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Insomnio, pastillas para dormir y terror a las noches: “Vas a la cama pensando en lo que te espera”

David Noriega

26 de febrero de 2024 22:15 h

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El sueño tiene una función fundamental en el organismo. El tiempo que pasamos dormidos ayuda a mantener una función cerebral saludable y un estado físico adecuado. Las horas que se dedican a descansar repercuten, inevitablemente, en la vigilia. Sin embargo, ocurre en las sociedades occidentales una paradoja con ese tiempo: pese a ser un bien preciado, de él se descuentan minutos para poder llevar a cabo las rutinas diarias, gestionar las preocupaciones cotidianas o poder disfrutar de un ocio imposible de cuadrar en la agenda. En España se calcula que casi la mitad de la población adulta no disfruta de un sueño de calidad, más de cuatro millones de personas tienen algún tipo de trastorno crónico y grave y solo una de cada tres busca ayuda profesional.

“Vivimos en una sociedad en la que todo el mundo sabe que hay que hacer ejercicio y comer sano, pero hemos normalizado tener insomnio o dormir mal. Tenemos que desmitificar esa falsa creencia de que el sueño es algo improductivo”, explica la coordinadora del servicio de prevención de riesgos laborales del Hospital de Castellón y miembro de la Alianza por el Sueño, la doctora Carmen Bellido.

Las cifras que maneja la Sociedad Española de Neurología suponen un problema de salud pública por las consecuencias que tienen en la vida de la población. El insomnio puede ser agudo, ante una situación específica que “quita el sueño”, pero puede cronificarse o estar asociado a otras patologías. Y esto “tiene implicaciones a nivel cognitivo, atencional y de estado de ánimo, con mayor irritabilidad, peor rendimiento académico o laboral o de toma de decisiones de forma más compulsiva”, explica la coordinadora del grupo de estudios de trastorno de la vigilia y sueño, Ana Fernández.

"Caes en una depresión enorme, tienes los nervios a flor de piel y acabas llorando con cualquier discusión"

Óscar Manrique tiene ahora 30 años, pero recuerda haber dormido mal toda la vida. “En la universidad se acentuó. Recuerdo una semana en la que no era capaz de dormir más de dos horas seguidas. Fui al médico y me diagnosticó insomnio crónico”, señala. Las consecuencias en su día a día son las mismas que describen los expertos: “Caes en una depresión enorme, tienes los nervios a flor de piel y acabas llorando con cualquier discusión”. Diversos estudios han relacionado la falta de horas de sueño con un mayor riesgo de desarrollar una depresión, el último caso en un trabajo publicado en octubre de 2023.

Más riesgo de infarto, cáncer, obesidad y diabetes

Además de las implicaciones en la salud mental, dormir mal impacta también en la salud física. “Ya sabemos que [las personas que no duermen las horas suficientes] tienen más riesgo de infarto, cáncer, obesidad y diabetes. El sueño produce un efecto neuroprotector, así que también se asocia al daño cognitivo y el envejecimiento”, desarrolla Bellido. Sin embargo, “en el último medio siglo hemos perdido entre una hora y media y dos horas de sueño”, continúa la experta. Para un adulto, la recomendación es dormir entre 7 y 9 horas, pero basta con echar cuentas y preguntar entre conocidos. ¿Cuántas personas duermen menos de eso? Según una encuesta de Ipsos y la Sociedad Española del Sueño, en 2019 la media se situaba en 6,8 horas.

“A nivel general, el ser humano tiene cuatro tiempos en su desarrollo: el interno, que se conoce como reloj biológico; el ambiental, según la luz exterior; el tiempo social, que dedicamos a nuestras relaciones personales, laborales o académicas; y, hoy en día, el tecnológico, que es intrusivo”, explica el coordinador del Grupo del Sueño de la Asociación Española de Pediatría, Gonzalo Pin. Durante cientos de años, esos cuatro tiempos han estado armonizados, pero los desarrollos tecnológicos, la luz artificial y la aparición de las pantallas han alterado los ritmos. Sin contar con otros factores laborales o socioeconómicos. “Dormir bien o mal no se refiere solo a lo que hacemos por la noche, sino a nuestros hábitos de vida saludable. Y no es un asunto personal, está muy supeditado a la sociedad. Es un problema de salud pública”, indica el experto.

Según los datos de la Sociedad Española de Neurología, el número de personas con trastornos del sueño se ha multiplicado por cuatro en una década. En la Estrategia de Salud Pública 2022, el Ministerio de Sanidad ya señala la falta de horas de sueño de calidad como un factor asociado a la obesidad infantil, y apuntaba que el 11% de la población consumía tranquilizantes, relajantes o fármacos para conciliar el sueño. De hecho, España es el país con el mayor consumo de benzodiacepinas del mundo. Según la Junta Internacional para la Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas (JIFE), se consumen unas 110 dosis diarias, de forma legal, por cada mil habitantes. Muy lejos de otros países del entorno, como Alemania, donde se toman 0,04.

"Es importante tener tiempo en consulta para hacer una historia clínica, que la persona pueda explicar con detalle qué le ocurre, conocer sus hábitos, sus dificultades, si está asociado a otros problemas médicos y poder trabajar con otros especialistas"

“Es un consumo alarmante y excesivo, porque no es puntual o a corto plazo, como está indicado. Hablamos de personas que llevan 10 o 20 años tomando benzodiacepina para dormir, pese a que no son una ayuda, porque se desarrolla tolerancia y producen dependencia”, indica Fernández. El problema de estos fármacos radica en que, si no se abordan las causas que provocan el insomnio, cuando se retiran las noches en vela regresan. Y esas casuísticas que impiden dormir se abordan desde la consulta. “Es importante tener tiempo para hacer una historia clínica, que la persona pueda explicar con detalle qué le ocurre, conocer sus hábitos, sus dificultades, si está asociado a otros problemas médicos y poder trabajar con otros especialistas. Pero no siempre tenemos recursos para identificar o tratar la mayoría de problemas de sueño”, lamenta la doctora.

La consulta es fundamental, pero no el único espacio en el que abordar el insomnio. De hecho, llegar al centro de salud es, en muchas ocasiones, la prueba de que algo ha fallado en otros entornos, generalmente en el laboral. “Si en mi trabajo estoy mal, no tengo un contrato fijo o mi jefe no me trata bien, va a afectar a mi sueño”, indica Bellido, que es experta en salud laboral y recuerda que “todas las empresas deben velar por la seguridad de sus empleados en todos los aspectos relacionados con su trabajo”. Entre las medidas que propone están evaluar los horarios, la estabilidad de las contrataciones o los descansos. Pero va más allá: “El 30% de los europeos está teletrabajando en este momento. Sin embargo, el 65% de las compañías no están aplicando las normas de desconexión digital. Si un superior envía un email a las 10 de la noche, no hay nada que se lo impida y eso puede hacer que altere el sueño de quien lo recibe”.

11.700 millones de euros al año

Según el estudio Carga social y económica del insomnio en adultos, de Rand Europe, el coste económico del insomnio, vinculado a una menor productividad de quienes lo padecen, ronda los 11.700 millones de euros, un 0,82% del Producto Interior Bruto español.

Raquel Len explica que en su trabajo no daba pie con bola. Tenía pérdidas de memoria y comenzaba el día enfadada. “Por la noche mi cabeza era como un ordenador, que no para de procesar hasta que se satura. Mi problema es que no entro en fase REM, así que mi sueño profundo es casi inexistente y no descanso. Cuando me levantaba, ya estaba cabreada”, cuenta. Como muchas personas, durante años normalizó dormir mal. “Lo achacaba al estrés”. Cuando su padre falleció, se le juntaron varios de esos reveses que complican la vida. A los problemas para dormir se le sumó una depresión. “Mi médica me decía que qué curábamos primero”, recuerda.

Cuando llegó ese punto de inflexión tenía 45 años. Se pasó uno de baja y, desde entonces, ha alternado tratamientos y consultas en salud mental. “Antes temía las noches. Me iba a la cama condicionada, pensando 'a ver qué me espera'. Ahora estoy un poco mejor, pero son temporadas. Sé que si estoy estresada me va a afectar más”, explica. A ella, cuenta, le ayudó la terapia e incorporar a su rutina hábitos de higiene del sueño: nada de pantallas a partir de las ocho de la tarde, ni programas ni series de televisión que la activen.

Óscar intenta también aplicar esas recomendaciones, pero reconoce que muchas veces es imposible. “Si alguna temporada tengo más ansiedad o problemas en el trabajo, tengo que aumentar un poco la dosis (del lormetazepam, la benzodiacepina que toma desde hace seis años)”, explica este joven, que no ha conseguido ser derivado a una unidad del sueño, donde se abordan otras patologías, como la apnea del sueño o la narcolepsia.

Uno de cada cuatro niños duerme mal

El doctor Gonzalo Pin apunta a otro factor importante en los problemas para tener un sueño de calidad: la pobreza de tiempo. “Esto es no disponer, al menos, de dos horas al día para dedicarse a uno mismo, al autocuidado o a cosas que nos satisfacen”, desarrolla. Y eso afecta también al desarrollo de los más pequeños. “Hay que darle al niño la oportunidad de dormir las horas que necesita. Y esa rutina empieza cuando se levanta, llevándole a la escuela caminando, pasando tiempo al aire libre, permitirle gestionar su propio tiempo, en lugar de llenarle de extraescolares, tener unos horarios regulares de alimentación y tiempo previo al sueño de desactivación (sin pantallas). Pero eso en la sociedad actual, en la que los padres llegan tarde a casa, es muy difícil, y no es culpa de las familias en absoluto”, señala.

Según las últimas estimaciones, uno de cada cuatro niños y niñas no tiene un sueño de calidad y se calcula que en la última década han perdido, de media, 24 minutos de sueño. “Los horarios de la infancia no están hechos de acuerdo a sus necesidades, sino a las de los adultos”, lamenta el pediatra, que señala que el tiempo de sueño permite al organismo reparar aquello que se ha estropeado durante la vigilia, y que actúa como taller de construcción del sistema inmunológico durante los primeros cinco años de vida, cuando los pequeños están en contacto con infecciones desconocidas para ellos, pero también es cuando se produce la hormona del crecimiento.

Los expertos consultados coinciden en la importancia de un abordaje holístico de la problemática, que vaya más allá de factores puramente médicos o farmacológicos. “Cuando se habla de comer bien y hacer ejercicio, se nos olvida la tercera pata, que es descansar. Y hay quien habla de una cuarta, la afectividad”, señala Pin. “En aquellas personas que pueden tener dificultades económicas o sociales que les impidan dormir o relajarse en el momento de ir a la cama, esto se puede ir cronificando, pero no es algo que podamos abordar desde el ámbito sanitario”, comenta Fernández, que recomienda “intentar dejar atrás los problemas que se han tenido durante el día”.

Esta neuróloga hace también un llamamiento para no asumir como inevitables estos problemas: “Sabemos que las personas mayores necesitan menos horas de sueño, pero esto no debería ocasionarles un malestar. O que las mujeres embarazadas están más incómodas, lo que es normal, pero no lo es que tengan apneas o somnolencia que les repercuta en el día a día. Se ha ido aceptando, pero debemos ser más conscientes de que el sueño es importante para nuestra salud”.