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ENTREVISTA Historiador de la ciencia

José Manuel Sánchez Ron: “Darwin se embarcó en el Beagle siendo ortodoxo, y lo que descubrió le llevó a ser ateo”

Aparece un Galileo arrepentido, al menos de cara a la galería para evitar la ira de la Inquisión, que reniega de los hallazgos que le harían pasar a la historia. Un Newton religioso que busca a su dios. Un Darwin prolífico al que su mujer le pide que esa ciencia que profesa no le aleje de la religión. Leemos a una Marie Curie angustiada, que no sabe qué hacer con su vida. O a Francis Crick intentando explicarle a su hijo de 13 años la estructura del ADN, que acababa de descubrir.

José Manuel Sánchez Ron, físico, historiador y miembro de la Real Academia Española (RAE) realiza en Querido Isaac, Querido Albert (Crítica) un repaso de cinco siglos de ciencia a través de las cartas que escribieron o recibieron los más eminentes científicos. Misivas entre colegas, a familiares, amigos o desconocidos incluso. “Las cartas revelan el personaje de una manera más íntima, desenfadada, sin preocuparse de la crítica”, explica el escritor en esta entrevista. Personajes temerosos, iracundos en ocasiones, que muestran sus dudas, alegrías o discuten hallazgos con otros científicos.

Un arte, el de la correspondencia, perdido probablemente para siempre en las entrañas de internet. Un libro así de esta época no será posible en el futuro, augura Sánchez Ron sentado en su austero despacho en la sede de la academia en Madrid, porque esas fuentes, esa visión tan personal que los propios científicos ofrecen de sí mismos, no existen ya. Aunque se pudiesen recuperar los emails que se envían no sería lo mismo, asegura el historiador. Los códigos de escritura son otros completamente distintos.

Sánchez Ron explica que se debía este libro a sí mismo un poco, tras una vida de recopilar cartas. También quería plasmar algo por lo que se ha esforzado, relata, a lo largo de buena parte de su vida: “Unir en un libro la ciencia y las llamadas humanidades. Digo llamadas porque la ciencia también es un producto humano, pero es la nomenclatura habitual”. Esta intención se concreta en el cierre del libro, para lo que ha elegido la figura de Vladimir Nabokov, conocido mundialmente como el escritor de Lolita pero que también fue un experto de renombre en mariposas.

¿Qué quería contar con este libro?

Mostrar otra cara de la historia de la ciencia a través de un buen puñado de los científicos más eminentes. No están todos, claro, pero yo busco reconstruir el pasado, la historia de la ciencia. Y uno de los instrumentos más útiles para mí son las correspondencias, porque te revelan el personaje de una manera más íntima, desenfada, sin preocuparse de la crítica. Y esto es un instrumento precioso para entender mejor el pasado. En este caso es un pasado muy extenso, que va desde [Johannes] Kepler, a finales del SXVI, hasta el SXX. También es una deuda que yo tenía conmigo mismo, porque desde hace muchos años voy recopilando correspondencias y por fin a las he reunido en un libro.

¿No es un poco un milagro que se haya conservado tanta correspondencia de una época tan convulsa?

Se ha conservado mucha y se ha perdido mucha. Uno de los problemas a la hora de utilizar correspondencia es localizarla. En algunos casos de científicos muy eminentes (Darwin, Einstein, Newton y otros), una vez que se vio e incluso ellos mismos entendieron la importancia y trascendencia que tenían sus ideas, no es infrecuente que se conservasen. Ha sido para mí muy útil la correspondencia de Newton, que se publicó en siete volúmenes. La de Darwin está en proceso de publicarse, van por 29 volúmenes y aún falta al menos un año de su vida. En este caso se conservan 14.000 cartas que escribió o recibió, y se cree que hay muchas más. Aún aparecen algunas en subastas que alcanzan precios astronómicos. La correspondencia de Einstein también se ha conservado. Su secretaria, Helen Lucas, conservaba incluso copias de los textos que le enviaban.

El libro también es el testimonio de un mundo imposible ya.

Hace tiempo que las epístolas, en el sentido tradicional que me ha valido para escribir este libro, han desaparecido. Y si quedan es en lugares remotos, singulares. En los correos electrónicos que utilizamos todos somos más esquemáticos, menos cuidadosos, de hecho tenemos faltas de ortografía o ponemos abreviaturas, mientras que si estás escribiendo a mano o a máquina, como es más lento, piensas. Las cartas, en general y las que yo he utilizado, son más detalladas, más largas. Esto ha desaparecido y no se va a recuperar.

Y con ellas se ha ido esa visión más personal ofrecida por el propio protagonista, en las que uno, en la supuesta intimidad, se muestra más. Ahora la gente está muy expuesta, pero solo ves lo que quieren transmitir, el personaje público.

Ese es el atractivo que para cualquier historiador tienen las cartas. En las manuscritas o a máquina, con soporte en papel, todo esto que comenta aparecía con frecuencia. Depende del corresponsal, no es lo mismo una carta entre dos científicos que están tratando un problema que una entre un científico y otra persona. Por ejemplo, en el libro se encuentra una carta de un patólogo, Rudolph Virchow, que escribe a su padre cómo le enseñan anatomía, las disecciones que hace. Hay una de Francis Creek a su hijo explicándole el descubrimiento del ADN. Lo explica para un niño de 13 años. La casuística es muy diferente, pero en todas aparecen proyectos, errores cometidos, el entorno político y social. Por ejemplo, reproduzco cartas de Sigmund Freud cuando Alemania se anexionó Austria y se exilió a Inglaterra.

Newton no se mostraba en su intimidad. Al contrario, con frecuencia mostraba las fobias que tenía. En la correspondencia con Halley , que se encargó de la edición de su libro, se ven sus problemas personales, como que no admitía la crítica

Hay cartas más personales, cartas más profesionales... ¿Qué cuenta esta correspondencia del avance de la ciencia? Un ejemplo de cómo se empujaban unos a otros son las misivas de Halley, que además de nombrar el cometa fue una especie de editor de Newton y le apretaba para publicar su libro Principios matemáticos de la filosofía natural, que luego cambiaría la historia.

El libro se puede considerar una historia parcial de la ciencia. Los primeros capítulos son Kepler, Galileo, que dan paso a Newton. Hay una secuencia temporal –aunque a veces se salta porque también agrupo temas– en la que vas viendo cómo va evolucionando la ciencia también. Las ciencias en realidad, porque me he esforzado en que haya física, matemáticas, ciencias naturales, biología...

¿Hay alguna evolución en la manera de usar las cartas? No sé si al avanzar la difusión del conocimiento con el paso de los siglos, por ejemplo, se empezó a dejar de lado esa labor más informativa y se dio paso a un toque más personal en las misivas.

Depende del personaje, claro está, pero creo que mantienen una estructura parecida. Newton, por ejemplo, no se mostraba en su intimidad. Al contrario, con frecuencia mostraba las fobias que tenía. En la correspondencia con Halley, que se encargó de la edición de su libro, de convencerle de que lo empezase a escribir y lo terminase, se ven sus problemas personales, como que no admitía la crítica. Pero en conjunto, desde el SXVI hasta el SXX, mantienen su estructura. Lo que quieren hacer, lo que han hecho, algunas circunstancias personales. No varían en ese sentido.

Y creo que el intercambio epistolar a través del correo electrónico sí ha cambiado. Los aspectos sociales, políticos, personales, aparecen con menos frecuencia. Precisamente porque son más rápidos y más esquemáticos. Esto lo sospecho, tampoco puedo decirlo, pero uno de los problemas es que dentro de unos años un historiador que quiera utilizar correspondencias para la ciencia en el SXXI no tendrá instrumentos porque conservar los correos electrónicos es mucho más complicado.

Lo que sí se puede ver es la relación de los científicos con Dios. Obviamente no se puede hablar de un bloque, hoy en día sigue habiendo científicos que creen en Dios, pero me da la sensación de que sí hay una evolución.

Este es un tema importante. He tratado de recoger algunas cartas en ese sentido y ha habido, hay y habrá científicos muy eminentes que tienen fe. Desde mi punto de vista muy personal el científico como tal responde a un método, que es la comprobación, etc., mientras la persona religiosa es fe. Son métodos incompatibles, pero lo podemos comprender porque las creencias religiosas, al menos en parte –intento ser respetuoso– responden a una sensación de desamparo ante el futuro, ante la nada, y la ciencia te da pocas esperanzas en ese sentido. Esto ocurrió con Darwin. Cuando se embarcó en el viaje del Beagle era un ortodoxo, la gente de la tripulación le tomaba el pelo por eso. Y es lo que va descubriendo en ese viaje de la evolución de las especies lo que le lleva a ser un ateo o agnóstico, como quieras llamarlo. Y ahí aparece esa carta conmovedora de su esposa Emma, que le dice que la ciencia le está alejando de la religión. Pero Newton era un creyente, por ejemplo. Lo único es que no creía en la Santísima Trinidad y era un hereje de su tiempo, creía en un solo Dios.

¿Qué dicen estas cartas del rol de la mujer en la ciencia? No sé si estos escritos más íntimos nos hacen ver otro papel diferente al que le hemos dado hoy en día.

Realmente no. Hay pocas mujeres en el libro, soy consciente. Pero es que la historia es lo que fue y lo que quizá muestran las cartas es las dificultades que tuvieron. La dificultad de acceder a una educación superior por parte de las mujeres está presente hasta el SXX. Hay unas cartas de Marie Curie, por ejemplo, del periodo en el que tuvo que trabajar como institutriz en Polonia. Son cartas de gran crudeza y desesperación, pero era una mujer muy fuerte que consiguió ir a París a estudiar. Ada Lovelace era una mujer de medios, sin duda. Sofía Kovaleskaya tuvo más dificultades, pero también pertenecía a una clase educada. Hasta el SXX encuentras pocos ejemplos distinguidos, porque este libro (aunque sea injusto porque la ciencia no se construye así) es de personas distinguidas. Entiendo la situación y las situaciones actuales, pero es que la historia es la que fue y no la que nos gustaría que hubiese sido. Añado que en 1992 publiqué El poder de la Ciencia en el que había un capítulo –cuando nadie hablaba de esto– dedicado a las mujeres.

Entre todos los científicos que ha analizado, ¿alguno que le llame la atención por su estilo literario?

[Se queda un rato pensando] Einstein y Darwin. Cuando Darwin publica en noviembre de 1859 El origen de las especies la edición (de unos 1250-1500 ejemplares) se agota el mismo día. Agota quiere decir que los libreros la acaparan. La pregunta es: si la gente no conocía la teoría de la evolución de las especies que contaba el libro, ¿por qué lo compraron? Darwin era un escritor conocido y respetado por el libro de viajes que había publicado años antes. Respecto a la pregunta, no la puedo contestar con seguridad porque hay muchas cartas, pero he encontrado algunas de Darwin o de Einstein que mantienen un buen estilo.

Es conocido que Darwin agotó la primera edición de Origen de las especies, pero yo me preguntó por qué, si mantuvo el secreto [de la temática del libro]. La única explicación que se me ocurre es el libro de los viajes [que había publicado antes]

¿Está diciendo que la gente compró el libro de Darwin porque era un escritor de libros de viajes, a ver qué contaba?

Es conocido que se agotó la primera edición, y yo me preguntó por qué, si mantuvo el secreto [de la temática del libro] salvo a unos pocos amigos. La única explicación que se me ocurre es el libro de los viajes, que está traducido a muchos idiomas. La gente entonces no viajaba, lo más que hacía era leer libros de viajes, y el libro de los cinco años de viaje de Darwin por Sudamérica, Australia, las Galápagos, te llevaba a mundos. Ese libro se reeditó. Es mi explicación.

Es difícil generalizar, pero ¿cree que los científicos de antes eran más humanistas que ahora?

No necesariamente. Algunos manejaban muchas disciplinas. Descartes, por ejemplo, las Matemáticas, Física, Filosofía. Spinoza es una persona que contribuyó a la filosofía, por lo que es más recordado, pero se ganó la vida también puliendo lentes y tenía conocimientos de Física. Pero uno de mis héroes contemporáneos es Stephen Jay Gould, biólogo evolutivo con muchos libros publicados en castellano, y la cultura de este hombre cuando lees sus libros es la misma que puedes encontrar en Carl Sagan o el entomólogo Edward Wilson. No creo que se pueda generalizar.

Aunque no es el foco del libro, sí se menciona alguna vez el cómo se mandaban las cartas, las dificultades que encontraban y que muchas veces, lo cuentan ellos mismos, no llegaban misivas enviadas.

En la introducción sobre todo me detengo un poco en cómo funcionaban los sistemas postales. En el SXIX Darwin podía escribir una carta y recibir la contestación en el mismo día. Cuando se establecen sistemas postales eficaces había varios repartos cada día en algunos sitios. La rapidez de los intercambios epistolares va en paralelo a la evolución de los sistemas postales.

Y al nivel de producción científica, supongo. Ha mencionado antes que existen 14.000 cartas de o para Darwin... Eso son 40 años de una carta diaria.

El caso de Darwin es muy singular. Él se retiró en un momento dado a su casa. No había escrito aún El origen de las especies, era un hombre de medios con hijos, criados, un jardín amplio. No necesitaba trabajar (aunque trabajó mucho). Escribe mucho pidiendo todo tipo de datos: a unos de flores, de serpientes, de lo que sea. Su correspondencia es un instrumento para reunir los datos que sustancien la idea que había encontrado en sus viajes. Einstein va aumentando la correspondencia con el tiempo y necesita ayuda de su secretaria cuando se convierte en personaje famoso. En el cuarto de siglo en el que se construye la mecánica cuántica, como es un trabajo mancomunado, hay mucho intercambio epistolar entre unos y otros. Yo diría que la primera mitad del siglo XX y la segunda del XIX es tal vez el momento en el que en ciencia hay mayor frecuencia de cartas.