Lo vienen diciendo los expertos, y la realidad les confirma. En la inmigración está la salvación en un país con los niveles de natalidad por los suelos, siempre que se entienda que la salvación es seguir creciendo y ganando población, que tampoco es esa una opinión unánime.
La población residente en España aumentó el pasado año en 276.186 personas para alcanzar los 46.934.632 habitantes con fecha de 1 de enero de 2019, según los últimos datos del INE. De ellos, 6,5 son nacidos en el extranjero (2,2 nacionalizados y 4,3 no nacionalizados). Es la segunda mayor subida de población desde 2008, cuando justo antes de la crisis la inmigración llegaba masivamente y el país sumó más de medio millón de habitantes. Con este crecimiento, España bate su récord histórico de población.
La estadística del INE parece contrastar con un cierto catastrofismo generalizado cuando se habla de natalidad y saldos vegetativos (la diferencia entre nacimientos y fallecimientos). Aunque es cierto que este último sigue siendo negativo (en 2018 hubo 367.374 nacidos y 423.636 muertos), el balance de un país se completa con un tercera pata igual de válida que las otras dos, sostienen los demógrafos. Y España, como en otros países de similares características, la inmigración deja un balance positivo, como atestigua el INE.
Y todo esto bajo el prisma comúnmente aceptado de que es bueno y necesario crecer, algo que cuestionan algunos expertos. “Esa idea, mezcla de religión y nacionalismo, es que las poblaciones tienen que crecer cuanto más mejor. Pero no hay ninguna razón objetiva para pensar así. Pero es que ni siquiera pensando así”, se rebate a sí mismo Unai Martín, profesor de Demografía en la Universidad del País Vasco. “La diferencia en población la determina la migración”, no los nacimientos, zanja.
Los datos le dan la razón. No solo los gruesos, también el detalle. El peso de la inmigración sobre la población fue mucho mayor que el del saldo vegetativo: en 2018 el saldo migratorio fue positivo en 333.672 personas. El vegetativo fue negativo, pero mucho menor: el pasado año dejó 56.262 personas menos.
“Invierno demográfico” es una expresión que se escucha a menudo referido a la situación de España. Es cierto que las mujeres tienen cada vez menos hijos (1,3 las españolas, 1,7 las inmigrantes), que se retrasa la edad de las madres primerizas (32,1 años), pero sobre todo afecta a los nacimientos que haya menos mujeres en edad de ser madres (entre 15 y 49 años): en 2010 eran 11,55 millones, el pasado año 10,57 (un 8,5% menos). Con una población menguante de mujeres no se pueden alcanzar cuotas de nacimiento crecientes.
Y esa es la clave. “Cómo evoluciona a futuro el número de nacimientos tiene que ver con cuántas mujeres habrá en edad de tener hijos, y las previsiones no pueden decirnos que habrá muchísimos nacimientos a no ser que haya una inmigración positiva en esas edades”, explica Julio Pérez, demógrafo del CSIC.
También están, por supuesto, las razones sociales, solo que estas no son medibles. Pero a nadie se le escapa que un mercado laboral precario junto a un sector inmobiliario salvaje no ayudan precisamente a tener hijos. Otro patrón que se repite es que cuanto mejor nivel de vida se alcanza más se modera el número de hijos.
Pérez explica también una regla no escrita que apunta hacia dónde se dirige la situación: “Ninguna generación ha tenido una fecundidad mayor que la de sus padres”. No, los babyboomers tampoco. Simplemente coincidió en el tiempo que la generación de la posguerra se puso a tener hijos tarde por las circunstancias y la siguiente los tuvo pronto, pero la fecundidad (hijos por mujer) no se disparó.
Otro dato para catastrofistas: la tasa de natalidad (los nacimientos por miles de personas) nunca va a subir, que baje es natural. Esta se obtiene de dividir los nacimientos entre la población. Y dado que los países van ganando población en general, el denominador seguirá creciendo, reduciendo el resultado final.
Aún así, este indicador es sensiblemente más alto entre las mujeres inmigrantes que las nacidas en España (15,99 hijos por mil habitantes frente a 6,96). Aunque tenderán a igualarse, explican los expertos: la tendencia natural de la inmigración es asimilarse a la población nativa, para lo bueno y para lo malo.
El INE también ha ofrecido estadísticas de la evolución de la inmigración por nacionalidades respecto al año pasado. Los principales grupos de población siguen siendo marroquíes y rumanos, aunque con comportamientos diferentes. Así, los ciudadanos del país vecino crecen para situarse en 714.239 y consolidarse como el grupo de extranjeros más numeroso. Los rumanos se han quedado en 671.233, un par de miles menos que en 2018.
A destacar también entre los colectivos extranjeros la subida de los ciudadanos que vienen de Venezuela. Su número ha subido en un 47% en 12 meses: pasan de ser 91.131 a 133.934. Hondureños (un 32,4% más), colombianos (25%) y peruanos (20%) son las otras nacionalidades en mayor expansión.