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La escuela, salvavidas contra el coronavirus para los más pobres de Sudáfrica

Johannesburgo —

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Johannesburgo, 20 ago (EFE).- “¿Qué habéis oído nuevo sobre el coronavirus?”, preguntan los maestros al comenzar cada día en la escuela Streetlights, ubicada en uno de los barrios más conflictivos de Johannesburgo. La pregunta es simple, pero efectiva contra el miedo que se ve sobre las mascarillas, en los ojos de los alumnos.

“Yo he oído que encontraron una cura contra el virus en América”; “En Rusia liberaron leones porque la gente no cumplía las normas” o “No puedes verlo, pero puede matarte” son algunas de las respuestas que se oyen una mañana de mediados de agosto, en el aula de los niños de 8 años.

Las clases de este centro privado, que funciona como proyecto sin ánimo de lucro en el barrio de Jeppestown, se han partido en grupos de 15 alumnos y, pese al devastador efecto de la pandemia en Sudáfrica, estos días comienzan puntuales a las 07.15 de la mañana, con una pequeña sesión de preguntas y respuestas sobre el coronavirus.

Antes, con cara de sueño, mascarilla y pantalla protectora (obsequio de uno de los donantes de la escuela), los estudiantes llegan con margen de tiempo a la puerta de la escuela para que les desinfecten los zapatos y las manos, les tomen la temperatura y les anoten en la lista de entrada.

Cada uno lleva un “cuaderno de bienestar” en el que apuntan como se encuentran físicamente y de ánimo en este contexto extraño. Tan extraño que, al llegar al colegio, en este invierno austral no hay bullicio, ni risas, ni pasos de carreras.

“Cuando empezamos a traer a los niños de vuelta a las primeras clases (en junio pasado), nos quedamos atónitos. Era nuestro grado 5 (unos 9 años) y son un grupo bastante animado. Pero cuando volvieron después del confinamiento, todo lo que podías ver en sus ojos era tristeza. Tristeza y miedo”, explica a Efe Tatenda Mafodya, directora de Streetlights School.

“Durante nuestras sesiones de la mañana empezamos a tener conversaciones con ellos y hablamos sobre cuánto miedo tienen, qué pasa si contraen el virus, si pueden morir o si lo pueden llevar a casa y contagiárselo a alguien que quieren”, detalla la educadora.

Con esta y otras medidas, especialmente de aforo e higiene, esta escuela sudafricana se las ha arreglado para ir reincorporando de manera progresiva a sus alumnos en las últimas semanas.

Es un logro que no pueden adjudicarse muchos otros centros de la nación más desarrollada de África -epicentro de la pandemia en el continente-, para los que 2020 será prácticamente un curso perdido.

“Los niños ricos y las escuelas privadas se fueron a internet y no han perdido casi nada de aprendizaje, casi no ha habido problemas para ellos. Pero la grandísima mayoría de los estudiantes sudafricanos, el 87 % de los niños, están en el sistema público y no han recibido casi enseñanza en este periodo”, lamenta Melanie Smuts, fundadora del proyecto Streetlights School, en conversación con Efe.

MUCHO MÁS QUE PERDER CLASE

Como todos los colegios sudafricanos, Streetlights tuvo que cerrar a mediados de marzo cuando el Gobierno ordenó la suspensión de las clases y, poco después, el confinamiento de toda la población.

En el distrito donde está esta escuela -Jeppestown, uno de los barrios más desfavorecidos y conflictivos de Johannesburgo-, las clases virtuales no eran realmente una opción: los responsables del centro se encontraron con que los padres tenían para ofrecer, como mucho, un móvil con datos suficientes para WhatsApp.

A los 300 alumnos, además, el confinamiento les despojaba no solo de su educación, sino de las dos comidas diarias que la escuela les proporciona y de su espacio seguro para socializar y crecer.

“Lo que realmente importa para los niños que vienen de hogares complicados es la pérdida de ese lugar al que pueden ir cada día que es seguro y predecible, donde los adultos cuidan de ellos y tienen amigos. No tener ese espacio causa un efecto enorme”, afirma Smuts.

Durante los meses iniciales del confinamiento, los profesores de esta escuela se organizaron como pudieron con los padres para mandar notas de audio por WhatsApp con las lecciones y los deberes, a fin de que los estudiantes pudieran seguir avanzando.

Poco a poco, también empezaron a mandar paquetes de comida a las familias, a las que las órdenes de confinamiento habían dejado sin recursos para subsistir.

Sólo en junio, la flexibilización de las restricciones permitió empezar a planear una estrategia de retorno a las clases, basada en las experiencias de otras escuelas y de otros países.

Había que evitar a toda costa no sólo que este 2020 fuera un año completamente perdido en lo educativo, sino también devolver a los niños de Jeppestown su “espacio seguro”.

LA PANDEMIA SACA A LA LUZ LAS GRIETAS DEL SISTEMA EDUCATIVO

A los países del hemisferio austral, la pandemia les sorprendió con el curso escolar 2020 apenas comenzado y, mientras el norte debate la “vuelta al cole” en septiembre, el sur acumula ya más de cinco meses de interrupciones e incertidumbre.

En Sudáfrica, un país que ostenta el desagradable honor de ser una de las naciones más desiguales del mundo, la crisis ha reventado las costuras de un sistema educativo deficiente que aún lidia con la herencia del pasado de opresión racista del “apartheid” (1948-1990).

Hay niños que estudian con tabletas último modelo en colegios con campo de rugby propio y hay otros cuyas escuelas únicamente tienen letrinas en baños sin agua corriente.

“Las primeras veces que yo visité escuelas con estudiantes pobres tuve una fuerte impresión de que el 'apartheid' había terminado políticamente, pero no en el sistema educativo. Es un asunto fundamental de justicia social y si no deshaces de forma activa ese legado, ese legado continúa”, opina Smuts

“La crisis (en Sudáfrica) ha hecho lo que en muchos sitios: no es tanto nuevos problemas como que pone un foco en lo que ya estaba ahí. Y cuando miramos al sistema educativo en Sudáfrica, lo que estaba ahí es una tremenda desigualdad”, completa.

La escuela Streetlights es, en cierta medida, un puente entre dos mundos. Con instalaciones hechas a base de materiales reciclados, el colegio echó a andar en 2016 como proyecto sin ánimo de lucro.

La escuela se financia a través de donaciones privadas y subsidios estatales y ofrece educación de élite, a nivel de las mejores escuelas privadas, pero en uno de los barrios más conflictivos y pobres de Johannesburgo.

“La mayoría de los alumnos viven en los edificios, si podemos llamarlos así, de alrededor. Son edificios ocupados en los que se han construido pequeñas habitaciones utilizando cajas de cartón”, explica a Efe Mafodya.

“A veces, en una habitación muy pequeña hay hasta cuatro miembros de una familia viviendo. De ahí es de donde vienen la mayoría de nuestros niños”, resalta la directora de la escuela.

El coste para los padres es mínimo, unos 35 euros al mes, e incluye materiales, uniformes y dos comidas diarias. Este año, ni siquiera se paga eso porque el colegio tuvo que perdonar las cuotas al ver que la mayor parte de los padres se quedaba sin trabajo.

“Nuestros niños -afirma la directora- realmente quieren estar en la escuela. Hemos creado un espacio para ellos y se dan cuenta de que cuando están en la escuela este es un lugar seguro”.

“Cuando les trajimos de vuelta, al principio, los padres estaban inseguros: ¿les llevamos otra vez? ¿les dejamos en casa? Decían que preferían dejarlos en casa hasta que vieron lo que habíamos puesto en marcha para protegerlos. Ahora tenemos un alto volumen de padres que dicen 'los llevo, de hecho, porque van a estar mucho más seguros en la escuela'”, asegura Mafodya.

Al final de la jornada, padres y alumnos saben que, de cara al futuro pospandemia, la educación es la única vía para que los niños de Jeppestown puedan, algún día, vivir mejor que sus padres.

Nerea González