a la sede del Arzobispado de Barcelona (no tenía cita) para hablar con Omella. Éste, según ha podido saber eldiario.es, le trasladó la posición de la Santa Sede, al tiempo que continuó ofreciéndose para facilitar el diálogo y la búsqueda de soluciones.
Papeles repartidos
El papel de Omella es similar al que Osoro y Blázquez han mantenido ante las autoridades del Estado, o al que, en sus respectivos ámbitos geográficos, han llevado a cabo los abades de Poblet y Montserrat o los arzobispos Jaume Pujol (de Tarragona) y Joan Enric Vives (de Urgell y copríncipe de Andorra).
La Iglesia catalana ha continuado trabajando en silencio para que no se rompan todos los puentes de diálogo con algunas conversaciones directas con los principales implicados. En este campo, se ha apuntado a la participación de otros actores eclesiales, como el cardenal Sistach o la comunidad de Sant' Egidio (experta en resolución de conflictos), pero sin confirmación oficial.
Después del 1-O y la actuación policial, los obispos catalanes hicieron piña en torno a Pujol y Omella (con la salvedad de monseñor Novell, que antes y ahora se ha mostrado como un verso suelto) y han lanzado diversos mensajes de tranquilidad y moderación. Pero ninguna declaración pública.
Obispos y abades no quieren aparecer en público, ni implicar a la Iglesia más de lo que algunos actos –la carta de los 400 curas o imágenes como la del recuento de votos en una iglesia tarraconense– ya lo han hecho. Conscientes de que, en una Catalunya independiente o unida a España, seguirá habiendo católicos, y ellos deberán ser pastores de todos.