Las harinas cuestan hoy un 39% más que hace un año. Las pastas alimenticias han subido un poco menos: solo se han encarecido el 30%. Los distintos tipos de leche o los huevos, alrededor de un 25%. La misma cantidad de leche que en 2021 se compraba con cuatro euros ahora cuesta cinco. El aceite de girasol juega directamente en otra liga: se ha más que duplicado en dos años. La inflación dispara el coste de la cesta de la compra, este alza provoca cambios en la manera que tenemos de ir al súper y todo eso pone en riesgo para buena parte de la población poder realizar una compra que le permita llevar una dieta saludable.
El Gobierno está intentando, a través del Ministerio de Consumo y el de Trabajo y Economía Social, que las grandes cadenas limiten los precios de ciertos alimentos, sin perder de vista que la población coma razonablemente bien. Para ello la cartera que dirige Alberto Garzón ha elaborado una lista de productos, que se puede consultar aquí, sobre lo que debería ser una cesta de la compra saludable y de calidad.
Esta lista incluye hortalizas y frutas; cereales (pan, arroz, pasta alimenticia); patatas; aceites vegetales (“preferentemente oliva”); legumbres frescas o en conserva; frutos secos (sin sal o grasas añadidas), pescado fresco, congelado o en conserva; huevos; leche y productos lácteos; carne (con posibilidad de incluir carnes magras en conserva).
La cuestión es que estos productos, muchos de ellos frescos, han subido todavía más que la media. Según un análisis realizado por este periódico de 30 de productos que encajan con las categorías alimenticias que Consumo califica de saludables, estos artículos se han encarecido de media un 14,5% en un año (entre agosto de 2021 y agosto de 2022) cuando el Índice de Precios al Consumo (IPC) lo hizo un 10,5% en ese mismo periodo. No son los más afectados por la inflación (la mantequilla, las salsas o las patatas fritas han subido más, por ejemplo), pero sí han subido más. Y ante nuevos precios, los consumidores establecen nuevas costumbres de compra.
“Vemos tres movimientos de los consumidores respecto a sus decisiones de compra”, lo que confirma el impacto del alza de la inflación, según explica Rosario Pedrosa, gerente de Estrategia Comercial de Aecoc, la asociación de fabricantes y distribuidores. “Por un lado, el consumidor se vuelve infiel a sus marcas habituales. Se buscan ofertas y esto provoca que esté más tentado a cambiar de marca. Otro efecto es un cambio en la cesta de la compra: se hacen más compras pero más pequeñas para controlar el gasto y buscar las promociones. El tercer cambio es que es una cesta diferente, el mix de productos está cambiando. Se introducen más marcas de distribución (marcas blancas), productos más básicos y se prescinde de algunos premium, aunque algunos se mantienen y se conforman cestas más polarizadas”, explica.
El trasvase hacia las marcas blancas es un clásico de las épocas de vacas flacas o de grandes subidas de precios. Las marcas del distribuidor, como se conocen en el sector, empezaron a ganar peso en los carritos de la compra durante la pandemia tras unos años de estancamiento, y según un estudio de EAE Business School alcanzaron una cuota de mercado del 46,2% en 2021. El texto señala que estos productos “están muy bien posicionados para seguir creciendo en un momento de crisis e inflación por su relación calidad-precio”.
Los datos de Aecoc Shopperview parecen respaldar esta impresión. El 65% de los consumidores afirma que, en la situación inflacionista actual, el precio es un factor más importante en sus decisiones de compra, según esta fuente. Es el mismo porcentaje de personas que se fija más en los precios y las promociones que hay y uno muy parecido (63%) al que busca más ofertas en los lineales.
Un tercio de los consumidores confirma que ha aumentado su compra de productos de marca blanca y otro tercio es infiel a sus productos habituales, como explicaba Pedrosa. Los grandes estudios sobre consumo no reflejan cómo ha evolucionado la compra por tipo de productos, cuánto han caído las ventas de los que más han subido o por qué otros se han sustituido.
Los bancos de alimentos resisten
Los bancos de alimentos, otra de las patas en las que se apoyan las familias más vulnerables para completar sus compras, por el momento capean el temporal. Aunque también están notando las consecuencias de la subida de precios y un bajón en el stock tras el aumento que trajo la pandemia, explica Francisco Greciano, presidente de la Federación de Bancos de Alimentos (Fesbal). “Las donaciones, tanto de empresas como de particulares, han caído alrededor del 50% respecto a 2021”, advierte, aunque matiza que tanto ese año como 2020 fueron muy buenos por la “ola de solidaridad” que provocó la pandemia en un primer momento.
Pero Greciano explica que los alimentos han subido por encima del IPC y que eso tiene consecuencias también para los bancos: “Lo que más nos está afectando del alza de los precios es que la capacidad de compra de los bancos es menor. Porque tienen menos donaciones y porque los alimentos cuestan más”, desgrana. Sin embargo, todavía no están en un punto de desabastecimiento, aunque siempre hay necesidades. La leche (los productos lácteos suponen un 40% de lo que distribuyen los bancos), el aceite, las conservas de pescado y carne y las legumbres precocinadas (para ahorrar costes en energía a los consumidores) siempre son bienvenidas en los bancos de alimentos, explica su responsable.
¿Han notado un aumento en la afluencia de personas que acuden a estos centros? “No respecto a 2021”, contesta. En 2021 se registraron 1,3 millones de usuarios de los bancos que retiraron de media 128 kilos/litros de productos de media, dato que se mantiene estable en la previsión de este año. De momento, explica Greciano, están “a la expectativa”, pero cree que “las perspectivas no son buenas”.
Porque la cesta de la compra no para de subir. Ya en 2021 los españoles gastaron 4.806 euros por hogar en alimentos y bebidas no alcohólicas, según la última Encuesta de Presupuestos Familiares del INE, publicada este pasado julio con datos del pasado año. Dicho de otra manera, uno de cada seis euros del gasto del hogar se dedica a esta partida, lo que supone un desembolso de 400 euros mensuales por casa. Este dato subió en 2021 un 5% respecto al año anterior con un IPC del 6,1%. La subida contante y sonante de este año no se conocerá hasta el siguiente, pero con una inflación en el sector alimentario del 14,5%, una regla de tres simple (y especulativa) apunta a un aumento del gasto de 50 euros mensuales, un total de 600 al año.